Colombia ya ha superado los 20 mil muertos por o con Covid (20.348 a la hora de este escrito) y tiene reportados 633.339 contagiados por el virus. De esta manera, Colombia supera en 427% las muertes registradas en China, origen del coronavirus, y en 764% los contagios.
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Ya casi doblamos en muertes a Chile y triplicamos a Ecuador, que hasta hace menos de dos meses nos suscitaban asombro y exclamaciones dada la gravísima situación que vivían estas naciones andinas.
Estamos a menos de 10 mil muertes de las registradas en España y a 15 mil de Italia, que hace 4 meses eran el epicentro mundial de la pandemia y generaban los más impresionantes episodios de mortalidad, temor, terror y zozobra.
Sin embargo, a pesar de nuestros más de 20 mil muertos, y contando, no hemos padecido esos escenarios terribles que nos mostraban con filas de camiones del ejército llevando féretros en Italia, grupos de cadáveres saliendo de los hospitales en España o los cuerpos regados por las calles de Guayaquil. Y fueron justamente esos cuadros de la muerte externos los que, en buena parte, llevaron a nuestros gobernantes a dictar en marzo las más radicales medidas de confinamiento y cuarentenas – draconianas y extensas, las más prolongadas del mundo – cuando apenas el virus se asomaba tímidamente por alguna que otra ciudad colombiana; la posibilidad de vivir acá tales imágenes aterrorizaron al Presidente, alcaldes y gobernadores, azuzados también por algunos sectores de población que fueron presa del temprano miedo. No importaba nada más, “lo material se recupera” decía oronda una alcaldesa mientras la economía de su ciudad se caía, y sigue cayendo, como castillo de naipes.
¿Nos han mentido vulgarmente entonces y lo que se creía que estábamos evitando, era inevitable? No y sí.
No, puesto que siempre se dijo que el virus era y es incontenible e inevitable, y que los muertos por miles y los contagios por centenares de miles llegarían en algún momento. Y que lo que se pretendía era ganarle tiempo al famoso “pico de la pandemia” creando una curva sostenida para tratar de evitar el colapso sanitario en hospitales y clínicas. Algo así como una estrategia de cuenta gotas, poco a poco, lenta pero no imperceptiblemente en tanto se disponían los mejores recursos técnicos y humanos para atender a los sintomáticos de mayor gravedad.
Y sí nos han mentido, aunque algunos siempre hemos expuesto nuestra incredulidad a contrapelo de la mayoría, considerando que lo radical de las cuarentenas siempre se justificó – y aún lo hacen – por parte del grueso de los líderes, encabezados por la alcaldesa bogotana, con el argumento de que estaban “salvando vidas”, “quédate en casa y no te pasará nada”, “no expongas tu vida saliendo a la calle” y otra sarta de mensajes adobados de catástrofe y terror.
¿Salvar vidas? Parece que no han sido muy eficaces pues más de 20 mil cadáveres (casi el doble del total de homicidios o el triple de lo que producen los accidentes de tráfico en un año) no parece una cifra amable para mostrar.
Sin embargo, esos 20 mil y más funerales han sido casi invisibles; la mortandad la hemos vivido quizá con anestesia general, no ha habido filas de cuerpos ni teatros del horror para mostrar. En tiempos de millones de fotos al instante con los celulares y transmisiones en vivo por las insensibles redes sociales de cuanto acto morboso, escatológico o de dolor ajeno se quiere, lo usual ha sido el silencio, el respeto, la ajenidad y la ausencia casi total de duelo público. En parte porque los funerales de muertos por Covid son, cuando se permiten, veloces y casi secretos hacia los hornos crematorios. Igualmente, porque no hemos tenido una cifra diaria del nivel masivo de los países señalados arriba: el mayor número ha sido de 400 muertes (reportadas, no del día exacto) el 22 de agosto. Del 25 de junio a la fecha, hemos fluctuado entre poco más de 100 y 300 fallecidos.
El lento discurrir de la mortandad que no ha dado lugar a la estética horrorosa de la muerte. Entre menos veamos el teatro fúnebre, menor será su impacto. La caída de las Torres Gemelas el 11-S fue más un acontecimiento de trauma político que espectáculo de la muerte “gracias” al velo que se impusieron, voluntariamente, los medios estadounidenses para evitar mostrar algún cadáver. Es casi imposible encontrar foto de alguno, excepto dos o tres muy difusos en el aire tras lanzarse de los edificios en llamas.
Es por ello que nuestros líderes pueden hoy ufanarse, sin sonrojo, de haber “salvado miles de vidas” mientras en la pantalla sigue aumentando, lentamente, el número de los 20 mil fallecidos por Covid. La estética invisible les ayuda a mentir.
Lo que sí resulta extraño es que un país como pocos en el mundo que ha padecido los más abyectos y dantescos casos de violencia, con cifras anuales que rozaron los 30 mil asesinatos, cometidos por algunos de los peores criminales que pueda exhibir cualquier nación, haya mostrado ahora tal nivel de espanto en buena parte de su población y sus líderes ante la posibilidad de enfermarse por un virus. Aún hoy tenemos más de 11 mil asesinatos anuales que nos mantienen entre los países con mayores tasas de violencia del planeta.
Hemos vivido un espanto de tal magnitud ante el virus que la economía nacional se desplomó brutalmente en menos de medio año, produciendo mucho más daño social que la larguísima y terrible violencia. Pero la anestesia sigue funcionando gracias a que no vemos pasar ninguna fila de cadáveres. Como dijo el genio francés Blaise Pascal “Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte”.
Melquisedec Torres
Periodista / Abogado
@Melquisedec70