Desde hace mucho tiempo hay en internet un video que muestra cómo viven los congresistas en Suecia. Llama la atención que lo que nos asombra seguramente no solo a los colombianos sino seguramente a la gran mayoría de habitantes de este planeta, es que los senadores suecos hacen cosas que hace el común de la gente y que es impensable que realice cualquier politicuho en Colombia o países cercanos. Suena rarísimo que allá, en Suecia, se le da al congresista una tarjeta para utilizar el transporte público para sus desplazamientos, deben pagar el café que se toman en el congreso y no tienen meseros que los atiendan. Los que viven fuera de Estocolmo, la capital, duermen en residencias donde tienen baño propio pero comparten lugares comunes como cocina y televisión, y son ellos mismos quienes ordenan sus habitaciones. Adicionalmente, el salario es muy cercano al de cualquier trabajador normal.
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Contrasta esto con los políticos colombianos y seguramente latinoamericanos en general, que son unos privilegiados. Se me ocurrió esta columna precisamente al ver cómo dos policías en motos de alto cilindraje ignoran tráfico, cierran vías, se saltan semáforos y agreden personas para que su “vigilado político” se salte todas las normas de tráfico. La idea es trancar al resto de los mortales para que el burócrata de turno pueda circular de manera acelerada, lógicamente en la mentalidad de esos tipos no está no incomodar, o madrugar para llegar a tiempo; para eso tienen dos tombos en moto. ¿por qué lo hacen? Básicamente porque pueden.
Se saltan las filas de cualquier evento, da ira verlos entrara los partidos de fútbol por una puerta especial. Ocurrió en Manizales, que a estos señoritos no les gustó que las boletas que les daba el Once Caldas no eran en palco sino en la mejor tribuna del estadio. Parece que no es digno de estos personajes sentarse al lado de una persona normal y corriente que paga por una boleta.
Son unos privilegiados absolutamente desagradables; en el día sin carro que se inventó Peñalosa, salen en sus enormes camionetas pues para ellos no operan estas restricciones, más faltaba. Entendería que no operara para el politicucho de turno, pero para el hijo, la señora, la moza o el papá no tiene sentido. Como todo es absurdo, no se les da un carro de esos enormes, no, más de uno. Todavía hay tipos que indican que la plata no les alcanza para la gasolina. Es desagradable ver cómo la señora de tal parlamentario va a hacer mercado en carro oficial o, el colmo, cómo los guardaespaldas de un funcionario sacan a pasear al perro de su protegido quien dice que son parte de su familia y que los deben tratar como si fueran sus hijos.
Alguna vez vi cómo los hijos de un importante funcionario hicieron desocupar un bar, tal vez no los hijos sino los gorilas que los cuidan, para que dos mocosos se tomaran una gaseosa, no la pagaran y luego dejaran el establecimiento de comercio. Nada les importa.
En pandemia fueron los primeros en vacunarse, se saltaron todas las reglas de confinamiento hicieron fiestas y, de haber tenido algún problema de salud, estarían siempre mejor atendidos que cualquier simple mortal.
Tal vez lo más odioso de esto es la forma en que alardean de su posición, pueden ser ministros (o sus familiares), senadores o magistrados, todos nos miran con lástima y desprecio pues, lo repiten constantemente, no sabemos quiénes son. No hay nada más detestable que el “usted no sabe quién soy yo” que lo utilizan hasta para pasar una calle, esta patente de corso les permite eludir cualquier control, pasar por encima de prácticamente cualquier trámite, en pocas palabras hacer lo que les da la gana.
Dietas, primas, ayudas, regalos, tienen de todo y se inventan necesidades, el sueldo les aumenta de manera vertiginosa permanentemente y cada vez se alejan más de los simples mortales. No veo posible un cambio en esa cultura, contados son los políticos que llegan a algún lugar de poder y permanecen igual que antes, me acuerdo, tal vez, de Juan Carlos Flórez, exconcejal de Bogotá que nunca utilizó camioneta y llegaba a trabajar al Concejo utilizando el servicio de transporte masivo como cualquier hijo de vecino, supongo que sus colegas lo trataban de pendejo.
Todo lo que detesto parece que le da más status al politicucho de turno y le sirve no para mejorar su trabajo o ser más eficiente sino para agrandar su ego y mostrar lo importante que es. Mientras más guardaespaldas, carros más grandes y mayor cantidad de gente a su servicio se siente menor y seguramente más importantes. Son detestables.