Esta investigación fue realizada gracias a las Becas para la cobertura periodística de la Amazonía colombiana de la @fundaciongabo y @oxfamcolombia
El río Atabapo es una frontera olvidada entre Colombia y Venezuela. Sus aguas fluyen en el departamento de Guainía, al norte de la Amazonía colombiana, y alimentan la Estrella Fluvial de Inírida, un grupo de humedales de importancia internacional por su biodiversidad, con categoría Ramsar. Pero ya hace 10 años, las aguas del Atabapo están siendo envenenadas con mercurio, producto de la explotación ilegal de oro. Hoy son por lo menos 30 balsas las que perforan lo profundo del río y sus playas a través de aluvión, en busca de oro y otros minerales. PUBLIMETRO viajó hasta Puerto Inírida, la capital de Guainía para escuchar a ocho lideresas indígenas de los pueblos Curripako, Piapoco, Puinave, Sikuani y Yeral quienes con su voz desean proteger el medio ambiente en sus territorios.
En su lucha tienen evidencia, la más contundente fue un estudio realizado por la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico CDA en 2022 año, que analizó las muestras de peces en la zona del Atabapo y los resultados arrojados indican que tienen niveles de mercurio que superan los límites de permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En las pasadas dos semanas tres toninas, delfines de río, fueron halladas muertas en la zona del Atapabo. “Las balsas van y vienen y cuando se van nos dejan el río contaminado con mercurio y quienes se van a perjudicar son los niños, nuestros nietos y las mujeres”, dijo a PUBLIMETRO visiblemente afectada, Nancy Mirabal Da Silva, capitana del resguardo de Cacahual en el río Atabapo del pueblo Yeral.
Cacahual, la caída de un paraíso
Hacía el año 2015, Cacahual era un caserío tranquilo donde se vivía aún con las costumbres ancestrales. Sus playas de arena fina y dorada estaban repletas de vida; aves, cajuches (cerdos de monte), zainos y dantas iban a beber con sus crías al Atabapo y los lomos y aletas de animadas toninas podían verse asomar sobre las olas de sus aguas cristalinas.
Las más de noventa familias que habitan Cacahual iban todos los domingos remando en sus canoas a recoger los frutos que dejaba el conuco (parcela o huerta) y en las cocinas de casas y granjas se encendían las pailas para secar el mañoco (harina de yuca), las mujeres eran las encargadas de preparar las más grandes tortas de casabe de la zona, acompañadas con la abundante pesca del día.
Sin embargo —cuentan las mujeres del territorio— llegó el hombre blanco, el colono, y trajo consigo la primera balsa. Al principio generó curiosidad y después encendió la más alta fiebre del oro en Cacahual, lo que destruyó el tejido social de las familias de la zona a un punto que todavía no se ha podido reparar.
“Antes para mí el paisaje era lindo, un paraíso, pero ahora se ha arrasado mucho territorio y la misma navegabilidad del río se ha visto afectada. Tenemos que buscar con motoristas expertos por dónde navegar porque las embarcaciones se estrellan con los bancos de arena que dejan las dragas y hay posibilidad de que ocurran accidentes”, alertó Nancy Mirabal.
María Elsy González Silva (Nominada a Mujer Cafam en 2022), mujer lideresa del pueblo curripako en el área de la artesanía, contó que en sus visitas hubo un antes y un después en el paisaje del río Atabapo. “Eso era hermosísimo, esas playas eran lisas y planas y ese paisaje, pero este año (2023) viajamos con una compañera para buscar a otras mujeres con el propósito de integrarlas a la artesanía y cuando llegamos vimos todas esas balsas y casitas flotando en el río y nos preguntamos: ‘¿qué pasó acá?’. Nos explicaron que esas son las balsas que están acabando todo el río. Después de que el río tenía playas lisas y bonitas, las convirtieron en todos esos huecos y socavones y en el río por dónde íbamos había latas de cerveza, gaseosa, basura y de todo flotando”.
En su testimonio, María Elsy dejó ver su mayor asombro al evidenciar que los niños y las mujeres son los más afectados por esta fiebre del oro. “Nos bajamos a comprar agua en una de las balsas y encontramos a las señoras todas mojadas, mohosas, delgaditas, en los huesos, vueltas nada. Ni las mujeres ni los niños habían desayunado, no habían comido y nos dijeron que los menores abandonaron el colegio por venir a ayudar en las balsas y para hacer de buzos. La verdad fue un panorama muy terrible”.
