La revista ARCADIA fue suspendida antes de publicar la que sería su edición 172. Sus autores y colaboradores, que se refieren a ella como #LaRevistaQueNoFue, le propusieron a La Liga Contra el Silencio publicar los artículos que ya no verían la luz:
“Las condiciones tienen que cambiar para que cambie la lengua”
Una entrevista con Juan Manuel Espinosa, subdirector académico del Instituto Caro y Cuervo, sobre el debate del lenguaje inclusivo.
Por Juan de Frono
¿En el español qué relación existe entre el género de una palabra y el género de una persona?
Antes que nada, hay que diferenciar entre géneros gramaticales, géneros como productos o como roles socioculturales y sexo biológico. Hay lenguas que pueden tener dos géneros gramaticales, como las lenguas romances, o tres, como el alemán, o ninguno como el inglés. También hay lenguas que no hacen distinciones entre géneros, sino entre animado o inanimado, por ejemplo. Todo esto sirve para decir que, si bien parece que hay una relación directa o transparente entre el sexo biológico, el género como rol sociocultural y el gramatical, lo cierto es que muy a menudo eso no ocurre.
Con respecto al plural genérico del español (“nosotros”, “todos”), este viene del latín, al igual que en las otras lenguas romances. En el largo proceso de dejar de ser latín, al español le ocurrieron dos cosas con respecto a los géneros: 1) Dejó el género gramatical neutro y se quedó con dos, el masculino y el femenino; esto hizo que las palabras en latín que eran de género neutro se fueran reasignando a uno u otro género restante. 2) Hubo una progresiva concordancia entre el género y las terminaciones de los sustantivos. Estas dos cosas hicieron que esa semejanza entre el género de las palabras y el género de las cosas o de las personas se hiciera más estrecha. Esta relación hace, entre muchas cosas, que sea difícil aprender los géneros de las palabras en otras lenguas porque a menudo no corresponden entre lengua y lengua. Por ejemplo, en alemán, “niña” tiene género gramatical neutro (das Mädchen) pero “mujer” tiene género gramatical femenino (die Frau), mientras que en español el género gramatical de “niña” y “mujer” concuerda con el género natural, y es el mismo para ambas.
Desde el punto de vista lingüístico, y partiendo del hecho de que todas las lenguas cambian conforme cambian las sociedades, ¿qué opina de la irrupción intempestiva o muy veloz del lenguaje incluyente, y sobre todo del uso de símbolos como la “x”, el “@” y la “e” para promover un nuevo género neutro?
Aquí hay varios temas. Tal vez el primero que podemos abordar es que una cosa es que se desee que el lenguaje sea incluyente, es decir, que el lenguaje refleje los valores que muchas personas deseamos en la sociedad en la que vivimos. Pero si se fija bien, las estrategias de incluir símbolos no son estrictamente para incluir personas, sino para no marcar de antemano el género gramatical. Volvemos a la diferencia entre el nivel gramatical y el nivel social de la lengua. Al borrar el género gramatical se busca poder acceder a la representación, pero más allá de eso, es también acceder al poder de nombrar. Segundo, no sabemos si la irrupción es tan intempestiva. Este tipo de acciones para eliminar el género se vienen usando desde hace décadas en otras lenguas. Nos podemos estar dando cuenta más rápidamente de ello gracias a que tenemos acceso a textos de otros países hispanoparlantes con una facilidad nunca vista, pero es difícil de asegurar.
¿Qué cambios implicaría en el español la inclusión de la letra “e” (el único símbolo pronunciable entre los anteriores) al final de las palabras de género masculino o femenino, en búsqueda de un supuesto género neutro?
Desde un nivel de la estructura misma de la lengua, no es fácil decirlo porque los hablantes presenciamos solo un instante en la historia de las lenguas. Nosotros a lo largo de nuestra vida podemos presenciar la entrada en uso de léxico nuevo, o el olvido de léxico que ya no se usa. Pero presenciar el cambio morfológico y sintáctico es más difícil porque esto ocurre mucho más lentamente. Pueden pasar décadas o incluso siglos para que esto ocurra en todos los niveles de la lengua.
¿Qué otra solución podría plantearse desde el punto de vista lingüístico para responder al reclamo de exclusión de ciertos sectores de la sociedad, como las personas trans?
