Quisiera compartir con ustedes una visión más clara del proceso para convertirse en especialista en Colombia. Para ingresar a una residencia de especialización médica, debes pagar un examen por cada universidad, aprobarlo, presentar una entrevista y competir por los escasos cupos disponibles. Además, el costo de alrededor de 20 millones de pesos semestrales se suma a las expectativas y sueños de convertirte en especialista. Sin embargo, lo que debería ser el logro más feliz de tu vida puede transformarse en una experiencia extremadamente dura y frustrante.
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El maltrato sistemático que enfrentamos en nuestro entorno profesional es inaceptable. No debería ser necesario sufrir para poder ejercer nuestra vocación. Esta situación debe cambiar. Mi experiencia como residente en una universidad de renombre me permitió observar de cerca este problema. Desde el inicio, el maltrato comienza con la discriminación basada en el origen de tu educación previa. Si no eres parte de la red de contactos privilegiada, te conviertes en objetivo de injusticias y desdén.
Recientemente, he recibido numerosos testimonios de colegas y compañeros a través de redes sociales y WhatsApp, quienes comparten sus historias de maltrato. La trágica pérdida de nuestra colega en la Javeriana ha sacado a la luz estas dolorosas experiencias. Es fundamental reconocer que este problema no está restringido a la Javeriana ni a la residencia en cirugía general. La realidad es que muchas instituciones en Bogotá, particularmente en las especialidades quirúrgicas, enfrentan situaciones similares de maltrato.
El maltrato que vivimos a menudo se convierte en chistes y anécdotas dolorosas, lo que demuestra la gravedad del problema. La pérdida de Catalina me hizo revivir el sufrimiento que experimenté durante mis cuatro años de residencia: largas jornadas laborales, turnos interminables, la falta de tiempo para almorzar y la preocupación constante por los accidentes causados por el cansancio extremo, todo ello acompañado de una profunda falta de respeto.
En mis intentos por mejorar las condiciones y buscar soluciones a través del liderazgo, me encontré con una resistencia aún mayor. En varias ocasiones, consideré renunciar a la especialización y buscar transferencias a otras universidades, pero sin éxito. A pesar de todo, el apoyo de amigos, la fortaleza interior y el respaldo de mi familia me permitieron continuar y finalmente convertirme en especialista. Sin embargo, este logro llegó con un costo emocional significativo. Las cicatrices y el dolor persisten, a pesar del paso del tiempo.
No es justo que el camino hacia la realización profesional esté lleno de sufrimiento. La idea de que ‘la letra con sangre entra’ debe ser reconsiderada. El proceso de formación debe ser humano, respetuoso y solidario. Invito a todos a reflexionar sobre este tema: cada vida es importante y el cambio debe comenzar con cada uno de nosotros. Es fundamental construir un entorno donde el respeto y la empatía prevalezcan, donde el desarrollo profesional se logre sin tener que sacrificar nuestra salud mental y bienestar.