Con la llegada de las balsas —y de quienes las manejan—, las comunidades ya no trabajan la tierra de los conucos y ya no siembran, entonces las familias pasan hambre y pierden su soberanía alimentaria, explicaron Nancy y María Elsy. El mañoco y los alimentos de primera necesidad por la minería han subido sus precios y la poca harina que producen la intercambian: venden el mañoco y el casabe para comprar chitos y gaseosas, café, azúcar, sardinas, lo que termina siendo el alimento que consumen quienes trabajan en las balsas.
“La minería no deja nada. Ya nos dañó el río. El conuco se ha perdido porque los adultos y los ancianos ya prefieren estar en la balsa. Estamos sufriendo por el mañoco, que es nuestro alimento, así como el casabe que ya no se produce. Hay en el pueblo solo dos personas que la hacen y llegan los mineros a comprarla a un alto precio”, lamenta la capitana de Cacahual.
Otro azote para este paraíso llegó junto con las balsas, las llamadas ‘Currutelas’ que son improvisados burdeles en carpas nómadas y se mueven tras los mineros. Allí sobreviven pequeñas “Cándidas Eréndiras” de origen incierto y ojos perdidos, cuyos gritos se los han tragado la selva y sus proxenetas, ofreciendo sus favores sexuales a veces a cambio de un gramo de oro, que equivale a 220 mil pesos en la zona (octubre de 2023), para un minero. Es un problema grave de trata de personas, con fines de explotación sexual, en algunos casos, no es evidenciado por las autoridades locales.
“Se ve el hambre, la violencia de todo tipo, la prostitución, de todo se vive allí. Los muchachos se van a las balsas a tomar licor y hacer trueque de comida por trago”, detalla María Elci.
Ya los residentes de Cacahual están advertidos por las autoridades de salud que algo peligroso y venenoso se ha mezclado en el río que ahora y ha cambiado su color a un tono oscuro, café.
“La gente de salud nos dijo que ya el pescado está contaminado y si nos llegamos a comer ese pescadito nos morimos. Nos dijeron los doctores que debíamos consumir el agua de lluvia y no tanto la del río y por eso tenemos pozos para tomar agua, pero ahora en verano nos afecta”, advirtió la capitana Mirabal.
La capitana de Cacahual después de décadas de haber sufrido discriminación y machismo para ser elegida, en las diversas votaciones, con mayoría masculina que hay en su comunidad, ahora debe afrontar el olvido del Estado, la falta de medicamentos, la precariedad de un puesto de salud sin los elementos básicos y una escuela que no posee internet ni infraestructura para el estudio de sus alumnos y la falta de alcantarillado.
Actualmente a través de la asociación Airai y Cintarai Consejo Indígena Multiétnico Ancestral Territorial de Atabapo e Inírida espera poder elevar a Cacahual a municipio autónomo para que los recursos puedan llegar directamente a la población y no tengan que ser tramitados por la Gobernación de Guainía.
Activismo de mujeres indígenas en Puerto Inírida
Rosa Cecilia Durán se ha perfilado como una de las lideresas más preocupadas por la causa ambiental en Guainía. Ella es gobernadora de Cabildo, del pueblo curripako del clan Ocarro, en el resguardo de Tierralta, a pocos minutos de Puerto Inírida. Ella explica que parte de Guainía es como una gran esponja de agua, que posee una zona declarada Ramsar, que existe por un tratado internacional aprobado el 2 de febrero de 1971 en la ciudad iraní de Ramsar (de ahí su nombre), relativo a la conservación y uso racional de los humedales. Guainía tiene el sexto humedal en extensión que hay en Colombia y es el primero que fue catalogado en la Amazonía colombiana como sitio estratégico para su conservación.
“Lo de la minería en el Atabapo es complicado porque conservar con hambre no es sencillo y la ausencia del Estado los obliga a que se dediquen a la minería que se fortaleció desde la pandemia”, advirtió Rosa.
No obstante, Rosa afirma que sus denuncias al deterioro que están causando los mineros se han quedado como un eco que resuena, pero que luego se pierde en monte donde nadie lo escucha y desaparece.
“En el Atabapo se ha sufrido mucho y ha sido muy triste porque antes usted veía dos balsas, pero después fue creciendo a ocho a diez y a este punto van 20 o 30 balsas, es una cosa durísima. No sólo en el Atabapo sino también en el Inírida y en el sitio Ramsar. Desde 2020 la minería sigue aumentando”.
Rosa también explicó que la llegada de las autoridades a la zona es difícil, porque ellos no pueden intervenir los resguardos indígenas y mucho menos en frontera con Venezuela. “La balsa se cruza al otro lado y estamos en el vecino país y no hay nada que hacer allí”, detalló.
