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Opinión: Trump, el conquistador

El regreso de Trump prevé años complejos para la lucha social en el marco de la defensa de los derechos humanos, con especial énfasis en poblaciones y sectores sociales que se encuentran es situación de desprotección y atraso a la hora de acceder a servicios sociales básicos. Por: Juan Carlos Prieto García

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El presidente estadounidense Donald Trump en la Oficina Oval en la Casa Blanca en Washington el 13 de febrero del 2025. (AP foto/Ben Curtis) AP (Ben Curtis/AP)

Cuando hace unos años escribía para este medio de comunicación sobre la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. (2016), jamás pensé que volvería a preocuparme por las decisiones que, en medio de su posesión, tomaría a favor de lo que él y sus seguidores llaman América, que, por supuesto, es el mismo continente en el que habitamos las y los latinos, muy en contra de sus preferencias y gustos políticos y personales.

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Lo cierto es que su postura conservadora, por llamarla de alguna manera, prevé años complejos para la lucha social en el marco de la defensa de los derechos humanos, con especial énfasis en poblaciones y sectores sociales que se encuentran es situación de desprotección y atraso a la hora de acceder a servicios sociales básicos. Y, aunque me hierve la sangre pensar que muchos y muchas de sus electores son latinos y, peor, abiertamente diversas sexualmente, lo cierto es que hoy es el presidente de esta potencia mundial que nos mira a todos los países latinoamericanos con desdén y no ha tenido el menor temor de hacer declaraciones como todo un conquistador contemporáneo, al mejor estilo de Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, o, inclusive, como uno de estos personajes ficticios de las películas de superhéroes que se atribuyen el derecho de acabar con la mitad de la población mundial para restablecer el orden del universo.

Pero, en medio de medidas exageradas en temas como la migración, las relaciones diplomáticas, la eliminación de órdenes ejecutivas, el ajuste de las instituciones estatales, el retiro de coaliciones internacionales, entre muchas otras, se deja entrever una postura muy radical con relación a las personas LGBTIQ+, sobre todo hacia las personas transgénero, que, de lejos, son las más golpeadas por la falta de garantías en sus derechos.

Aunque no soy una persona trans, duele ver cómo un Estado que debe ser garante de derechos, toma decisiones que excluyen, segregan y materializan más violencias y representaciones sociales negativas hacia los logros alcanzados por estas personas en materia de reconocimiento, identidad, trabajo, salud, vivienda y educación.

Es posible que al leer estos párrafos muchas personas no entiendan la complejidad de lo que realmente significan estas decisiones; pareciera que es un asunto de “ordenar” lo que los feminismos y las ideologías malsanas de género han querido imponer. Pero lo abrumador de toda esta situación es que en pleno siglo XXI las decisiones sobre la vida de las personas trans las sigan tomando los machos blancos, heterosexuales, adinerados y en posiciones de poder, desconociendo las vivencias y las barreras sistemáticas que enfrentan hombres y mujeres trans para acceder a derechos fundamentales que estas visiones patriarcales han tenido garantizados desde su nacimiento.

Podemos, entonces, creer o no lo que significa construir una identidad diversa; podemos estar en total desacuerdo o quizá creer que este es un asunto de personas adultas tomando decisiones adultas; pero lo realmente cierto es que las decisiones obtusas de un grupo de líderes mundiales puede incluso seguir profundizando brechas, violencias y, sobre todo, cobrando muchas vidas en el territorio estadounidense, como también permeando con mensajes muy potentes y preocupantes a otras regiones del mundo en detrimento de los derechos humanos, constituyendo un retroceso sin igual en materia de igualdad.

Que Trump intente eliminar la posibilidad para que las personas transgénero ingresen a las fuerzas militares, las excluyan de los deportes o sean trasladadas de una cárcel femenina a una masculina, son solo ejemplos de la agenda que arranca en EE. UU hacia todas las personas LGBTIQ+ y es que acá nadie está o estará a salvo; por ello, es el momento de consolidar estrategias continentales para frenar esta oleada perversa.

Ya Argentina dio muestra de su talante a principios de febrero, cuando en contra de las declaraciones nefastas de su presidente, marcharon en varias ciudades, incluida Buenos Aires, para manifestar con contundencia que al closet jamás volveremos y que, muy a pesar de lo que puedan pensar o decir de nosotras, nosotros y nosotres, nuestra lucha seguirá dibujando de colores y alegría las calles de cualquier ciudad del mundo para decir que ¡acá estamos y seguiremos!

En su página web, Amnistía Internacional declaró que las medidas impulsadas por el gobierno de Trump dan continuidad a un “patrón cruel”, instaurado para crear políticas basadas en el miedo, odio y rechazo. El diario El País de España registró cómo este gobierno republicano desconoce la posibilidad de construir otro tipo de identidades, más allá del sexo biológico, con la firma de una orden ejecutiva que obliga a que los pasaportes, los registros de la seguridad social y otros documentos de identificación oficiales, solo pueden reflejar el sexo asignado al nacer.

Así pues, con esta vertiginosa y prematura agenda anti diversidad, es probable que muchas de sus políticas repercutan directamente en los logros obtenidos por otras administraciones de la mano del movimiento social: la reforma sanitaria, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la lucha contra la discriminación a través de programas sociales, los derechos sexuales y reproductivos, la investigación científica, entre otras.

Y aunque el freno a algunas de estas medidas se está cocinando en los estrados judiciales, la movilización ciudadana y la presión internacional, llama mucho la atención esta cruzada contra lo que se considera extraño, anormal y antinatural; esta “preocupación” por una única forma de vida, una exaltación a que lo correcto está por venir y que estas situaciones serán superadas gracias al trabajo arduo de las y los ciudadanos que, otrora, eran señalados como transfóbicos, discriminadores, racistas o misóginos. Hoy con estas acciones les dicen ¡No!, el problema no es de ustedes, es de esos colectivos LGBTIQ+, feministas, migrantes, afros, que en los últimos años han venido introduciendo en la sociedad un discurso progresista y dañino.

Hoy, la preocupación mayor está en reafirmar sus creencias, el rechazo y culpar a las y los demás de las complejidades del mundo contemporáneo, en pensar que todo se resuelve con sacar de los baños a las mujeres trans y hombres gais por presuntas y presuntos violadores, quizá prohibiéndoles participar en competencias deportivas o en poner el nombre con el que se identifican en su documento de identidad, mientras la crisis ambiental y del agua, los fenómenos naturales, la guerra, el narcotráfico, el fentanilo, la carrera armamentista siguen su curso ante el gigante ego de nuestro salvador y conquistador Trump.

Podríamos simplemente observar el desmonte sistemático de nuestros derechos, creer que todo lo tenemos, pensar que es un asunto de otros y otras o que nunca pasará nada conmigo; pero lo cierto es que cuando tocan a una o uno de nosotros, nuestro deber es el llamado a la acción: por esa niña que ha sido discriminada en su escuela o por esa persona que fue encarcelada en Rusia por darle un beso en la calle a su amor; por ese joven que piensa un domingo en la soledad de su habitación en quitarse la vida o por esa mujer trans que la sociedad llevó a prostituirse por falta de oportunidades.

Es momento de llamar a la unidad, a la movilización desde diversos activismos, a la empatía y al rechazo a ese sistema que nos ha oprimido por años pero que siempre ha tenido a seres humanos valientes que le han hecho frente y que hoy, gracias a su legado, nos impulsa con orgullo a gritar en las calles o en el lugar que nos encontremos, que somos por existir.

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