Estamos gobernados por personas sin imaginación, parecería con muy pocas herramientas y menos neuronas. Se supone que a quienes se elige están para intentar mejorar la vida de sus electores y de los ciudadanos en general. Se espera que sepan diseñar políticas encaminadas a solucionar problemas y tratar de mejorar la calidad de vida de quienes votaron por él y, por supuesto, de los que no votaron por él.
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Pues bien, en este país de guacharaca se busca por cualquier forma prohibir, parece que para muchos de nuestros abnegados políticos la única herramienta posible frente a un problema es prohibir.
La primera prohibición que me acuerde y que debe ser ya parte del patrimonio inmaterial de esta república bananera fue la ley seca previa a elecciones. No es que no se permita tomar trago, nada de eso, lo que no se permite es vender y comprar trago; yo supongo que el efecto es contrario a lo que buscaba la norma pues las grandes superficies hacen agresivas campañas publicidad para que se compre el trago que se va a consumir en elecciones, hasta las tiendas de barrio recuerdan comprar antes de la entrada en vigor de la ley seca. Hay prohibiciones absurdas y esta. En nuestro bestiario tropical hay políticos muertos el día en que perdieron las elecciones y se cayeron escaleras abajo en una juma profunda. Finalmente, si la idea es que no se vote borracho, se podría hacer un experimento y dejar tomar trago el domingo de elecciones pues sobrios los colombianos hemos elegido bastante mal.
La ley seca se trasladó ahora a cualquier circunstancia en la que la autoridad no puede manejar a más de tres parroquianos en la calle. Si la selección Colombia está en un buen momento, a los bárbaros alcaldes no se les ocurre nada mejor que prohibir el expendio de licor en los bares. Esperan que a punta de coca cola y supongo que bebidas ancestrales, como la avena y el masato, los dueños de estos sitios puedan ganar lo que generalmente se gana en estas situaciones. Como habrá mucha gente tomando trago y es posible que parte de esta gente pelee y que parte de estas peleas se compliquen, fácil, que no se tome trago. La medida ha madurado y ya se hace inclusive por sectores, alrededor de los colegio y universidades, de los estadios cuando hay partido, manifestación o protesta.
Otra obsesión de los politicuchos de guacharaca son las motos, cada vez que se produce un asesinato de alguien importante en el que el sicario estaba en una moto, la fácil para esos seres la lógica es prohibir motos, parrilleros o cualquier otra cosa relacionada con estos vehículos. Medidas que cada vez son más absurdas como que se prohíbe el parrillero hombre, es decir se sospecha siempre que el sicario es hombre, y para no soliviantar a las mujeres las dejan montarse de parrilleras, el problema es que no todas las mujeres tienen pelo largo y muchas veces las paran pues el policía de control no puede identificarla.
Esto ha cambiado, pero otra de las obsesiones de nuestros genios de elección popular o sus subalternos son los celulares, hace unos diez años cualquier entidad pública, centro comercial, gran superficie tenia el tenebroso aviso del celular cruzado con una línea roja. Con la pandemia la tendencia cambió, las cartas de los restaurantes, las colas en los bancos y hasta las compras en los supermercados están siendo dirigidas hacia estos aparatos, aún así no se ha acabado el odioso celador que dice “¿me colabora con el celular?”
Hace ya mucho tiempo apareció la inútil medida del pico y placa, que lo único que hizo fue doblar el parque automotor de la mayoría de las ciudades. Inicialmente fue de muy poco tiempo y ahora es prácticamente todos los días, al paso que vamos las restricciones serán mensuales poco a poco nos quitaron medio carro casi sin darnos cuenta. Desde ese momento, al menos en Bogotá, no arreglaron o construyeron una sola vía. Todos los alcaldes pensaron y el actual también, que solo con un nuevo pico y placa se iba a mejorar nuestro tráfico. Como el tráfico no mejora, la tentación del pico y placa a las motos está ahí.
La pandemia fue la panacea para estos caraduras. Prohibido caminar, prohibido salir, prohibido comprar, prohibido, prohibido... se llegó a prohibir hasta dar la mano. Ahora fue prohibido ir a un parque, área bien ventilada y con sitio para distraerse un poco, nunca se prohibió la entrada a un casino. Prohibido caminar solo, con un perro o con una bolsa para el mercado sí estaba permitido.
Ahora el alcalde de Bogotá, el delfín Galán de la mitad, nos está empezando a racionar el agua. No ha sido la primera vez que no llueve ni será la última, pero nos empieza a imponer días, por ahora distanciados, pero, pero ya amenazó con aumentar las restricciones pues no hay agua. No puede ser que uno de los países con mayores recursos hídricos del mundo tenga que soportar la inutilidad del alcalde y su única solución sea cortar el agua. Ha habido momentos en que se hicieron algunas restricciones totalmente temporales, el “apagón” de Gaviria duró un poco más de un año; nunca se le ocurrió y nunca esperamos que una vez acabada la emergencia se prorrogara. Bajo nuestros nuevos presidentes y alcaldes hoy tendríamos dos días de luz cada tres semanas.
Como siempre, la culpa es de los ciudadanos de a pie, no se habla de un plan para mitigar estos tiempos secos, no se habla de hacer obras de infraestructura para mejorar el acopio de agua, no se intenta mejorar el suministro de agua racionando a los grandes consumidores, nada: las casas tienen que “colaborar”. De colaborar nada, nos prohíben y ellos creen que nosotros colaboramos.
Parece que los verbos prohibir, restringir, impedir, vedar son los preferidos de nuestros mandatarios, seguramente se sentirán haciendo bien su labor cuando de alguna manera nos impiden realizar una actividad que hasta poco tiempo no lo era. En este país de restricciones resulta extraño que se diga “espacio libre de humo” frase dulce que impide que los fumadores prendan el chicote. De resto se prohíbe de todo, aunque algunas veces las prohibiciones no se cumplen, como es la publicidad de bebidas alcohólicas.