Una característica que poco me gusta de Bogotá son esas cuadras relargas que generan colegios, universidades, conjuntos cerrados, destacamentos militares… esas especies de muros invisibles que separan y fraccionan barrios, que imponen la idea de que lo privado prevalece sobre lo público y que, además, obligan a caminar centenares de metros para poder cruzar. No son un crimen, no son un delito. Simplemente son aburridoras y excluyentes.
Una de esas manzanas que ocupan, entre otros, el Centro Comercial Atlantis y el Colegio Nuevo Gimnasio en las calles 80 y 81, entre las carreras 11 y 14. Una barrera de cinco cuadras de longitud (las consabidas carreras con numeración y letras A y B) a la que ahora le apareció una fisura, una cuadra al occidente de la carrera 11.
Se trata del nuevo paso peatonal entre las calles 80 y 81, que son el resultado de la construcción del edificio Ochenta81, que decidió regalarle a la ciudad este nuevo espacio público.
Es un amplio pasaje peatonal que permite el acceso a los apartamentos y al hotel que funciona en ese edificio, así como a algunos locales comerciales.
Los constructores del edificio hubieran podido “aprovechar el lote” y construir hasta el límite mismo con el colegio e instalar unos accesos al edificio por ambas calles. Pero prefirieron abrir ese espacio, en el cual, además de los accesos peatonales al edificio y los locales, se construyeron jardineras, muros verdes, se instalaron bancas. Un espacio que también puede aprovecharse como fotomuseo. En síntesis, un pequeño remanso de paz y de amabilidad para los caminantes del sector, sometidos desde hace décadas al agite comercial y al tráfico intenso del sector de El Lago.
El edificio, además, colinda con la nueva sede de la Galería El Museo, que está ubicada sobre la calle 81. De ese modo la galería queda unida al recorrido de centros de arte que funcionan en la calle 80 y, hacia el sur, por algunas de las carreras que desembocan en esa calle. Un recorrido que los aficionados al arte disfrutan mucho cuando se organizan las noches de galería.
No es una gran obra arquitectónica, no es un hito que marca un antes y un después en la historia del urbanismo en Bogotá. Pero sí es justo reconocer esos pequeños esfuerzos individuales que, sumados aquí y allá, hacen posible que la ciudad sea un poquito más habitable.