La lengua es un sistema complejo que nos atraviesa desde que nacemos y forma parte integral de nosotros. No podemos separarnos de ella. Tanto es así que muchas veces tenemos pensamientos mágicos, como cuando las personas les escriben a los editores de diccionarios o a las academias para que retiren palabras del diccionario porque son soeces o despectivas, imaginando que al retirar la palabra el problema va a desaparecer. A veces creemos que al cambiar o borrar una palabra podemos cambiar la realidad. Cambiar la realidad con tan solo borrar una palabra del diccionario no ocurre muy a menudo. Como todo lo que ocurre con la lengua, las condiciones bajo las cuales los hablantes hablan esa lengua son lo que tiene que cambiar para que la lengua cambie o crezca. En ese sentido, distintos sectores de la sociedad que reclaman cambios en la lengua deben tener acceso a justicia, educación, salud, a proyectos de vida esperanzadores, a la seguridad de sus propias vidas para que la lengua verdadera y fielmente refleje ese acceso y esa inclusión.
Eso no quiere decir que no se pueda empezar por las palabras. A veces las palabras logran que los sectores sociales invisibilizados sean vistos, pero a menudo vemos con tristeza que, si esta visibilización no viene acompañada de acciones puntuales de acompañamiento no perdura en el tiempo. Triunfos al nivel de la inclusión en el lenguaje son valiosos y necesarios, pero nunca suficientes para lograr una verdadera inclusión. Sin embargo, hacer muchas cosas a favor de la inclusión sin tener en cuenta la lengua tampoco es hacer bien la tarea.
¿Usted cree que la lengua es machista o patriarcal?
La lengua habla de la realidad, y desde ese punto de vista alguien la podría caracterizar como si solo describiera el estado de las cosas. Pero la lengua también hace cosas en la realidad, y por ello actúa sobre ella. Si solo pensamos que la lengua refleja la sociedad o el contexto de los hablantes, y por ello está cargada de las ideologías o preconcepciones de esa sociedad, entonces fácilmente concluiremos que la lengua es conservadora, o machista o patriarcal. Pero los hablantes también hacen cosas con la lengua, y por ello afectan la realidad y afectan a la lengua. Y al hacerlo cambia –a veces– la realidad. Estos cambios pueden funcionar para propósitos políticos, como lo ejemplifica George Orwell en su novela 1984 y como lo podemos ver en cualquier manipulación de términos que son reportados en los medios de comunicación; o como cuando los médicos e investigadores logran determinar que un conjunto de síntomas es de hecho una misma enfermedad y a esa enfermedad le ponen nombre.
¿La lengua expresa en sí, en sus formas, lo que la sociedad ha sido y es?
La lengua es un sistema que transporta nuestro patrimonio (cultural, moral, psicológico, afectivo) a través de las generaciones y a través del espacio. Pero nuestro patrimonio es tanto las cosas que deseamos preservar como las cosas que desearíamos olvidar; es la lengua del cariño con la que le hablamos a nuestros hijos y a nuestros padres, pero también es la lengua con la que, si así lo queremos, nos insultamos y agredimos y creamos las condiciones para matarnos los unos a los otros. Aunque quisiéramos, no podríamos dejar de cargar en la lengua las cosas que no queremos. Esto ocurre porque es muy difícil dejar a un lado las cosas que no nos gustan de la lengua y quedarnos con lo que sí nos gusta. Pero al mismo tiempo, decir algo puede cambiar la realidad. El ejemplo que da J.L. Austin, que analizó esta función de la lengua en su libro Cómo hacer cosas con las palabras, es el del matrimonio: dos personas dicen un par de palabras bajo ciertas condiciones, y de pronto ya están casados; su presente, su futuro, sus responsabilidades y deseos cambian para siempre desde ese momento. En el caso que nos ocupa, en cierto sentido, quienes usan los símbolos como arroba o la equis para no marcar el género están haciendo algo en la realidad a través del lenguaje. Es una estrategia vanguardista, en el sentido de las vanguardias de inicios del siglo XX, quienes buscaban producir extrañeza en los espectadores, una especie de corto circuito en el diario ir y venir del mundo y del pensamiento de las personas.
¿Cree usted que el hecho de que más de mil académicos y solo una decena de académicas hayan pasado por la Real Academia de la Lengua Española ha influido en la relación entre lengua y patriarcado?
