Desde que comencé a ir al estadio Metropolitano, en la época de la Juniormanía, por allá en 1991, inicialmente con Javier Ferreira, Victor Pacheco, e Iván Valenciano, el coloso de la Ciudadela 20 de Julio era literalmente una caldera. Lleno a reventar en cada jornada. Y cuando la fiebre continuó con Carlos “El Pibe” Valderrama entre el 93 y 95, ni se diga. Eran otros tiempos, la plata alcanzaba para todo, y valía la pena el gasto porque el fútbol de esos cracks era de otro mundo.
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Pero algo pasó después de eso. No sé si en lo deportivo, en lo económico, o en la falta de grandes refuerzos, de cartel. Vino Omar Pérez, en el 2004, y el Metro sólo se llenó en el juego de ida de la final contra Nacional. Pasó con Giovanni Hernández, igual. Sólo en contados partidos de la liga local, copa Libertadores, y los dos títulos de “El Príncipe” con el onceno rojiblanco en el 2010 y 2011. Llegó Michael Ortega en su reemplazo, y pasó más con pena que con gloria. Retornó Macnelly Torres, y la labor de mercadeo del equipo en ese momento sirvió. El estadio tenía otro semblante. Pero todo terminó cuando “Mac” decidió irse para Nacional, en un movimiento muy criticado por la afición tiburona. Y tomando como referencia los últimos títulos del equipo, sin un 10 de renombre, pero con nombres como el de Teo, Viera, Luchito, entre otros, el estadio sólo se llenaba en finales. Nada más. Pasó Juan Fernando Quintero, y más se llenó en su presentación que en un partido.
Me pregunto entonces, ¿sí será James Rodríguez el hombre que reviente nuevamente el estadio Metropolitano? ¿Será sólo su nombre el que ayude a comprar abonos y boletas en Barranquilla? Si me lo preguntan a mí, y en medio de esta afición que no tiene dentro de su canasta familiar apoyar en masa a Junior, yo digo que no. Y no lo digo porque crea que aquí la gente es la de escoger partidos para ir al estadio, o por algún resentimiento hacia el equipo o la familia Char. No. Junior dejó de ser ese termómetro que medía pasiones todos los domingos, y por muchas razones seguramente. Hoy no es prioridad en la vida del barranquillero. Alimenta pasiones en cierto sector. Seguro que sí. Sale más fácil, inclusive, ver los partidos en casa, con la familia, o en una tienda de barrio, con unas cervezas económicas, o en un plan de amigos, en un estadero, con buena música y en busca también de otra diversión.
No dudo que, de darse la llegada de James a Junior, se convertirá en la contratación más rimbombante del fútbol colombiano en los últimos años. Pero sí dudo que el estadio, con su sólo nombre, llegue a meter a la afición rojiblanca en cintura, y se convierta en récord de taquilla cada domingo en casa.
Al mundo Junior le pido disculpas, pero lo dudo.