Me niego a que la paranoia colectiva que se vive en redes sociales en contra de los hombres permee mi día a día. Es real que las cifras de mujeres abusadas –de cualquier forma- por los hombres son terroríficas, pero a los únicos dos hombres que tuvieron conductas abusivas conmigo ya los puse en su sitio. Con excepción de esas dos experiencias –y al menos sobre lo que tengo conciencia- los hombres siempre me han respetado. Cuando camino por la calle y me dicen algún piropo que no he pedido, los regaño como debería haberlo hecho la madre que los parió y quedan asustados. Efectivamente se sienten regañados, lo puedo ver en sus caras. Siempre he sido más temeraria que valiente, razón por la cual -aunque existe la posibilidad de que uno de esos energúmenos me dé en la jeta- me arriesgo. Y si es el caso, comenzaré a gritar como si se tratara de un incendio. También regaño al gomelo que me dice un piropo que no le he pedido cuando voy al Coq (una discoteca en el norte de la capital), pues eso de que solo cuando piropea un ñero es acoso, no aplica para mí.
Mi mamá nunca me habló de empoderamiento femenino, pero me dio el mejor ejemplo. Nunca me habló de los derechos de la mujer. Fue tarde en la vida cuando entendí que los hombres y las mujeres no tenemos los mismos derechos u oportunidades, y para cuando lo comprendí ya llevaba años en la lucha por la igualdad, a mi manera, como lo he hecho siempre. Las feministas pueden dejar de recordarme que puedo votar gracias al feminismo, no solamente porque yo no ejerzo ese derecho –me niego a hacerlo-, sino porque a mí también me enseñaron historia en el colegio. Mi conflicto no es con el feminismo que luchó para que yo tuviera algunos derechos, mi problema es con ese mensaje pseudofeminista de muchas mujeres que se hacen llamar feministas hoy y hace unos diez años.
No soy misógina y machista por señalar a la dizque escritora y periodista que se convirtió en actriz porno y ahora dice ser feminista. Soy una persona que se niega a que sus sobrinas un día crean que mostrar el ano públicamente es ser feminista. Tampoco soy machista por estar en desacuerdo con las cirugías estéticas por pura vanidad, soy una persona que quiere que sus sobrinas sepan que son perfectas tal y como son y puedan amarse a sí mismas sin acudir a un quirófano in-ne-ce-sa-ria-men-te. Yo no odio a las mujeres. Odio –en todo caso- a los hombres y a las mujeres. Odio –si insisten en usar esa palabra- a la raza humana que debería ser exterminada para salvar a la tierra.
No creo en las campañas con hashtags y la del #YoTambién no es la excepción. Hay millones de mujeres alrededor del mundo poniendo #YoTambién en sus redes sociales para generar conciencia sobre el acoso que padecen ante los hombres. Pero –casi- nadie ha denunciado al agresor, lo que le deja vía libre para seguir acosando. El hombre que acosa a una mujer ha acosado a otras, y cuando no lo denuncian le permiten que acose a más mujeres. Entiendo que no todas las que son maltratadas o acosadas pueden denunciar al agresor, pero eso no les quita la responsabilidad de hacerlo, siquiera para proteger a otras mujeres.
Yo –obviamente- hablo desde mi experiencia y –obviamente- lo que escribo es subjetivo, pues esta es una columna de o-pi-nión. No es mi culpa tener los privilegios que tengo en la vida para haber sido capaz de denunciar públicamente a mi agresor, y nadie logrará hacerme sentir culpable por ello. Lo he dicho muchas veces, no soy feminista, soy “humanista”. No por decir lo que pienso estoy peleando, no es eso lo que me hace una “peleona”. No es porque no soy feminista que soy cool, soy cool porque soy Virginia Mayer. Y no pretendo agradar a los hombres al afirmar que no soy feminista, pretendo ser honesta conmigo misma y con mi discurso. La grandísima mayoría no es consecuente con su discurso, sin embargo yo sí hago un esfuerzo por serlo cada día.
Yo no me devolví a vivir en Colombia para ser un borrego más. Esta soy yo, lo que ven es lo que hay.