Madrid, 17 mar (EFE).- Convencido de que la vida «no tiene propósito ulterior», el colombiano Tomás González hace en «La luz difícil», novela con la que se presenta en España, un estudio de la aflicción sirviéndose de un padre que vive la muerte anunciada de uno de sus hijos, que marcará a toda la familia.
«Todos pasamos por el dolor intenso que nos producen el sufrimiento y la muerte de las personas que queremos, de esa experiencia nadie escapa, es parte de la vida», afirma el escritor, que ha desarrollado su carrera entre Estados Unidos y su Colombia natal.
Pese a que la aflicción que recorre la obra fue «extrapolada de aflicciones propias», González (Medellín,1950) indica en una entrevista con Efe que «la alegría, la luz, la capacidad de asombrarnos y de ver la armonía del mundo vuelve siempre a aflorar a la superficie».
«La humanidad ha descendido una y otra vez al infierno y ha vuelto a recuperar la aptitud para la alegría», dice.
El carácter vitalista del autor le lleva también a afirmar que «las experiencias son para vivirlas, a veces gozarlas, a veces padecerlas, y admirarse siempre».
«La vida es su propio propósito», enfatiza el autor, que dota a la novela de un lenguaje despojado de tintes dramáticos aunque el dolor atraviese la obra como una lanza desde la primera hasta la última página.
En primera persona, David, pintor, padre de tres hijos y esposo de Sara, cuenta la historia fragmentada de sus días desde que su hijo Jacobo decide morir para liberarse de los dolores causados por un accidente de tránsito que lo dejó parapléjico.
Mientras Jacobo viaja a un lugar de Estados Unidos donde su muerte sea posible, David observa cómo transcurren las horas en Nueva York aferrándose a la esperanza de una inevitable pregunta: ¿se arrepentirá su hijo en el último minuto?
«Ninguno quería la muerte, ni él, ni ella, ni yo, ni nadie, y la vida se aferra a este mundo con algo parecido al desvarío», afirma David en el capítulo doce de la novela.
Tomás González cree que, para quienes padecen dolores físicos intensos y no tratables, la muerte es liberadora y probablemente, asegura, «lo sea para todo el mundo», porque «vivir es difícil. Cansa. Hasta a aquellas personas con propensión a la alegría termina por agotarlas».
Por ello, la «idea de inmortalidad debería aterrarnos», afirma tajante un autor para quien la escritura se ha convertido en una necesidad vital.
La narración de «La luz difícil» (Alfaguara) alterna los días de Nueva York con la estancia de David, veinte años después, en una exuberante finca de Colombia donde, en compañía de una mujer contratada para que lo ayude en los menesteres de la casa, escribe el relato que el lector tiene entre sus manos cuando está a punto de quedarse ciego.
Y es que al autor le interesaba también intentar entender la visión de la vida que se podría alcanzar desde la vejez avanzada, además de hacer un retrato del amor conyugal a lo largo del tiempo.
«Una de las metas de la novela fue crear mi ancianidad imaginada, y para ello tomé tanto de mi vida como me fue posible», afirma el escritor, que dice sentirse «cómodo» en el género narrativo.
«También me gusta escribir poesía, pero este es un género difícil, pues no hay nada que uno pueda hacer para que el poema aparezca, y de esa forma puedes pasar en blanco los días y los meses», señala.
Entre las obras de Tomás González figuran las novelas «Primero estaba el mar» (1983), «Para antes del olvido» (1987), ganadora del V Premio de Novela Plaza y Janés, «La historia de Horacio» (2000), «Los caballitos del diablo» (2003) y «Abraham entre bandidos» (2010); el libro de cuentos «El rey de Honka-Monka» (1995) y un poemario, «Manglares» (1997-2006).
Mercedes Bermejo.