¿Les pasó alguna vez, de niños, que creyeron que acabar con la pobreza debía ser solo cuestión de imprimir más billetes? Quizás sintieron que era asombroso que la solución, evidente, no se le hubiera ocurrido antes a alguien. ¿No es sentido común acaso? La atracción de estas soluciones, las totales, las que prometen resolver un problema complejo en poco tiempo y con decisiones disruptivas, es que es fácil llegar a ellas y parecen eficientes. Además: ¡nos hacen sentir taaaaan brillantes!
¿Ejemplos? Recuperar una posición geopolítica a los madrazos; acabar con la inmigración y tráfico de drogas con aranceles; solucionar todos los problemas de un país en un periodo gubernamental sin diálogos ni acuerdos; acabar con grupos guerrilleros/independentistas o reivindicativos de cualquier índole solo con soluciones militares; transformar una economía agraria a través de una rápida industrialización y colectivización en 4 años.
Prometer soluciones totales no se limita a una corriente o partido político, es un deseo a veces inconsciente que tenemos como seres humanos. Según el Génesis (en la versión Reina Sofía de 1960 de la Biblia), ni el dios hebreo en su infinita sabiduría escapó del hechizo que generan las soluciones totales. Así, cuando estuvo cansado de lo mucha que es la maldad de los “hombres”, plantea raer de sobre la faz de la tierra “a los hombres que he creado”. La justificación de las soluciones totales con frecuencia se asocia a la idea de justicia: en este caso, la tierra está corrompida y llena de violencia. No importa que para resolver se presenten daños colaterales. Aquí el diluvio no solo castigó al “hombre”, sino “hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo”.
Antonio Caballero, cuando hablaba de políticos que prometían soluciones totales, solía recordar la fábula de Esopo sobre las ranas que pedían un rey. Estas era unas ranas que vivían en un pantano sin orden ni ley. Cansadas del desgobierno, le pidieron a Zeus un rey. El dios les mandó un tronco que, al caer, produjo un gran ruido y las asustó. Conforme pasaba el tiempo, las ranas se dieron cuenta de que el tronco rey no se movía, por lo que empezaron a caminarle encima y le perdieron el respeto. Entonces las ranas decidieron pedir un nuevo rey, más efectivo. Zeus les mandó entonces una grulla… que se las comió a todas.
Esopo no menciona qué decían las ranas mientras eran comidas, pero seguro más de una, mientras veía cómo se comían a otras y antes de ser devoradas, pensaban: “Qué bien, por fin un rey que instaure algo de orden, ¡ahora sí se vienen los buenos tiempos!”.