La resistencia en Cali ha sido como el agua; de hecho, muchos de sus barrios fueron construidos sobre el agua: Pino Gordo, Potrero Grande, Aguablanca, Mocoa, La Marucha, Cascajal, se llaman algunos de esos cuerpos de agua sobre los que están nuestros pies hoy. Están debajo de nosotros. Algunos sobresalen en ciertos puntos y cuando las calles se inundan nos avisan de su inequívoca presencia. La resistencia es como el agua, pienso: cuando se la intenta estancar, ocultar, canalizar o arrasar, tarde o temprano regresa para decir que jamás se ha ido.
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Esta biodiversidad de la que hablo, que alguna vez estuvo y aún permanece acá, también fue reemplazada por procesos como los que vivieron sus abuelos, sus padres. Gentes que vinieron del Cauca, de Chocó, de Nariño, de las montañas, los ríos y los campos. Gentes que huían de la exclusión o de la violencia producida por un sistema de monocultivos que los iban condenando a ver cómo la vida se convertía en propiedad privada. Pero la resistencia, como el agua, ha comenzado a manar de nuevo de la tierra.
Estuvo allí, corrió por las calles, los andenes, las azoteas; navegó por las mentes, en emisoras comunitarias, parches, barras deportivas; se instaló en las esquinas y conservó la sabiduría de las mingas, los consejos comunitarios, las culturas urbanas, el muralismo, las huertas hidropónicas; sonó como marimbas de chonta y como hiphop, y se manifestó de manera hermosa hace tres años cuando le enseñaron al país que no había que seguir haciendo la guerra en los barrios, sino unirse por desterrar esa idea de que debían condenarse a vivir en una ciudad dividida.
La gente de Aguablanca creó la belleza a través de las palabras. Llenaron de sentido las ollas comunitarias, crearon un monumento popular, autoconstruido, pensado en las noches y los días de tensión. Se sobrepusieron a los prejuicios, a que les siguieran diciendo que eran parte de un lugar inseguro; crearon cuidado y sus madres salieron a la calle, y juntos enseñaron un camino. El camino de la resistencia que es el del agua, de la vida, de lo que no puede ser sepultado ni olvidado.
Estamos en proceso de la declaratoria patrimonial (la comunidad entregó el pasado 28 de octubre el expediente para lograrlo) de un monumento que sentimos nuestro, el monumento a la resistencia. Gracias por recibirnos aquí, por refrescar el aire, que también es agua cuando se condensa y cae sobre nuestras cabezas. La resistencia nunca más será apozada. No mientras insistamos en crear comuniones, como lo hicieron los pueblos indígenas ancestrales de estos territorios, alrededor de las lagunas, los humedales, y el cielo.
Gracias por reflejarnos.