La gobernadora de Cabildo ha estado en contacto con los balseros tratando de hallar salidas pacíficas para evitar la contaminación, pero dice que ellos no tienen en cuenta cuánto mercurio lanzan en su actividad, y lo es que aún peor, le respondieron que no lanzan el mercurio a las aguas sino que lo recogen y lo llevan al monte “pues eso es mucho peor, les respondí”, señaló Rosa.
Asimismo, la lideresa explicó que al hablar con los pescadores le han contado que la pesca ha disminuido en número y sobre todo la reproducción en los peces ornamentales se ha visto afectada por la minería. “Una de las economías era la pesca ornamental. Antes se sacaban más de cinco millones de alevinos al mes; era un negocio grandísimo y eso mantuvo a la gente por cuarenta años en la zona, pero las dragas, al remover el lecho del río arriba, destruyen la zona donde los peces depositan sus huevos, según el color de las aguas, porque además la minería ha cambiado el color de las aguas del río Inírida”.
Otra mujer que trabaja activamente en la problemática ambiental en el Guainía es Sandra Rodríguez, presidenta de la Asociación del Consejo Regional Indígena Del Guainía-Asocrigua, del pueblo Piapoco, quien busca la forma, junto con el gobierno, de crear proyectos productivos que permitan a los pueblos indígenas dedicarse a otras actividades económicas y así abandonen la minería ilegal.
“El Estado llega y nos dice que el río está contaminado, tiene mercurio y ustedes no pueden comer los pescaditos porque están envenenados, pero si no hay más, qué más va a comer el indígena, si es su cultura. Le pedimos al gobierno que llegue con la problemática, pero también con la solución y nos traiga proyectos para que podamos trabajar”, advirtió Rodríguez.
¿Cómo funciona una balsa minera?
Según las investigaciones del secretario de Salud de Puerto Inírida, Carlos Eric Azcárate Vásquez, la balsa minera funciona con la ayuda de una draga que posee una especie de ducto apoyado por buzos que remueve y extrae del lecho del río, el material que colocan en baldes. Allí le lanzan mercurio o azogue a los baldes. Por el peso del mercurio con el material se va formando una pega en el fondo. La persona encargada del mercurio con un soplete y un tanque de gas le da calor a la pega y se van expulsando los gases tóxicos, porque el mercurio tiene menor punto de ebullición que el oro. De allí se separa esa amalgama de entre el mercurio y el mineral precioso. Esta persona que está expuesta a estos gases es la que más está en peligro de ser afectada, en primer lugar, por el mercurio y las personas alrededor de las balsas.
Algunas balsas utilizan las llamadas “retortas” que es un recipiente semejante a un crisol con un mecanismo de abertura/cerradura, un tubo que permite la salida del vapor del mercurio en la parte superior ubicado sobre la tapa y un cuello en forma de tubo que sirve para condensar el mercurio para luego ser reutilizado como azogue. Lo que no está claro es después cuando el azogue está muy usado ¿qué pasa con este material y a dónde lo depositan los mineros?
Revelan estudio el mercurio de la Autoridad Ambiental en Guainía
Desde el 2020, un equipo liderado por la doctora Jenny Soad Rojas, directora de la seccional Guainía de la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico, CDA, apoyado con paneles solares, plantas eléctricas, neveras, laboratorios y otras tecnologías, se internó, por primera vez en la zona de Atabapo, para tomar muestras reales de plantas, peces y personas, con el fin de medir los niveles de mercurio en el río. Los preocupantes resultados de este estudio se dieron a conocer en 2022.
Se pescaron con caña a la usanza de la zona, 93 ejemplares de peces que se consumen en esta área y que cumplían con las condiciones de tamaño para su pesca y se les extrajeron 100 gramos del músculo dorsal. Las muestras se envasaron en frascos ámbar que se refrigeraron sin alterar la cadena de frío.
Se tomaron además 218 muestras de sedimentos de 500 gramos, en zonas mineras reconocidas en el río Atabapo, muestras de plantas y 30 muestras de cabello humano de las comunidades, aunque la Secretaría de Salud Departamental cuestionó la toma de muestras en humanos porque según esa entidad, el CDA no tendría competencia para tomarlas y el laboratorio designado no tenía la certificación para analizar muestras en humanos. Por ello, en la fase 2 de la investigación el CDA se dedicó sólo a estudiar muestras de la biota en plantas, peces y sedimentos. Estas se llevaron a un laboratorio certificado con la técnica para medir concentraciones de mercurio (Hg) que fue la absorción atómica mediante generación de vapor frío.
