Hoy somos peores. Ver feliz a otro ser humano, por la razón que sea, se convirtió en un motivo de infelicidad y ataque. Lo digital, las redes, la deshumanización de las acciones de diálogo entre dos seres medianamente pensantes que se pueden mirar a los ojos para sentir más al otro, son cosas que poco a poco nos están aniquilando como seres racionales. En sí: cada vez más nos llenamos de idiotas, de acomplejados y de eunucos neuronales a los que la intolerancia les fluye en cada célula y la felicidad ajena les frunce la existencia.
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Lo peor de todo es que cada vez más se multiplican como si fueran Rayita, ese gremlin maligno al que le brotaban otros asquerosillos monstruos de su espalda. Es como si ahora el humano llega a la edad en que aprende a leer y a escribir, y en lugar de cosechar esos hermosos dones comunicacionales y del conocimiento que nos dio la creación, los desperdiciara y los convirtiera en fetidez en esa cloaca (de la que también formo parte) llamada redes sociales, especialmente Twitter.
Son individuos valientes en el teclado con serios problemas de comprensión de lectura porque no leen, su escritura se desvanece cuando todo sobrepasa los 240 caracteres y su lenguaje es un parlache entre la vulgaridad, el hablado de calle sin ser ellos de la calle (se lo apropian para ganar un respeto que nadie les tiene) y los consabidos errores ortográficos. Nada les sirve, todo les choca, nada los llena, son un espacio etéreo, un vacío; y, lo peor, es que su veneno contagia y en ocasiones termina uno impregnado por ese pus del que ellos son fabricantes de primera calidad.
El Mundial de Fútbol de Catar 2022 aumentó la población de estos personajes y su accionar. Colombia no está en la cita orbital y quedó ultra eliminada por dejarse golear de Uruguay y Ecuador, y porque no fue capaz de hacer un bendito gol en siete partidos. Así que uno, tradicionalmente, ha hinchado o le hace fuerza, en mayor y menor medida (ese es su asunto) a otros países. ¿Por qué? Porque nos da la gana y porque es un mundial e incluso dentro del desarrollo del mismo hay selecciones que lo empiezan a seducir por diferentes motivos. En mi caso, desde que tengo uso de razón, les tengo afecto por diferentes motivos que a nadie más le interesan, salvo a mí mismo, a las selecciones de Argentina, Francia y Bélgica. Si Colombia se enfrenta a ellas, pues soy colombiano y le voy a mi país. Por ejemplo: en el famoso 5 a 0 de 1993, eso lo disfruté con todos los bemoles y celebré tres días con su respectiva farra, pero, repito, si Colombia no está, en su orden mi amor futbolero en el ámbito de países se centra en Argentina, Francia y Bélgica. Y si se enfrentan entre sí: pues Argentina está primero. ¿Por qué? Por qué me da la gana y Diego Maradona así me lo ha indicado siempre. Punto.
Desde hace décadas tengo camisetas de estos países, los conozco, me crié en dos de ellos, admiro su cultura, no hablo español en acento argentino, sí hablo francés y todo esto no tiene nada de importancia para al final decir que usted, yo y hasta los balbuceadores de pus de la inconformidad eterna (a los que ni en su casa les ponen atención) tienen pleno derecho a hinchar, querer o sentir algún tipo de atracción por las selecciones de Zaire, Islas Salomón, Corea, Brasil y el Vaticano, la que sea.
Pero no, a estos tipejos y tipejas de la “policía de la moral y el patrioterismo made in Zurrones” eso no les parece. Eso sí, para copiar malas mañas venidas de otras lides sí están de primeros. Ahí sí absorben como esponjas todo. ¡Pobrecillos, de verdad! Lo cierto es que son mayoría, son los que ya están jalando el tren del progreso de esta humanidad perdida a la que, hasta el meteorito, que la debe extinguir, le hace el quite.
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Volviendo a la pelota y sus protagonistas, dos argentinos enormes han tirado dos frases bellas para lidiar con estos peleles de Twitter y otras redes. Por un lado, hace unos 12 años, Maradona los mandó a que la siguieran chupando, y por el otro, Lionel Messi sacó de su repertorio el bello: “¿Qué mirás, bobo? ¡Andate para allá, bobo!”. Hermosos poemas al que hay que adicionarle un contundente “Y a vos: ¿qué diablos te importa? ¡Pelafustán!”.