Todo fanático religioso me produce desconfianza. Toda manifestación religiosa tiene mucho de ese acto irracional de caminar por la cuerda floja con la esperanza de que una mano protectora e invisible evite el totazo y la fuerza de gravedad deje de ser lo que es. Avanzar contra la corriente es siempre una acción temeraria. Cuando hace unos años escribí en una revista que dejó de ser revista para convertirse en el portavoz de un partido político, que me resultaba más creíble la existencia de los extraterrestres que la del dios de los cristianos, no faltó quien, en su incapacidad argumentativa, me recordara a Francia Zabala, mi vieja. Una profesora que no que conocía me escribió entonces diciéndome que a la gente, por lo general, le resultaba más satisfactorio creer en una mentira vestida de verdad que en una verdad al desnudo.
Hace pocos días, la actriz Margarita Rosa de Francisco escribió en el diario El Tiempo un cañonazo de columna que desnudó unas verdades que el país conoce, pero de las que ningún medio de comunicación se ha atrevido a hablar: que Sarmiento Angulo, el propietario del periódico para el que ella escribía, el hombre más rico de Colombia, quien financia campañas presidenciales, tiene la culpa de muchos de los males por los que atraviesa el país. Decir una verdad como esa, tan clara como el agua, tan luminosa como una tarde soleada, no deja de producir polémica en un país que cree ciegamente que “Dios sabe cómo haces sus cosas”, donde cientos de niños se mueren a diario de hambre y enfermedades prevenibles, donde los grados de corrupción son tan altos que hoy encabezamos la lista de ese cáncer entre más de 170 naciones del mundo, donde los niveles de desigualdad son de tal profundidad que el Ministro de Hacienda se atrevió a afirmar en una entrevista, sin sonrojarse, que con 900 mil pesos de salario básico (unos 250 dólares mensuales) ningún colombiano es pobre, y donde el mismo Estado ha venido buscando borrar de un plumazo los contratos laborales formales para incentivar el trabajo por hora, despojando a los empleadores de sus obligaciones para con sus empleados, eliminando de esta manera un listado de artículos significativos del Código Laboral.
Decir, pues, que todo lo anterior es falso, calumnioso, como aseguró la señora Luz Ángela Sarmiento, hija del magnate, en respuesta al artículo de la exreina y actriz, no es sólo un acto de perversidad, sino también una manifestación de ceguera. Sarmiento Angulo, hay que dejarlo claro, no es un filántropo, no es un miembro de las hermanitas de la caridad, no es un tipo de haga favores, no es un financiador de campañas presidenciales porque quiere el bienestar de cada uno de los colombianos. No. Sarmiento Angulo, el multimillonario, el dueño de cuatro bancos, propietario de fondos de pensiones y cesantías y poderosos medios de comunicación, es sólo un hombre de negocios. Le importa un carajo si la señora que dejó de pagarle a una de sus oficinas bancarias las cuotas de la casa por razones de la pandemia, termine al final perdiéndola. Le importa un carajo si la canasta básica alimentaria le gravan todos sus productos. (Es más, en una oportunidad se mostró complaciente con la idea). Le importa un carajo si un grupo de veteranos periodistas de El Tiempo es tirado a la calle, como en efecto ocurrió, por aquellos de los bajos ingresos de esta casa editorial durante la peste. Le importa un carajo si los niños del Amazonas tienen en sus hogares servicios públicos o conectividad a internet para el desarrollo virtual de sus clases porque ese no es su problema. Cuando el hombre más rico de Colombia destinó varios millones de dólares para financiar la campaña presidencial de Iván Duque Márquez –entiéndanlo—, no estaba haciendo un favor, sino poniendo en práctica lo que mejor sabe hacer: una inversión a corto plazo.
No es fortuito, pues, que las reformas económicas que se han llevado a cabo durante los dos años de este gobierno tengan como bandera reducirle los impuestos a lo más ricos y a sus grandes capitales. No es fortuito que los préstamos multimillonarios hechos por Duque a la banca internacional y otras instituciones económicas, hayan empezado a distribuirse desde las oficinas de los bancos amigos. Afirmar que Margarita Rosa de Francisco incurrió en calumnia y falsas acusaciones porque escribió sobre algo que toda Colombia sabe, pero que nadie se atreve a decir en voz alta, es mirar sin ver la mierda que nos rodea.
“La estructura del Estado está hecha para robar”, afirmó hace unos meses el profesor Gilberto Tobón Sanín en una entrevista. Esta afirmación no sólo queda en evidencia cuando desde el gobierno se nombran en puestos claves del Estado a incompetentes para pagar favores políticos, o en cargos diplomáticos en Europa al yerno del multimillonario que le financió la campaña al hoy presidente de la República, sino también cuando se hacen reformas tributarias que les recorta de un tijerazo los impuestos a los más ricos para luego llenar el hueco fiscal cobrándole los intereses a los pobres.