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Opinión: ElDorado no es “el dorado” que nos pintan

“Del viejo El Dorado a lo que tenemos hoy la distancia es enorme. En ese había una tienda de libros y tres o cuatro sancocherías; las terminales eran incómodas, sucias y era lo más parecido a una terminal de buses intermunicipales. Claro, pasar de semejante adefesio a un aeropuerto de verdad nos deja sorprendidos, pero de ahí a decir que es el mejor de Latinoamérica hay mucho trecho”: Andrés Charria

Pasajeros afectados por el cese de operaciones de Viva Air esperan soluciones por parte de la aerolínea y de la Aeronáutica Civil. Mientras tanto, cientos de personas esperan en los espacios públicos del Aeropuerto Internacional El Dorado en Bogotá.
Caos en aeropuerto El Dorado Foto: Juan Pablo Pino - Publimetro Colombia

En este platanal estamos acostumbrados a oír unos mitos que a fuerza de repetidos empezamos a creer que son ciertos. El primero es que en temas de belleza nuestro himno nacional es el tercero del mundo, nunca hemos sabido cuáles son las otras dos melodías, pero tenemos claro que somos los terceros. Otro es que las mujeres colombianas son las más lindas, también que Santa Marta es la bahía más hermosa de América, que Cartagena es la ciudad colonial más linda casi que del planeta. Hace poco salió en un especial de algún periódico que no tenía nada que comentar, que el pandebono es el mejor pan del mundo, con menciones de honor para el pandeyuca y la almojábana, así que dentro de poco algún imbécil dirá que Colombia es la capital mundial del pan.

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Aparece ahora que el aeropuerto El Dorado, renombrado como Luis Carlos Galán seguramente a solicitud de alguno de los delfines del fundador del Nuevo Liberalismo, es el mejor aeropuerto de Latinoamérica. Tampoco sabemos por qué, pero eso dicen. Seguramente en seguridad y en temas de tecnología para los aviones será cierto, pero para el ciudadano de a pie que se tiene que montar en un avión y necesariamente hacer uso de ese lugar es bien dudoso ese puesto.

Del viejo El Dorado a lo que tenemos hoy la distancia es enorme. En ese había una tienda de libros y tres o cuatro sancocherías; las terminales eran incómodas, sucias y era lo más parecido a una terminal de buses intermunicipales. Claro, pasar de semejante adefesio a un aeropuerto de verdad nos deja sorprendidos, pero de ahí a decir que es el mejor de Latinoamérica hay mucho trecho.

Llegar al Dorado es un suplicio y un acto de fe, en un día normal sin ningún tipo de sobresaltos se puede tardar dos horas; adicional a eso, si el salvaje que aglutina a los taxistas amanece con gastritis y decide cortar las calles, lo más probable es que los dos últimos kilómetros del trayecto haya que hacerlos a pie con la maleta que, si es de rueditas, hace algo menos penoso el camino. Como todo lo de nuestros alcaldes pasados presentes y supongo que futuros, están arreglando un tramo de la vía de acceso desde hace ya bastante tiempo por lo que el trancón se duplica a unos trescientos metros de la llegada.

Un aeropuerto adecuado tiene parqueaderos amplios donde generalmente encontrar puesto no es difícil; en el nuestro no. Los parqueaderos son incómodos y parquear se hace un suplicio pues los espacios son mínimos; solo falta que aparezca un operario que diga “más pegadito, patrón”. El pasado fin de semana se cayó el sistema electrónico de pago, de manera que ni las máquinas se podían utilizar, ni con un código QR se podía pagar en línea, y en ventanilla había una mujer con cara de asco que recibía, contaba el dinero, preguntaba si tenía “sencilla” y entregaba el tiquete. En menos de cinco minutos la fila era de más de cuarenta personas. Es posible que esta caída no haya sido espontánea, se oía en la larga cola que se cae permanentemente y claro, como toca esperar y el minuto vale $77, si hacemos cálculos rápidos el dinero recaudado por esa anomalía del sistema es alto.

Dentro del aeropuerto la situación mejora, pero no mucho. Rápidamente el lugar se quedó chico, es cierto que la variedad de almacenes y restaurantes es importante, el precio es alto, pero eso ocurre en cualquier aeropuerto, no me parece grave, lo que si es cierto es que fuera de cualquier restaurante no hay espacio suficiente. En las salas de abordar hay gente de pie pues no hay sillas para todos. En los baños, sobre todo los de mujeres, hay colas. Esperar así no es agradable.

Puede haber cuatro o más máquinas para revisar el equipaje, sin embargo como máximo funcionan dos por lo que, nuevamente, las filas son infinitas. Ni que hablar de sellar el pasaporte, dos horas puede demorarse un incauto pasajero. Hay ventanillas suficientes, lo que no hay es personal. Y, como no, los sistemas biométricos funcionan poco y lentamente, cuando funcionan.

Lo más complejo es que no se les ve margen de maniobra para mejorar, no hay espacio y el tráfico cada vez es mayor.

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