“Llovió tanto sobre nuestros miedos, sobre nuestro dolor, que una tarde de abril se nos olvidó sentir, y es que somos eso, un aguacero torrencial que se oculta detrás de nuestras sombras”: Antonio Ortiz
Afuera, el agua cae incesante, mientras el lector se sumerge en la historia, como si las gotas intentaran borrar aquello que se oculta en los abismos del alma. Antonio Ortiz nos conduce por un recorrido de introspección, donde la lluvia se transforma en metáfora y espejo. Con cada gota que golpea el suelo, no solo se devela un secreto de los personajes, sino también de quienes los leemos, verdades que no pueden esconderse bajo espejismos de perfección. En una representación ambivalente, el aguacero a su vez intenta purificar, exorcizar las sombras que se aferran a nuestra piel, las máscaras que usamos y que, bajo ese manto líquido, parecen desvanecerse. Es así como el autor nos invita a pensar, ¿qué sombras se disuelven en el aguacero de nuestros miedos?
En “La lluvia guarda secretos” publicado por Panamericana Editorial, Ortiz nos presenta a Luciana, una joven que simboliza la inocencia confrontada por las fauces de un mundo voraz y despiadado. Luciana representa el significado de vivir y todo lo que ello conlleva. Es el símbolo de la inocencia que, al enfrentarse a un mundo cruel, es expulsada de su refugio hacia el caos de lo real, enfrentando el desgarro que supone crecer, la pureza que se pierde en el tránsito hacia la adolescencia, y la fragilidad de los vínculos que formamos a lo largo del camino. Luciana encarna lo que implica ser mujer en una sociedad que parece comercializarnos, que nos vende a un mercado donde la libertad es una promesa rota, pues en medio de todo ello surgen los estereotipos, las etiquetas, los comportamientos impuestos, los roles de género, las medidas, la obsesión por la perfección y la frustración al enfrentarse a un espejo que magnifica las inseguridades y solo devuelve la imagen de la imperfección.
Así, el autor no solo nos cautiva a través de su personaje principal, sino también mediante las historias que se entrelazan en la narración en primera persona de Luciana. Nos sumergimos en atmósferas de desolación, frustración, rencor y pérdida. A través de la mirada adolescente, nos confrontamos con la fragilidad de los vínculos familiares y la maternidad, que se presenta como una paradoja del amor y la pérdida del yo: ser luz para otros, mientras estás sucumbiendo a las tragedias internas. En el trasfondo de estas historias, la pérdida resuena como un eco constante de la existencia. ¿Qué sucede cuando perdemos a aquellos que amamos? ¿Con qué fuerza reparadora podemos construir desde la ausencia? El autor no solo aborda la pérdida desde la imposibilidad de seguir adelante tras la muerte, sino que también destaca la peor de las ausencias: la identidad quebrantada por el afán de pertenecer y encajar, despojándonos de las pieles habitadas para cubrirnos con el antifaz de lo que los demás esperan ver.
Por tanto, el autor nos conduce, a través de su narrativa envolvente, por los recuerdos de Luciana, quien nos adentra a su historia mediante una narración en tiempo retrospectivo, como un eco de lo que ha sido. En su relato, sentimos el vacío dejado por la pérdida de su padre, el abrazo resiliente de su madre y hermana, y el poder transformador de la fuerza femenina. Esa fuerza que cura, que sostiene, pero que también enfrenta el peso de ser joven en un siglo lleno de incertidumbres. Luciana nos muestra lo que significa vivir en la era de la sobreexposición, el bombardeo incesante de imágenes con requisitos cada vez más complejos de cumplir, la angustia de no encajar en esos estándares fabricados por los medios, la sombra constante de los trastornos alimenticios, el deterioro de la salud mental fracturada por la necesidad de cumplir con expectativas ajenas.
Antonio Ortiz, vincula a su narrativa el planteamiento de interrogantes que cuestionan la realidad de existir. Con una prosa cautivadora y cercana a todas las poblaciones, utiliza referencias poéticas y musicales potentes como un puente para adentrarse en las obras de aquellos autores que han dado voz al desgarrador tema de la herida fundamental. Así, el autor nos guía desde las letras de Alfonsina Storni y Jorge Luis Borges hasta la música de El Flaco Spinetta, entre otros referentes, destacando el poder de las palabras como espejo de nuestra vulnerabilidad. En este sentido, el autor nos invita a aceptar nuestra fragilidad, recordándonos la literatura como una resonancia de nuestras propias experiencias y emociones.