Sí, la final de Catar 2022 es la mejor de un Mundial que yo haya visto. Por supuesto, cuando uno lee la historia del fútbol y ve videos se encuentra con mitos fundamentales de este deporte como ‘El milagro de Berna’ en 1954, con la remontada de Alemania Federal a la Hungría de Puskas que lo ganaba 2-0, o con el canónico 4-1 de Brasil a Italia en 1970, considerado por muchos como la mejor exhibición de una selección de fútbol. Pero el 3-3 entre Argentina y Francia fue un partidazo, la mejor final de nuestra era.
Lo que vimos en las casi tres horas de fútbol y drama fue un derroche de actitud por parte de la albiceleste, que llegó a estar 2-0 hasta el minuto 80, y de Francia que lo empató en poco más de diez minutos para luego llevarnos a un tiempo extra más que dramático en el que cada equipo sumó un gol, y terminar en penales… en fin, ustedes lo vieron: drama, entrega, momentos de muy buen fútbol, un rey coronado (Messi), un príncipe que ya se sabe dueño del trono aunque no lograra repetir título (Mbappé), la fiesta de los argentinos inundando las calles de sus ciudades, la larga lista de videos emocionantes en redes sociales...
Fue un partidazo que lo reconcilia a uno con el fútbol por el espectáculo y por el romanticismo de ver a Messi por fin campeón mundial, pero que, a la vez, oculta todos los bemoles de esta Copa del Mundo.
Porque el brillo de Messi, la fiesta argentina, los goles de Mbappé, la sorpresa de Marruecos, la entrega de Croacia y demás, no pueden hacernos olvidar que éste fue un Mundial cuya sede fue conseguida gracias a sobornos demostrados y presiones políticas y económicas internacionales orquestadas desde Catar en un claro objetivo por demostrar quién es la nueva potencia del mundo árabe gracias a sus relaciones con occidente, tan bien establecidas en los ejes fútbol, gas y armamento. Lo que pasa es que el brillo de Messi sólo nos permite ver el primero, pero no se olviden que el invierno es frío en Europa y sin el gas ruso, el nuevo proveedor es Catar.
Pero nada de eso le importa al hincha. Ni el dinero sobre y bajo la mesa (es el Mundial más caro de la historia: 220 mil millones de dólares, cuando el de Rusia costó 19 mil millones), ni las denuncias contra Catar por diferentes temas de derechos humanos, incluyendo miles de muertes en las obras, ni que en primera ronda las tribunas se llenaran con hinchas de utilería, invitados por el gobierno con la obligación de asistir al estadio para que las gradas no se vieran vacías por TV, como bien conté en una columna anterior. No, nada de eso le importa al hincha hoy extasiado o molesto (porque también los hay) por el título argentino.
Bien lo dijo el escritor mexicano Juan Villoro en su reciente paso por Bogotá: el fútbol tiene anticuerpos para la corrupción, y el Mundial más corrupto de la historia será recordado por la coronación de Messi y el por muchos esperado título argentino. Y Catar, que ahora parece el nuevo dueño de la Fifa, se dio el lujo no sólo de ser sede de esta coronación, sino que el propio emir le impuso a Messi, que por cierto es su empleado pues el jeque también es dueño del PSG, una túnica de alto dignatario con la que salió en todas las fotos levantando el trofeo.
En el álbum de la historia quedará para siempre la imagen del 10 argentino vistiendo un besht árabe, hecho con hilos de oro, por encima de la camiseta que lleva la bandera de su país. Un muy metafórico recuerdo de quiénes son los nuevos dueños del fútbol.