A veces cuando me movilizo por la ciudad entre las cinco y las seis de la tarde, y buses y carros y volquetas rugen y aceleran, me gusta imaginar cómo habrán sido esta sabana y estos montes hace un siglo. En otras ocasiones, también imagino las mismas calles cuando ya no existamos como especie y flote el silencio o algo cercano, inmenso y curador. En mis proyecciones veo que ya algunas plantas e incluso pequeños árboles crecen sobre las azoteas de algunos edificios, y de las calles apenas quedan las sendas, cubiertas por pastos. Se oyen gorjeos de aves, los cantos de insectos, el croar de las ranas y quizás los llamados de pequeños mamíferos. ¡Cuánta calma! ¿Qué quedaron de nuestras prisas, de nuestras imperiosas necesidades?
También pienso a veces en esas praderas y matorrales una vez más verdes cuando voy al supermercado y digo que no quiero bolsas plásticas, tal como hace mi papá desde años y ahora una amiga y mi hermana. A veces llego sin bolsas de la casa y no es sensato no pedir otras, nuevas, limpiticas, pues he ido por algo puntual y me doy cuenta de que hacen falta ajos y el cilantro y qué delicia un zapallo para hacer una sopa más tarde. “¿Bolsa, señor?”, me preguntan, y me niego hasta con cierto orgullo pueril anarquista: prefiero las maromas, llenarme de tomates los bolsillos y que, en el camino a casa, se me caiga uno que otro limón y me toque parar cada tantos metros a fin de reorganizar las compras. Si algo sintetiza nuestro paso por este planeta es haber creado este material que se degrada después de cientos de años para que sea más cómodo nuestro viaje a casa de ¿veinte minutos?, ¿una hora?, ¿tres horas, quizás?
Tal vez sea una ilusión más esto de evitar las bolsas, en el fondo estos esfuerzos nimios apenas sí retrasan lo que vendrá de todas formas: solo hay que ver la cantidad de bolsas que la gente pide o la cantidad de carros con un solo pasajero que deambulan por las calles –a veces, yo mismo.
Hace poco mi hermana me habló de Lori Nix, la artista que recrea estos paisajes ya sin humanos, y pensé que las fotografías de sus miniaturas daban una idea de lo que a veces imagino. Aunque hay personas que las consideran inquietantes, a mí me dan una suerte de paz, me sacan una sonrisa al mostrarme un mundo con más espacio para especies menos afanadas que la nuestra.