“Hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria”.
Un mensaje de unión fue el que el papa Francisco entregó a más de 1 millón de feligreses que se aglomeraron en el parque Simón Bolívar para escuchar su palabra.
La presencia del sumo pontífice se sintió en cada rincón y ni la lluvia, ni el frío, ni el poco espacio que había entre cada uno fue un obstáculo para vivir la experiencia de recibir la bendición del mayor jerarca de la iglesia.
Cuando aún el sol se ocultaba la gente caminaba hacia el corazón del parque, buscando estar más cerca de la tarima en la que más de 200 obispos acompañarían a Francisco.
Caminaban adultos mayores, jóvenes, niños, personas de todos los estratos sociales, de todos los rincones del país, discapacitados… Todos caminaban juntos y por un momento, como rara vez sucede en la cotidianidad del país, las diferencias no importaron.
Ellos llegaron hasta ese lugar y soportaron los radicales cambios de temperatura por ver y escuchar al papa, para pedirle que intercediera por sus enfermos, por los presos, por los pobres, por los más necesitados.
Y entonces cayó la primera lluvia. El cielo se nubló por completo y poco a poco la visibilidad se fue disminuyendo por la intensidad con la que caían las gotas. Pero nadie se movió. Nadie gritó. Nadie corrió. Las miles de almas que habían llegado hasta ese lugar, movidas por su fe, permanecían ahí, esperando.
Y volvió a suceder. Después de casi una hora la lluvia volvió a aparecer, esta vez con más fuerza que la anterior. Pero, como si se tratara de una prueba para los asistentes, ellos esperaron pacientes, a la espera de que en algún momento apareciera el papa latinoamericano, el humilde, el cercano a la gente que no le gusta cumplir los protocolos.
Entonces, sucedió. Los presentadores del evento anunciaron que el papa Francisco había salido de la Nunciatura Apostólica, con rumbo al parque Simón Bolívar, y el sol se asomó.
En su tercer recorrido en el papamóvil el pontífice sonrió y saludó a quienes lo esperaban. Fue un trayecto más corto y más lento que los dos anteriores. Después de 30 minutos, bajó del vehículo para subir a la tarima mientras las miles de personas le gritaban “Francisco, Francisco”.
“Queridos hermanos… La palabra de Jesús tiene algo especial que no deja indiferente a nadie; su palabra tiene poder para convertir corazones, cambiar planes y proyectos. Es una palabra probada en la acción, no es una conclusión de escritorio, de acuerdos fríos y alejados del dolor de la gente, por eso es una palabra que sirve tanto para la seguridad de la orilla como para la fragilidad del mar”, dijo el papa al comienzo de su discurso, centrado en las posibilidades de salir adelante que tiene una nación si se une.
“Esta querida ciudad, Bogotá, y este hermoso País, Colombia, tienen mucho de estos escenarios humanos presentados por el Evangelio. Aquí se encuentran multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana. Pero también aquí, como en otras partes, hay densas tinieblas: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras, las tinieblas del irrespeto por la vida humana. A todas esas tinieblas Jesús las disipa y destruye”, manifestó.
Durante la santa misa del obispo de Roma el silencio se apoderó de la inmensidad del Simón Bolívar. El silencio fue la mayor virtud que los Colombianos le revelaron a su santidad para demostrarles que este país mantiene viva su fe.
“Aquí, como en otras partes, hay densas tinieblas: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras, las tinieblas del irrespeto por la vida humana. A todas esas tinieblas Jesús las disipa y destruye”.