Es tema de conversación permanente lo fea e incómoda que es la ciudad de Bogotá. Comparada con las conocidísimas Buenos Aires, Lima o Ciudad de México, parece que siempre queda en el último lugar; ni qué hablar de Madrid, Paris o Londres y mucho menos con las ciudades petroleras de Dubái o Kuala Lumpur, nada, por ninguna parte aparece la capital colombiana, siempre 2600 metros más cerca de las estrellas. Si nos va bien, nos comparan con Calcuta o cualquier ciudad africana superpoblada, desordenada o insegura.
Pues no, me parece que Bogotá es una ciudad interesante, importante y bastante entretenida; no tiene ni la Torre Eiffel, ni el Big Ben, ni las torres de no sé cuántos pisos con restaurante, miradores y que son fondo de pantalla de millones de computadores y de amigos arribistas. Tal vez en Bogotá está el edificio inconcluso más alto del mundo, honor que no se debe ignorar pues refleja lo que es la ciudad y lo que podría llegar a ser.
Siempre que se habla de calidad de vida se ve a esta capital como un lugar inhóspito, sin el más mínimo de atisbo de hacer de la vida del bogotano algo agradable o digno de ser contado. Sin lugar a duda hay dos factores que hacen de Bogotá una ciudad difícil, la primera es el tráfico; las vías son insuficientes o tal vez los carros son muchos. El otro tema es la inseguridad, no hablo como alegremente indican los alcaldes de turno de la sensación de inseguridad. No, se trata de hechos evidentes como el atraco, el fleteo y todos aquellos delitos de los que pueden ser victimas los bogotanos. No voy a negar que estos dos factores pueden hacer miserable la vida de cualquier bogotano y que resulta prácticamente imposible de abstraerse de estas dos situaciones.
Los alcaldes de la ciudad hacen realmente poco para mejorar la suerte del bogotano de a pie, si lo hacen es lentamente y bastante mal. Sin ir mas lejos, el deprimido de la calle 94, una obra que en cualquiera otra ciudad se demoraría como máximo 6 meses, acá tardó, si no estoy mal, siete años y el primer aguacero bogotano lo inundó.
Después de eso hay varios factores que algunos califican como secundarios pero que me permiten afirmar, o al menos a mí me ayudan a vivir bien y a no tener en el horizonte la absurda idea de cambiar de vividero por una ciudad más chica, más ordenada o, peor, al lado del mar.
Bogotá tiene cualquier cantidad de alternativas para comer bien, a cualquier precio y para todos los gustos. Hace unos veinte años había solo un restaurante de comida oriental, hoy en día se consigue muy buen sushi fresco y barato en infinidad de lugares. Las hamburguesas, antes monopolizadas por las de icopor de McDonalds y similares, florecen en cualquier esquina, a precios adecuados y algunas francamente maravillosas. Para los que se toman las fotos en los edificios y restaurantes de Dubái también hay muy buenas alternativas; hace poco se indicó que dos restaurantes bogotanos hacen parte de los 50 mejores restaurantes del mundo. Yo, que soy poco escrupuloso, disfruto de toda clase de comida callejera, empanadas, perros calientes y una variedad interesantísima de desayunos “con todo”.
Culturalmente es una ciudad fascinante, todos los artistas populares y clásicos nos visitan en multitud de escenarios, teatros monumentales con gran acústica que reciben orquestas, cantantes y solistas dignos de cualquier lugar. Hace ya algún tiempo pudimos ver las 9 sinfonías de Beethoven dirigidas por Gustavo Dudamel, lujo que pocas ciudades han tenido. En educación, las universidades cada vez son mejores y con el precio del dólar son francamente baratas.
El parque Simón Bolívar es una joya que difícilmente se encuentra en otro lado, una mancha verde enorme con todas las facilidades para hacer deporte, divertirse y escenario de conciertos y eventos dignos de Bogotá como Rock al Parque. Y la ciclovía, invento de algún alcalde olvidado, es uno de los espacios mas queridos por los que acá nacimos o los nuevos que llegan.
Bogotá no tiene playa, es fea, desapacible, pero me encanta. Recibe a todo el que quiere trabajar a cambio de nada.