“La gente joven está convencida de que posee la verdad. Desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad”.
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Pensé en esto varios días hasta que me topé justamente con esta frase de un humorista español ya muerto, Jaume Perich.
Esa gente joven es la que abrió la “primavera colombiana”, la resistencia, el desahogo, el desenfreno, la rabia antes contenida ahora explotada, todo lo que ha traumatizado a Colombia desde el 28 de abril pasado cuando creíamos que lo peor de la pandemia estaba pasando, cuando buena parte del país solo pensaba en reactivación económica, social y educativa, en volver a ver a nuestros niños jugando en los patios de sus escuelas, en más empleo, en atacar la pobreza producida por el “correctismo” político* del Presidente y de los alcaldes con sus medidas extremas de confinamiento, que llegaron en la misma bolsa del Covid; cuando nos preparábamos a debatir sobre lo que decidiríamos en el 2022 para los siguientes cuatro años. (*Ver mi columna “La mosca 19”, marzo de 2020)
Y con esos jóvenes llegó el monstruo de la anarquía que, aún en medio de la pandemia, fue alimentado por los nuevos gobiernos locales imbuidos de “progresismo”, de nuevos aires, de radicales cambios, de miedoso respeto al “superior” derecho a la protesta. Ahí va esa aberración disfrazada de manifestación destruyendo sistemas de transporte, empresas y empleos. Y la confianza.
Varios de los padrinos del monstruo, incluidos algunos alcaldes y gobernadores, se aliaron con el nuevo mesías de la extrema izquierda, aún resentido por su derrota del 2018 creyendo que así ganará en 2022. Y con la inesperada complicidad de un gobernante nacional inexperto e incompetente en los grandes asuntos del Estado, recluido en su palacio de cristal del poder, jugando a ser príncipe con la corona heredada del rey político que fue derrocado constitucionalmente. Un rey al que ya ni escucha ni voltea a ver.
¿Por qué protestan estos jóvenes, marchan, gritan, se sacrifican y, según algunos, “se han hecho matar”?
¿Su grito herido está en el camino correcto, están peleando por las reformas adecuadas y el beneficio general? ¿Lo que exigen es racional, posible y sirve a todos?
A ver. Poco o nada de ello es un sí.
Los derechos que reclaman ya existen y se han materializado, en buena parte, gracias a dos cosas: la Constitución del 91, que se redactó sin un grito ni un herido, y el crecimiento económico del país. Desigual, sí, bastante, pero crecimiento, al fin y al cabo; lo de la desigualdad se puede resolver, pero sin crecimiento la única igualdad que se puede repartir es la de ser todos pobres. Hoy más de 22 millones de colombianos, incluyendo el grueso de esos jóvenes, tienen salud gratis, otros 11 millones – niños y jóvenes – educación primaria y secundaria gratis y parcialmente la superior; programas como Familias en Acción y Jóvenes en Acción que cubren a más de 4 millones de personas, y el ingreso solidario de la pandemia ahí va girándose mes a mes.
¿Falta? Mucho, y por razones de las que varias no están en el pliego de peticiones de la juventud rabiosa: un esquema de privilegios que llega a una minoría de la que hacen parte sustancial ¡oh sorpresa! quienes promueven la protesta, los sindicatos y la oposición al gobierno: altos salarios del Estado, pensiones jugosas que se quedan con más de $43 billones anuales (y creciendo), tamaño del Estado (otros $220 billones) que, ah caray, quieren esos promotores que siga engordando pese a que ha aumentado el 700% entre el año 2000 y el 2020. Así que la rabiosa juventud les hace el juego a quienes rechazan reducir el Estado y reformar el sistema pensional que otorga enormes privilegios a buena parte de esa minoría sindical y de servidores públicos, pagados por ¿quiénes? Entre otros por esos jóvenes, ahora o después, que estarán endeudados por décadas para cubrir este Estado gigante y la tronera pensional pública.
¿Muchas exenciones a grandes empresas? Sí, hay que reducirlas o eliminarlas. Pero a su vez, las personas naturales tributan muy poco en renta, apenas el 1,2% del PIB cuando el promedio en América Latina es del 2,3% y en la OCDE del 8%; hay países como Dinamarca con el 24%, Islandia el 14,7% y Nueva Zelanda el 12,8%. En tanto, más del 24% del recaudo tributario en Colombia los pagan las empresas frente a menos del 10% en el promedio de la OCDE.
Suena bello, enternecedor, bucólico, hablar de una “primavera colombiana” de los jóvenes. Como aquella que impregnó a buena parte del Medio Oriente hace 10 años y que hoy muestra más que cenizas: Siria y Libia destruidas; en Yemen, Túnez y Egipto, aunque tumbaron a sus dictadores, las consecuencias han sido terribles. Diez años, medio millón de muertos y 16 millones de desplazados después, ese Medio Oriente es menos libre y está en peores condiciones que entonces.
El genial francés Víctor Hugo dijo “En los ojos del joven, arde la llama; en los del viejo, brilla la luz”. Agregaré que encender una llama muy fuerte puede dar muchas luces, pero tiene el gran riesgo de provocar un incendio.
Por Melquisedec Torres
Periodista y abogado
@Melquisedec70