“Se evidenció que en el tema de peces, el río Atabapo es el más afectado, con el mayor grado en concentración de mercurio con un promedio de 0,122 microgramos de Hg, que supera los límites permisibles establecidos por la Organización Mundial de la Salud OMS. Con este estudio tuvimos el acompañamiento del Ministerio de Salud”, contó la doctora Soad en entrevista con este medio.
La idea con estos resultados es que el CDA pueda tener una línea base para poder sancionar a los infractores que estén contaminando los ríos, con mediciones más precisas sobre el daño ambiental que han causado y así tomar acciones frente a estas afectaciones ambientales.
El CDA ha alertado que desde el pasado mes de noviembre, tres ejemplares de toninas han sido halladas muertas en el río Atabapo. Actualmente, esta autoridad ambiental trata de determinar la causa de las muertes de estos delfines de río, pero no descartan que haya sido por la explotación minera en la zona.
La importancia de la biodiversidad de la Estrella Fluvial que hay que proteger
Este medio consultó al biólogo de la Universidad de los Andes, Jaime Cabrera con maestría en Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional de Costa Rica, y Ph. D. en Manejo de la Biodiversidad en el Durrell Institute of Conservation and Ecology School of Anthropology and Conservation, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido, quien ha estudiado la zona como biólogo de WWF Fondo Mundial para la Naturaleza y nos habló de su importancia.
“Es una zona importante de humedales. Allí vive la emblemática flor de Inírida, que es una flor endémica que sólo crece en esta zona, hay delfines de río y gran variedad de mamíferos grandes como jaguares, la danta, los pecaríes y perros de agua y existen una gran cantidad de peces. Con el monitoreo que estamos llevando a cabo con las comunidades indígenas han documentado que comen ciento treinta diferentes tipos de peces. Yo creo que nadie en Bogotá ha comido ciento treinta tipos de peces y la mejor pescadería quizás tendrá veinte tipos de peces para el consumo. Eso comprueba cómo las comunidades que habitan en este medio y no lo acaban porque tienen un amplio espectro de comida”.
Como afirmó Rosa Cecilia, la importancia de la pesca ornamental es un referente en la zona. “Tenemos una gran cantidad de peces ornamentales que nacen allí y más del 60 por ciento de peces ornamentales que salen de Colombia provienen de la estrella fluvial”.
De acuerdo al experto, la Amazonía y la Orinoquía cumplen una regulación a nivel planetario, en temas hídricos, porque esa cantidad de agua que llega a la Estrella Fluvial, no se estanca sino que fluye, se evapora y crea los ríos voladores que regulan el clima y las nubes. También por los nutrientes y la cantidad que llevan estos ríos permiten que toda la masa boscosa funcional de la Amazonía y la Orinoquía persistan.
“Los colores de los ríos como el Guaviare, es blanco porque trae consigo a una cantidad de nutrientes que vienen de los Andes, que no tienen otros ríos como el Atabapo que es de color coca cola, porque son aguas mucho más ácidas y esa unión allí permite que la diversidad en plantas y animales se mantenga”, expuso Cabrera.
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Regreso al paraíso original
María Elsy González concluye que es mejor la vida para las comunidades, que están más lejanas, que tienen poco o casi nulo contacto con el hombre blanco, con los colonos porque estas no son tocadas o permeadas por el mundo occidental y por ende es difícil que la minería llegue a destruir el tejido social y que estas comunidades preservan más sus tradiciones y armonía con la naturaleza. “Ellos pueden estar durmiendo sobre esmeraldas y aún así no les importa la minería, porque para ellos la tierra es sagrada”, resalta Elsy.
“Es mejor para esas mujeres que se queden como están, las que están alejadas, las que están lejos, porque ellas si viven de acuerdo a sus usos y costumbres. Ya saben cuál es el rol de ellas. Una vez encontré el capitán de una comunidad bien alejada y me decía “María Elsy nosotros no sabemos ni qué es ese plan de vida” nosotros vivimos de acuerdo a nuestros usos y costumbres. Nosotros desayunamos mingao, no tomamos café en la mañana ni gaseosa ni nada de eso y nadie nos molesta” si nos enfermamos, salimos o nos traen a alguien con los medicamentos o iban las comisiones multidisciplinarias nos atendían y se iban” ¿Qué si me están vulnerando algún derechos?”
Y añadió “¡Hum!”, dice María Elsy con un gesto perplejo en su rostro, “no sé si tengo hasta derechos, no tengo nada, solo la maloca grandísima que es la selva en la que habito”, finalizó.
La cifra: