Columnas

Tristeza

Un muchacho es atacado por otros dos en plena calle: lo encierran y lo dejan sitiado, cae al suelo y ahí se empieza a extinguir la vida más allá de que el joven se alcanza a levantar para pedir ayuda. Mientras habla con los pasajeros de un automóvil que estaba cerca a los sucesos, el hombre de repente cae y todos vemos cómo la vida se le escapa mientras va cayendo al suelo.

El primer muerto que vi por cuenta del fútbol se llamaba Saturnino Cabrera. Eran tiempos distintos porque la información llegaba de otras formas a nuestras manos. Cabrera era hincha de Boca y en un juego por el que no se disputaba absolutamente nada entre Boca y San Lorenzo, Saturnino tuvo la mala suerte de ir esa noche de viernes a La Bombonera. Se presentó una trifulca entre barras de ambos clubes y la hinchada de San Lorenzo. En medio de la locura, varios hinchas arrancaron los tubos metálicos de las conexiones de agua de los baños y los empezaron a lanzar desde el tercer piso de la tribuna hacia el primero. Cabrera, que no pertenecía a ninguna facción, que había ido a ver fútbol y que quedó en medio de esa pugna, no vio cómo uno de los hierros arrojados iba directo hacia su cabeza. El impacto lo mató de inmediato en medio de la gradería y esa imagen, la de su cadáver en una bandeja tapada con periódicos, la publicó la revista El Gráfico por allá en diciembre de 1990. Tenía 42 años y un hijo.

El escenario de esas batallas campales en ese tiempo se veían lejanas por estas tierras. Y eso que ya por esos años se habían visto espantos como aquel del clásico Cali-América de 1982, en el que un par de idiotas decidieron orinar desde un piso alto de la tribuna para hacer maldades y eso generó una estampida que causó 22 muertos. O el aterrador ataque del ejército en el Alfonso López de Bucaramanga, en un duelo polémico ante Junior en 1981.

Pero más allá del recuento, vale la pena pensar en si cuando ocurren sucesos de tal magnitud como la muerte del hincha del América a manos de dos enfermos, se tendría que suspender el fútbol para ver si este espiral violento y demente se detiene. O si incluso esta clase de eventos pudieran generar sanciones a los clubes, no solamente económicas, sino deportivas. Quita de puntos, por ejemplo, más allá de que los sucesos no hayan ocurrido dentro del perímetro del estadio.

Es la única forma en la que los equipos tal vez vuelquen sus esfuerzos en acabar o por lo menos controlar el horror que no solamente se vive en el estadio, sino que se traslada a los barrios, a las calles y a las ciudades.

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