opinión

Los genios malignos

Hay una frase que usa Spike Lee en una de sus películas: “Cuando haya sangre en las calles, compra propiedades”, que más o menos quiere decir que cualquier situación, por dura o crítica que sea, es una oportunidad para ganar dinero. Yo quisiera ser así y tener la habilidad de ver plata en todos lados, pero no se me da. Lo mío es juntar letras, que no solo paga mal, sino que a veces paga tarde. A esa gente que ve una opción de negocio en lo que sea le llamo genios malignos, porque siempre se las arreglan no solo para que les tiremos nuestro dinero en la cara, sino que le agradezcamos.

Genios malignos los de Disney, que más o menos poseen el mundo entero y quieren más. Si siguen comprando así, un día vamos a llegar a la casa y no vamos a poder entrar porque ya es de ellos. Y son tan hábiles que nos mandan a Baby Yoda por delante para que nos derritamos de ternura y no nos demos cuenta de lo que está pasando. Y así vamos por el mundo, convencidos de que nos las sabemos todas cuando en realidad somos unos tarados que no entendemos nada de nada.

Genios malignos los de Carulla también, cadena con la que manejo una relación de amor y odio. He dejado de hacer mercado allí porque ahora toca comprar una bolsa de papel por seiscientos pesos para guardar la compra, y es ahí donde la genialidad malvada queda en evidencia. Primero, porque antes ellos pagaban por las bolsas de plástico que regalaban con el mercado, pero ahora venden las bolsas de papel a un precio mayor que el que les cuesta; es decir, volvieron un gasto en un lucro sin que nos diéramos cuenta. Pero no es solo eso, sino que enciman usan la carta de la ecología y nos dicen que están reduciendo el uso del plástico porque aman al planeta. En suma, nos mandan a la casa habiéndonos sacado un poco más de plata, pero felices porque estamos salvando al planeta.

¿Qué tipo de ego tenemos los humanos que estamos convencidos de que el mundo necesita ser salvado, y encima por nosotros? No tenemos salvación ni con los miles de dioses que nos hemos inventado, vamos ahora a salvar esta esfera. De hecho, la ecología es una nueva religión: no consumir plástico nos hace sentir buenos y nos permite dormir bien por la noche, igual que creer en Dios.

Con el plástico hay estudios que se refutan entre sí. Mientras unos afirman que hay que erradicarlo y reemplazarlo con materiales más benignos, otros aseguran que producirlo es más fácil, económico y genera menos impacto que otras fibras consideradas amigables, y que lo que hay que hacer es cambiar la forma en que lo consumimos. Yo no tengo ni idea porque estoy igual de desinformado que todos, pero lo que sí me parece es que, en general, ese cuento de salvar al planeta es una gran campaña comercial diseñada por quién sabe qué mente maestra para sacarnos plata mientras nos manejan la culpa. Satanizar el plástico no es tan difícil porque lo vemos en todos lados y la cuerda siempre se rompe por el lado más fácil. Lo chistoso es que nos indignamos con bolsas, pitillos y similares, cuando el mundo entero está inundado no solo de plástico, sino de objetos fabricados con materiales más dañinos con los que no tenemos problema.

Tengo en la casa cinco bolsas que le he comprado a Carulla: tres de papel y dos de esas grandes con agarraderas. Y tengo tantas porque camino a casa al final del día recuerdo que necesito algo, y si no voy con la bolsa que ya tengo, me toca comprar otra. Dígame usted entonces cómo tener cuatro bolsas que no necesito está haciendo que yo salve al planeta. Carulla vende las bolsas por dinero, por lucir cool y preocupado por el planeta. Y lo entiendo, en esta era de biempensantismo y desinformación es una estrategia rentable. En este mundo donde el capitalismo lo es todo, hay que hacer lo necesario para aumentar los ingresos, y si yo tuviera ese genio maligno que ve negocio en todo, aplicaría la misma. Lo que ofende es que vayan con la pose de bondad por delante y con el interés material por debajo de cuerda. Vieran ustedes la cara que hace el cajero de turno cuando me pregunta si quiero bolsa, yo respondo que sí, y me ofrece la bolsa de papel de seiscientos pesos; en ese momento no es un cajero, es un vendedor. Quiere dinero, y en esta vida no hay nada más cochino y menos ecológico que la plata.

Lo único bueno del asunto es que por cuenta de quejarme de las bolsas de papel di con la persona que las fabrica. Luego de hablar durante semanas, una vez le confesé que cada vez que iba a Carulla me acordaba de ella, y ella me respondió que pensaba en mí cuando mandaba al supermercado un nuevo pedido. Lo bonito del amor es que a veces lo encuentras en los lugares menos esperados.

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