Me pregunto por qué en materia lingüística Colombia habrá escogido pensar de manera tan minúscula. Casi por norma las gentes de estos contornos privilegian los diminutivos como fórmula de sufijo sobre cualquier otra de las múltiples opciones conversacionales disponibles.
Lo explicaré: aquí resulta inusual que te ofrezcan postre, recibo, bolsa, factura, desayuno o almuerzo. A cambio te dan ‘postrecito’, ‘recibito’, ‘bolsita’, ‘facturita’, ‘desayunito’ y ‘almuercito’. Estos últimos ojalá acompañados de “su buen ‘juguito’ ”, su “ ‘huevito’ diario” y sus igualmente benefactores ‘yuquita’, ‘chocolatico’, ‘arrocito’, ‘carnita’ y ‘pancito’. O, peor todavía, ‘panecito’.
Quienes alcanzan alguna solvencia adquieren ‘su carrito’ y ‘su apartamentico’, montan ‘su empresita’, se ufanan de tener ‘su corazoncito’ y se buscan su ‘noviecito’ o ‘noviecita’. Si tienen cómo, piden ‘tintico’, ‘polita’ o ‘guarito’. Cuidan mucho su ‘trabajito’. ¿Enmascarará dicha costumbre una tendencia soterrada a conmutar la existencia en términos minimalistas y precarios?
Aquella proclividad tan nuestra a desvirtuar lo relevante mediante tal tipo de estratagemas se refleja en la tradición harto ramplona de decirle ‘sustico’ a un atraso menstrual o en desaguisados como el de bautizar a comisiones con compromisos estilo constituyente o acuerdos de paz ‘congresitos’. También en empalagosos clichés publicitarios tipo ‘tostaditas’, ‘calienticas’, ‘dulcesitas’, ‘saladitas’ o ‘antojitos’. O al rogar un ‘poquito’ más de tolerancia o solidaridad, cuando lo procedente sería exigir mucho más de ambas. Y desde luego en los hiperbólicos ‘chirriquitico’, ‘toditico’, ‘claritico’ e ‘igualitico’.
Durante tiempos uribistas el pésimo hábito se fue acentuando. Tuvimos un Uribito y nos hastiamos de oír proclamas en torno a “tres huevitos”, “soldaditos de la patria”, “el padre Marianito”, aparte, por supuesto, de “estas carnitas y estos huesitos”.
En ámbitos médicos el asunto toma connotaciones abominables, tal como lo señaló con brillantez Diego Trujillo en su comedia ‘Molestia aparte’, donde denunció el “póngase la ‘batica’ y présteme el ‘bracito’, que le voy a ‘colocar’ una ‘agujita’ en la ‘venita’ ”, tan de enfermera, o el antitécnico “en sus exámenes apareció una ‘manchita’ en el ‘riñoncito’ ” para minimizar los alcances terminales de un padecimiento nefrológico.’
¿Otros más? El palurdo atravesado pide ‘permisito’. El habitante de calle, la ‘liguita’. El amigo recostado que nos sablea cada fin de mes en pos de socorro pecuniario, un ‘prestamito’. El conductor de autobús, que se corran “pa ‘atrasito’ ”. El rebuscador se despide con su suplicante “reconózcame ‘alguito’ ”. Nuestras direcciones suelen estar ‘arribita’ o ‘abajito’. Así georreferenciamos. Las mujeres candentes visten ‘topcitos’ o ‘pantaloncitos’ calientes. A una agraciada la tildamos de “bien ‘hechecita’ ”. Aludimos a las dinámicas coitales como ‘gusticos’. Si alguien está rollizo lo motejamos de ‘repuestico’ y atribuimos tal condición a su hábito de “tomarse ‘la sopita’ ” con el debido rigor.
Termino con reflexión: cuando los independientes experimentamos el martirio rutinario de cobrar por teléfono, las recepcionistas acostumbran pedirnos un ‘momentico’, porque ‘ahoritica’ no disponen del dato. Luego fingen mirar el reporte de pagos para luego notificarnos, tras diez minutos, que el ‘chequecito’ no ha salido y que en consecuencia deberemos aguardar ‘un tiempito’, darles otro ‘placito’ y llamar en quince ‘diítas’. Ya en para ese punto no queda más que encomendarnos a la ‘Virgencita’, ‘Chuchito’ y ‘Diosito’, divinidades supremas de la tierra del diminutivo. Entonces, entre resignados e inquietos, terminamos preguntándonos si esto será país o ‘paisito’.