El artista colombiano Fernando Botero inauguró en Roma una retrospectiva de su obra, aseguró que Latinoamérica inspira sus pinturas y declaró que la responsabilidad de un pintor «es pintar, y pintar bien».
El Complejo del Vittoriano de la capital italiana conmemora la trayectoria artística de Botero con una exposición que abrirá al público desde mañana y hasta el 27 agosto, en la que se podrá observar casi medio centenar de sus obras.
«Mi inspiración viene de la América Latina como tema y después de mis conocimientos de la historia del arte y mi amor e interés por los grandes artistas del pasado», explicó Botero a Efe.
Efectivamente, muchas de sus obras, en las que trabaja desde hace más de cincuenta años, cuentan con un ambiente nostálgico que puede evocar su infancia en Colombia, país con el que siente «un contacto muy directo y fuerte con todo lo que allí sucede».
«No me siento exactamente un embajador de Colombia, pero amo a mi país», aseguró el pintor y escultor, y añadió que, a pesar de vivir en Europa desde hace muchos años, mantiene «un interés muy grande en América Latina» algo que a través de su pintura «se ve en el tema, que es muy latinoamericano, muy colombiano».
«La responsabilidad de un pintor es pintar y pintar bien, eso es lo que es importante», añadió, tras asegurar que su oficio «no es ser el comentarista político de todo lo que sucede».
Esta afirmación parece ser corroborada por los protagonistas de sus obras, que son representados desarrollando su oficio (como el «Contorsionista»), su cotidianeidad (con sus característicos pasajes de desnudos en camas) o su fe (como los curas de «Seminario») sin un estado de ánimo reconocible.
Los personajes de Botero no parecen sentir dolor ni placer e incluso se puede apreciar una separación entre ellos y el artista, que no juzga su comportamiento ni sus acciones sino que se limita a representarlos con su especial estilo.
Porque las características principales del artista colombiano son el volumen y la luminosidad de sus desnudos, que, explicó, surgieron de su pincel a raíz de su primera visita en 1952 a Italia, un país que considera «muy importante» en su formación porque por entonces era «mucho más permeable a las influencias».
«Las mujeres gruesas son muy del arte italiano porque los italianos fueron los que inventaron el volumen en el arte, que eso es algo que antes (del Renacimiento) no existía», comentó antes de destacar a pintores del Trecento y Quattrocento como Giotto y Masaccio como sus principales referencias.
En la exposición romana se encuentran obras como Mujer sentada, La fornarina (homenaje a la obra de Rafael) o el díptico Piero della Francesca que hacen referencia a autores del Renacimiento y que son claros ejemplos de la abundancia de los volúmenes de sus figuras.
Esta exuberancia de volúmenes se ve también en sus naturalezas muertas, que cuentan con reminiscencias de Cézanne, según explicó el comisario de la muestra, Rudy Chiappini.
Además, los colores claros, planos y uniformes, sin sombras significativas, que se aprecian en obras como Naturaleza muerta delante del balcón, Payaso o El baño también ayudan a dotar de inocencia a sus temas, que, sin embargo, buscan la sensualidad.
«En mis obras siempre hay una exaltación de la forma para probar una sensualidad que provoque placer», confirmó Botero en la rueda de prensa de presentación de su retrospectiva, y añadió que «a través del placer se produce una colaboración muy directa con el público».
La exposición cuenta además con cinco esculturas en bronce, como Caballo, de más de tres metros de altura y situada en la entrada del Complejo del Vittoriano, o Mujer a caballo, obras que, llamativamente en comparación con el resto de su obra, carecen de color más allá del negro.
A pesar de la temática religiosa de muchas de sus obras, como «El nuncio» o «Cristo crucificado», Botero negó ser religioso pero afirmó que un artista «no puede interesarse en la pintura sin interesarse en la religión».
Además renegó el maestro colombiano del concepto de «realismo mágico» bajo el que se etiquetan sus obras afirmando que en sus cuadros y esculturas «no hay nada mágico (…) no vuela nadie ni pasa nada surrealista», sino solo «cosas que parecen improbables pero no imposibles».
Las casi cincuenta obras del Complejo del Vittoriano de Roma están divididas en ocho secciones diferenciadas por tema y no de forma cronológica, algo que permite, según aclaró el comisario Chiappini, «tener por primera vez una visión conjunta de la obra de Botero».