Cada vez que las feministas se refieren al patriarcado, y a la opresión del mismo, me da risa. Yo no le temo al patriarcado, y lo enfrento cada vez que pretende oprimirme, aunque con hacerlo salga perdiendo. Siempre abro la boca ante la injusticia y la infamia. Y es por eso –de hecho- que me gané la reputación de “resentida”. Digan lo que quieran, yo no me quedo callada.
Mientras trabajé en el vergonzoso pasquín que es Kienyke (con solo escribir el nombre siento que me enteco, qué porquería…) conocí al impresentable Édgar Artunduaga, que entonces escribía una columna chismosa y mezquina, fiel a su estilo personal. Cuando Adriana Bernal (la dueña del pasquín) le dio la orden a Ignacio Greiffenstein (su títere) de que me echara por haber escrito una crónica que “no era bien vista en una mujer” (un día entero con el actor porno Nacho Vidal, texto que fue aprobado y editado antes de su publicación), Artunduaga me contrató en ese programucho que tenía en Todelar. Algunos dirán que soy una malagradecida, al fin y al cabo el personaje me dio trabajo cuando lo necesitaba, pero lo cierto es que ambos nos beneficiamos. Entonces, bien puedan cerrar la jeta.
Yo era responsable de entretenimiento y me daba el lujo de hablar de los temas banales que más me apasionan. A excepción de la madrugada, era muy divertido. Incluso tenía la oportunidad de hacer preguntas a los personajes más siniestros de la política colombiana, preguntas que Artunduaga no hacía porque era uribista, por ejemplo. De la supuesta objetividad del periodismo, ni un culo. Muy pronto fue evidente su homofobia, racismo, misoginia y machismo, su latente ignorancia, su pésimo gusto y su absoluta falta de clase. Es que no importa que se viva en uno de los barrios más exclusivos de la capital, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Cada oportunidad que tenía, insinuaba –al aire- que Uschi y yo teníamos una relación lésbica. Uschi es una cantante y periodista argentina radicada en Colombia que cubría las noticias internacionales y que muy pronto se volvió mi amiga. Y cada vez que este enfermo hacía un comentario desubicado y de pésimo gusto, yo le decía –al aire- que era un viejo verde, un machista, y que me causaba vergüenza ajena con lo que decía. Y eso mismo hice con cada comentario tan poco profesional que hacía refiriéndose a mi sexualidad (yo no soy heterosexual).
Una mañana la noticia era que la Alcaldía había puesto a unas mujeres oficiales de la Policía en un Transmilenio para pretender ser civiles y así atrapar a los enfermos que manoseaban mujeres. Más temprano, mientras me comía una banana, Artunduaga dedicó unos diez minutos al aire a describir cómo lo hacía, haciendo un paralelo con una verga en mi boca. Y otra vez –al aire- lo puse en su sitio. No soy el tipo de persona que se amedrenta por un comentario sexual fuera de lugar, no me afecta, pero sentía que al hacerlo mientras estábamos al aire me quitaba credibilidad como periodista, que era lo que ejercía en ese momento. Luego, cuando se habló de la noticia del día, yo me referí a una foto que había en redes sociales, en que se veía a las oficiales de la Policía de espaldas, todas con jean sin bolsillos, con la intención de provocar con el rabo. Era la estrategia, estaba clarísimo. Pues Artunduaga me regañó al aire, y argumentó que yo siempre provocaba a los oyentes con mi lenguaje soez. Y yo le respondí –al aire- que no comprendía cómo era que con la palabra rabo -que no solo no es una vulgaridad, sino que está en el diccionario- incomodaba a los oyentes, y no lo hacía él al insinuar que yo le hacía sexo oral a una banana.
Cuando salimos del aire el payaso me regañó, indignado y evidentemente humillado, y me dijo que si no estaba contenta, podía irme. Entonces apagué el computador, guardé mis cosas en la cartera y me largué. Y es por eso que no le temo al supuesto “patriarcado”, y aunque tenga mucho que perder, pues en ese momento no tenía otro trabajo, ni ahorros, no me iba a quedar bajo el yugo de su egocentrismo. Yo tengo muy claro que el ego es inversamente proporcional a la autoestima. No iba a permitir que volviera a regañarme sobre algo tan incoherente e injusto, así no tuviera cómo pagar el arriendo.
No es la primera ni la última vez que un hombre ha pretendido humillarme en un espacio laboral, y siempre los enfrento. Por eso me da risa que el feminismo se refiera a la opresión del patriarcado, poniéndose siempre en el lugar de la víctima. Señoras feministas, yo no he sido ni soy una víctima. Y entre los hombres sigo haciendo lo que se me da la gana, porque no veo desemejanzas. Yo sí sé defenderme, sin importar el riesgo que corra. Dejen ustedes de quejarse tanto y más bien cojan peso en esas tetas.