Opinión

Los fanáticos de la evacuación

“¿Evacuar? ¿Para dónde? ¿Cómo? ¿A qué horas? ¿Con qué aeronaves o barcos gigantes moviéndose en medio del mismo huracán? ¿Para qué? ¿Algún país antes ha hecho eso – evacuar de lejanas islas a miles de personas en pocas horas – frente a los huracanes ya en marcha? Ninguno. Nunca”: Melquisedec Torres

EFE

Nada más cercano en las expresiones de los homínidos dizque sapientes que sus pasiones políticas y futbolísticas. Sigan este ejemplo: cuando Ecuador le hacía a Colombia cada uno de sus seis goles, el hincha o fanático ecuatoriano analizaba qué buena la jugada, qué maravilla el pase, qué espectacular definición; en tanto, el colombiano enfurecido gritaba (yo) por qué no marcaron a ese que recibió el pase, por qué el arquero se demoró, quién debía estar en el otro palo, echen al técnico carajo. Y así cada gol, cada jugada, cada movimiento.

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Es lo que ocurre en cada partido, sea el del barrio o la final de la Copa Mundo. La pasión por el club o el equipo nacional solo permite ver un lado, el de acá, el que importa, aquel que nos trasnocha. Enceguecido, la comprensión de los hechos tiene unas curiosas contradicciones. Cuando gana mi equipo, se me desbordan las emociones en alabanza, en loas, en gritos estentóreos, en besos a la camiseta. Y en borrachera a nombre del onceno amado. Cuando pierde, los madrazos contra el técnico, los directivos y jugadores se multiplican y adquieren sentidos estratosféricos: “mucho setentedoblecatrehijue…” y similares; el trago ya no es aliciente, disminuyen dramáticamente las ventas de licor en las zonas escogidas por los aficionados y volvemos a nuestras casas con el ánimo abatido.

Las mismas contradicciones se hacen palpables en el fanático de la ideología política. Suele ver con los ojos ácidamente críticos las actuaciones de aquel líder que no es de sus afectos o hace parte de grupos y tendencias rivales; cuestiona todo aquello que ese otro desafecto anuncia, hace o propone; se lanza a dentelladas contra las opiniones que no comparte y convierte, como Jesús el agua en vino, lo que es positivo en negativo, lo que tiene algún beneficio en maléfico. Contrario sensu, como dicen los abogados, es tremendamente ancho en los parabienes, los aplausos y congratulaciones para aquellos líderes que representan y ejecutan lo que es de su agrado; ensalza con demasía sus propuestas, las defiende sin reparar en sus alcances o reales objetivos, olvida ipso facto el análisis, la evaluación o la indagación siquiera elemental de a qué se dirige eso que su líder ha puesto a discusión.

Esos escenarios se me hicieron tremendamente visibles mientras masticaba, como hincha de la Selección, el terrible sabor de la derrota por goleada ante los ecuatorianos. Y leía a decenas de avezados, reconocidos y “famosos” opinadores, periodistas y políticos caer a dentelladas sobre el presidente Duque para reclamarle por qué carajos no se había evacuado a más de 80 mil personas (OCHENTA MIL PERSONAS) en dos o tres días, de unas islas a más de 700 kilómetros del territorio continental, ante la llegada del poderosísimo huracán Iota (que unos “iotas” convirtieron en Lota).

¿Evacuar? ¿Para dónde? ¿Cómo? ¿A qué horas? ¿Con qué aeronaves o barcos gigantes moviéndose en medio del mismo huracán? ¿Para qué? ¿Algún país antes ha hecho eso – evacuar de lejanas islas a miles de personas en pocas horas – frente a los huracanes ya en marcha? Ninguno. Nunca.

Baste decir que se hubiesen requerido de inmediato 10 cruceros como el Symphony of the Seas o 100 vuelos del Airbus A380, el barco y el avión comerciales más grandes del mundo; al crucero le caben 8.880 personas y al avión 853 pasajeros. Y ello si se atreviesen a navegar o volar con Iota en plena actividad. Físicamente imposible, fuera de toda consideración.

Tal nivel de estulticia y de ignorancia supina solo es posible en mentes calenturientas de un hincha de fútbol. Y de un fanático político, de los cuales varios hicieron plena exhibición mientras se conocía el resultado del desastre en San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Resultado que, entre otras, deja en palmaria evidencia que una evacuación fantástica, nunca vista en la historia de la humanidad, habría sido poco más que inútil y causado muchos más traumas y riesgos entre las personas que los daños materiales sobre las islas. Hubo dos fallecidos, Fuentes Levinson en Providencia y Vincent Archbold en Santa Catalina.

El solo planteamiento de enfrentar una emergencia así debería conducir de inmediato a tratamiento siquiátrico al demente que lo dijese. Pero los hubo. Y hay. Por decenas. Unos fanáticos ideológicos, ávidos de morder la yugular del presidente que detestan, otros sedientos de recoger réditos politiqueros del dolor. No importa si para ello permiten que sus cerebros, muchos que pareciera tienen un buen nivel de raciocinio en otras circunstancias, se conviertan en frankesteins del odio a las ideas contrarias.

Melquisedec Torres / @Melquisedec70

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