Sí, claro que debe haber influido.
¿La lengua está cambiando más rápidamente por cuenta de internet? ¿Cree que internet y las redes sociales, el uso del lenguaje allí, pueden acelerar cambios como estos en la lengua?
No sabemos si la lengua esté cambiando más rápidamente por cuenta de internet, o si nos estamos dando cuenta más rápidamente de los cambios de la lengua gracias a internet. También depende mucho de qué entendemos por “cambiar”: si quiere decir que las autoridades lingüísticas sentencien que algo cambió, eso es un proceso más lento que si entendemos el cambio como la adopción de palabras propias de la tecnología o de otra necesidad social, cultural o política por parte de los hablantes. Muchas palabras también desaparecen cuando la necesidad o relevancia desaparece. ¿Hace cuánto los hablantes no usan la palabra “betamax”? O un caso muy triste desde un punto de vista medioambiental, ¿hace cuánto los hablantes de la ciudad de Bogotá dejaron de usar palabras como “frailejón” o “mano de oso” o “chilco” y empezaron a referenciarlos simplemente como “árboles” o “arbustos”?
¿Cree usted en la posibilidad de que surjan formas de la lengua cuyo uso esté exclusivamente en las plataformas digitales?
Ya surgieron, son estas mismas formas (“x”, “@”), junto con las abreviaturas. Si pasan de moda, o si son absorbidas y surge una nueva necesidad, puede que surjan otras. La lengua nunca es estática, y las necesidades de los hablantes tampoco.
¿Para usted todavía tienen importancia las academias de la lengua?
Dentro del campo de fuerza que mencionaba al principio, las academias de la lengua española son un vector de fuerza bastante considerable que, a través de acuerdos entre academias y la formulación de herramientas como la Ortografía, la Gramática y los distintos diccionarios que publican, buscan la normalización o estandarización de la lengua. Pero, así como son una fuerza que presiona hacia un lado, también hay otros vectores que presionan hacia otro. En el caso del lenguaje incluyente, una institución que está presionando en múltiples lenguas al mismo tiempo es la Organización de las Naciones Unidas. Pueden buscar en Internet GenderTerm: Lenguaje con sensibilidad de género, una herramienta que se desprende de varios programas de la ONU.
El lenguaje incluyente es un fenómeno global. En el siglo XX podemos ver sus inicios en publicaciones de los años sesenta y setenta en el mundo anglosajón, y en los ochenta en España. Hoy, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, podemos encontrar las propuestas de lenguaje incluyente de Naciones Unidas a lo largo de muchos objetivos, en particular el quinto, “igualdad de género”.
¿Cómo se están dando estas discusiones entre hablantes de otras lenguas, considerando sus propias estructuras gramaticales?
En el inglés, por ejemplo, el Oxford English Dictionary ha encontrado evidencias del uso de “they” como pronombre singular desde 1375, y desde entonces ha sido usado con distinta insistencia y distintos grados de tolerancia y aceptación para remplazar “he” o “she” en casos donde el género se necesita ocultar, o donde no es necesario, irrelevante, desconocido o no binario. En 2015 la Academia Sueca de la Lengua incluyó en su diccionario el pronombre personal “hen” para no marcar el género.
Es algo que se está discutiendo en la academia?
Sí, la relación tan compleja de la lengua con la sociedad y la cultura son temas sobre los que se habla e investiga a menudo. El lenguaje incluyente es uno de ellos, pero también el lenguaje claro para la comunicación del Estado con la ciudadanía, o los desafíos en la documentación de las lenguas indígenas para sus procesos de revitalización lingüística que buscan las comunidades.
¿Existen ya investigaciones lingüísticas serias sobre el lenguaje incluyente?
Sí, pero está publicada sobre todo en inglés, como ocurre con cualquier campo de investigación en este momento. Recuerdo, por ejemplo, un artículo de Sergio Bolaños Cuéllar, de la Universidad Nacional, titulado “Women’s language: a struggle to overcome inequality”. Y tal vez puedo recomendar, de nuevo, los libros de Deborah Cameron. Desafortunadamente, todos los que tratan de cuestiones lingüísticas están en inglés.
Juan de Frono es periodista y poeta.