Opinión

Feliza Bursztyn: memoria urgente de Gabriel a Gabriel

Una visión del más reciente libro de Juan Gabriel Vásquez y su nexo con Gabriel García Márquez. Por: María del Pilar Rodríguez

Los nombres de Feliza
Juan Gabriel Vásquez

Nunca había leído a Juan Gabriel Vásquez. Compré el libro “Los nombres de Feliza”, biografía de la escultora colombiana Feliza Bursztyn, el 10 u 11 de enero, en Cartagena, en la librería del Fondo de Cultura Económica en el Claustro de la Merced, -donde reposan las cenizas de García Márquez y Doña Mercedes-. Más por no encontrar copias en otras librerías cercanas, que consciente de la carga simbólica de ello.

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Breve nota del Olor de la Guayaba de Feliza Bursztyn”, y “Los 166 días de Feliza” son los títulos de las columnas en las que Gabriel García Márquez contó en 1981 y 1982 el exilio y posterior fallecimiento de la escultora colombiana en el marco del “Estatuto de seguridad”. Memorias que fueron y siguen siendo urgentes para quien comprenda su dimensión histórica, tal cual le pasó a Juan Gabriel Vásquez hace casi treinta años cuando las leyó en el Tomo 5 de Notas de prensa, y empezó el camino que hoy es libro.

Lectura que es una buena lección de historia, política, arte, y hasta un impulso para exigir que las camas -obra de Feliza- vuelvan a exhibición permanente con sus motores encendidos, al Museo Nacional de Colombia. Recordándonos por demás el tortuoso camino que han tenido que vivir las intelectuales de nuestra nación para que se respete su voz. Memorias que para mí como mujer dedicada a la creatividad y las artes infieren un papel adicional: bálsamo revitalizante frente a los obstáculos que no pocas veces asaltan mi camino de feme latinoamericana, desarrollando utopías con el pasado como herramienta fundamental, tal cual Feliza: ella con chatarras y yo con obras e historias.

Narración que por momentos tiene una agitación sintáctica que dificulta comprender a la primera ciertos apartes. Un pecado venial que, aunque el punto de partida -tan publicitado- aparece como una apuesta mercadológica inestimable -García Márquez-, confirman el resultado como una construcción sobre la única razón genuina para hacer arte: el imperativo de la sensibilidad.

Inicié la búsqueda de un ejemplar porque la figura de Feliza Bursztyn me emociona. Conocí de ella a través de otras páginas: Elogio a la locura de Marta Traba, en medio de esos lazos con la modernidad artística de Colombia que tengo más allá de lo que me acuerdo, y la custodia figura de ello: Daniel Alberto Alejandro María de la Santísima Trinidad Obregón Rosés, más conocido como Alejandro Obregón, - que es mi héroe desde la tierna infancia, aún sin saber por qué-. Y que en este libro me ha sido revelado desde otras aristas, igual que Marta Traba, y otros singulares personajes que siento tan cercanos como es claro le pasa al autor.

Me vi como en un espejo, y no por pensar que ya estoy a la altura de mujeres tan determinantes para el arte nacional, sino porque Vásquez se acerca a las cotidianidades de esta escultora desde temas como la vanidad, la belleza, la amistad, la pasión y la coquetería, que también están presentes en la vida de una mujer dedicada al oficio del arte y la reflexión. Narraciones que me quitan el peso -que a veces parece pecado- de que con las mismas manos que tecleo unas líneas, o dirijo un proyecto, me ocupe de estar bellamente vestida o que me quede bien puesto el delineador…

Esta publicación, que tal cual las columnas de García Márquez al respecto, tiene tanto de denuncia como de lealtad, se constituye en una biografía digna y fidedigna de Feliza Bursztyn; al punto de conquistar la atención de una testigo de aquellos días, mi maestra y amiga, la curadora de arte, alumna de Marta Traba: María Teresa Guerrero. Lo que menciono solo con el ánimo de corroborar que el elogio -si así quiere verse- a este libro, no es solo un acto de una acérrima fan de esa época, sino fiel a una visión compartida por quienes tienen más herramientas que yo para juzgar.

La editorial anuncia con bombos y platillos el juicio que salió en no sé qué periódico internacional de que Vásquez es el nuevo gran escritor de Colombia, después de García Márquez, y yo no he leído más del primero como para decir si eso es exageración o verdad. Lo que si me atrevo a asegurar, es que me parece injusto que comparen a los Gabrieles, porque a juzgar por este libro, Vásquez se construye su propio camino usando su intuición y su necesidad de expresarse como verdad, y eso le debe dar la libertad de ser el escritor que es, sin otro Gabriel -ángel o no- haciéndole sombra a su andar.

Aplaudo el libro, pero sobre todo su capacidad de recordarnos en letra y sensación, que este país está hecho de un montón de chatarras valiosas que, si nos detenemos a revisar, nos revelaran la fuerza de llamarse Feliza, rebeldía, determinación, creatividad, colombiana. Una memoria urgente de Gabriel a Gabriel.

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