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Chelsea y la guerra

Chris Bryant, diputado del partido laborista, le encanta lanzar vainazos desde twitter. Claro, también en su escaño parlamentario. Hace poco escribió: “El silencio de los oligarcas rusos sobre la invasión criminal de Putin es despreciablemente ensordecedor”. Uno de sus objetivos en los últimos años ha sido apuntarle a Roman Abramovich, el mandamás el Chelsea y uno de los millonarios a los que Bryant apunta como colaborador del gobierno de Vladimir Putin, hoy en el centro de la foto por cuenta de su decisión de invadir Ucrania.

Y Abramovich ha sido visto con ojos de sospecha desde hace años, cuando, con un camión lleno de billetes, se propuso convertir al Chelsea en un todopoderoso europeo. Con él, bajo su primera temporada como máximo accionista del club, el equipo de Stamford Bridge cambió su política de fichajes: cuando antes hacía esfuerzos ingentes por llevar a Quique de Lucas y Mikael Forssell, ahora podía desembarcar en Londres un cargamento de estrellas como Damiel Duff, Claude Makelele, Adrian Mutu, Ricardo Carvalho, Hernán Crespo, Wayne Bridge, Mateja Kezman, Juan Sebastián Verón, Paulo Ferreira, Didier Drogba y una cuota apropiada para estar a todo con el dueño del letrero: Alexander Smertin, internacional ruso, proveniente del Burdeos francés. Propietario en su momento de Sibneft -empresa petrolera que adquirió años atrás- Abramovich siempre contó con generosas chequeras para aportar al azul londinense con el único fin de ganar la Champions League. En el 2008, en Moscú, el sueño estuvo a punto de hacerse realidad, de no ser por aquel resbalón de Terry en Luzhniki, tiempos en los que Abramovich dejaba su cargo como gobernador de la región de Chutotka, cargo en el que había sido nombrado tiempo atrás por Vladimir Putin.

Estos nexos gubernamentales han despertado muchas sospechas sobre Roman, aparte de cómo edificó su imperio el hombre sin expresión que llegó a tener la undécima fortuna del mundo según Forbes. Dos elementos empezaron a tensar las relaciones entre millonarios poderosos con vínculos en el poder de su nación, como Abramovich, Vs. Reino Unido. El primero, en el 2006 cuando de repente, el vital Alexandr Litvinenko caía postrado en cama. Litvinenko, que había sido agente de los servicios secretos rusos, huyó a Inglaterra y empezó a trabajar con el MI6, los servicios de inteligencia británicos. Crítico de Putin, a quien acusó varias veces de conspiraciones que dejaron víctimas civiles para llegar al poder, falleció demacrado y casi en los huesos. Se comprobaría después que el exagente de la KGB había sido envenenado con Polonio 210, al parecer, por orden del gobierno ruso.

En el 2018 una enfermera le llamó la atención ver a dos personas sentadas durante mucho tiempo, medio desgonzadas, en una banca de un parque en Salisbury. Al acercarse, observó cómo una mujer joven y un hombre de edad, lanzaban espuma por la boca y tenían los ojos en blanco. Se trataba, se supo después, de Yulia y Sergei Skripal, quienes habían sido envenenados con Novichok. Este último había sido agente doble (mientras trabajaba en los servicios secretos de Rusia, daba información a los ingleses sobre ciertas actividades del gobierno de Putin). Theresa May, entonces primera ministra inglesa, señaló con el dedo a Putin por el ataque a los Skripal y expulsó un gran contingente de diplomáticos rusos de su país.

Desde el episodio Skripal, Abramovich empezó a sufrir: retiró una solicitud de visado en Inglaterra y para poder ingresar a ese país se nacionalizó israelí, sin que le quedara tan sencillo volver a Stamford Bridge y alrededores. Y el diputado Bryant hace tres años, reveló en un debate que el dueño del Chelsea tendría relaciones directas con Putin y que pagó en un juicio para favorecer ciertas influencias políticas internas. En ese instante Bryant pidió que los bienes del magnate fueran congelados.

Con la proximidad de los problemas con el enfrentamiento Rusia-Ucrania en cuanto a sanciones personales, Abramovich anunció que cedía el contrato de conducción del Chelsea a la fundación del equipo. ¿El futuro del Chelsea? Imposible saberlo de manera tan prematura. Lo cierto es que ya alguna vez los londinenses tuvieron que comer grama: fue en 1982 cuando, arruinado, sin dolientes y con una deuda cercana a los dos millones de libras, fue comprado por Ken Bates en subasta por un valor irrisorio: una libra esterlina.

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