Alguna vez escribí de cómo pensar en la intención con la que hago algo me ayuda a lidiar con las presiones laborales: frente a alguna labor cuyo resultado me produce ansiedad, me pregunto si estoy desarrollándola tan bien como creo que puedo hacerla o por salir del paso. Si es lo primero, no puedo hacer más. Si es lo segundo, detenerme me hace notar que puedo hacerlo con más amorcito.
Observar la intención con la que hacemos algo también es un ejercicio de atención en sí mismo. No hay mejor ocasión que cuando sentimos que estamos ayudando a otro. Pero… Las buenas intenciones para con otros, especialmente cuando el otro no las ha pedido, son una puerta por donde se va el asombro que nos puede causar algo que no nos cuadra, que no conocíamos, que no es acorde con lo que esperamos o creemos, y entra el juicio, la manera más sencilla y perezosa de relacionarnos con el mundo.
Hace poco salió la noticia de cómo la Corte Constitucional profirió un fallo contra el Liceo Juan Ramón Jiménez y no pude evitar pensar que nada como la población lgbtiq+ para ser beneficiaria de buenas intenciones por cuenta de entidades religiosas y educativas. La cosa fue así: una estudiante trans de 14 años manifestó al colegio en 2022 que quería ser reconocida como mujer e ir vestida de manera acorde. Como no suele suceder, contaba con el apoyo de los papás, y profesores y compañeros empezaron a llamarla como la estudiante deseaba. La rectora, sin embargo, “ordenó que la llamaran en masculino hasta que su identidad fuera actualizada en los documentos legales […] La cuestionaron por utilizar el baño de mujeres y pusieron restricciones. Le prohibieron entrar al baño de las niñas de primaria, utilizarlo si había otra estudiante dentro y se le obligó a pedir el acompañamiento de una profesora cada vez que necesitara ir al baño”.
Después de ires y venires, asesoría psicológica, charlas, abogados y procesos judiciales, la estudiante terminó en otro colegio. ¿Justo cuando una comunidad educativa –compañeros, profesores, papitos y mamitas– no pone problema, la rectora sí? Parece un mal chiste, un chiste cruel. ¿En serio había necesidad alguna de esperar la actualización de documentos legales, del acompañamiento en los baños, del cuestionamiento? Yo quisiera creer que la señora tenía las mejores intenciones. Pero, como decía arriba, de buenas intenciones está empedrado el infierno; en este caso, el de una estudiante.