Pocas cosas me gustan tanto de Bogotá como pasar por la Avenida El Dorado, sentido occidente-oriente, a la altura del CAN en un día soleado. El cielo azul, las nubes blancas, una bandera de Colombia que siempre ondea orgullosa -y algo desteñida- y claro, los cerros verdes que protegen de manera imponente el centro de la ciudad. En los últimos días, en ese cielo bogotano no hubo nubes, el calor fue incesante, los cerros ardían en llamas y el aire se sentía contaminado y perjudicial en toda la ciudad. Pero digamos algo con claridad: cuando no hay incendios, miles de bogotanos siguen respirando ese aire gris y perjudicial para la salud.
Quienes viven en Vancouver -Canadá-, tienen muchas más probabilidades de vivir más tiempo y además de vivir mejor que aquellas personas que viven en Lahore, Pakistán. Y aunque eso se puede explicar también a través de discusiones económicas, un factor determinante termina siendo que Vancouver es la ciudad del mundo con mejor calidad del aire mientras que Lahore tiene el aire más peligroso. Claro, las condiciones de Canadá y Pakistán, en general, son tan diferentes que difícilmente podemos atribuir la calidad de vida a la calidad del aire. ¿Pero por qué resulta tan diferente vivir en Kennedy y vivir en Usaquén? No debería ser así.
Cuando uno mira el mapa que registra diariamente la calidad del aire en Bogotá se encuentra con que las localidades ubicadas en el suroccidente y en el sur de la ciudad, por regla general, concentran el aire más peligroso para la vida de la gente. Quienes habitan en Ciudad Bolívar, Bosa o Kennedy respiran durante todos los días de su vida un peor aire que quienes viven en Chapinero o en Usaquén. ¿Por qué? Varias razones…
Comencemos diciendo que las vías en mal estado son una fuente importante del material particulado que contamina el aire porque los carros que por allí transitan generan entre dos y cinco veces más partículas perjudiciales. Digamos también que los buses y vehículos de carga que transitan en Bogotá lo hacen, sobre todo, entrando por la Calle 13 entre Kennedy y Fontibón. Muchos de esos vehículos salen por Soacha y contaminan la ciudad al utilizar combustibles de baja calidad. Si a lo anterior le sumamos, por ejemplo, que Bosa es más densa en su población que Chapinero y tiene 10.000 árboles menos, podemos ir entendiendo por qué se da esta situación.
Según un estudio de la Universidad de los Andes, en el 2021, solo el 10% de los habitantes en Bogotá respiran un aire de buena calidad, es decir, un privilegio. Es aquí donde nos damos cuenta que las desigualdades económicas y los problemas ambientales son inherentes y en Bogotá deberíamos darle la importancia correspondiente, pues ni se le puede pedir a la gente que no respire ni tampoco que huya de su territorio buscando hacerlo mejor.
Ahora bien, si vamos sumando problemas a los habitantes de Bogotá que sobreviven la ciudad por las condiciones económicas, estamos frente a la vulneración del derecho a la vida digna desde todos los aspectos: la falta de acceso a la educación, la falta de oportunidades laborales, el derecho a la vivienda, el acceso a la salud, no hay un transporte digno y suficiente y ahora, sumarle el hecho de que no respiran un aire sano ¡Es el colmo!
Ver los cerros de Bogotá ardiendo me rompió el corazón. Seguro a ustedes también. El aire, aunque no lo veamos con la misma preocupación que las montañas que arden en fuego, es también una situación trágica -y permanente- sobre la que debemos tomar acciones concretas en el corto, mediano y largo plazo. La ciudad debe mejorar la red de transporte público, modernizar la flota de vehículos a buses más limpios para reducir las emisiones contaminantes, implementar medidas para la disminución del uso del carro particular, hacer vías, facilitar el uso de la bicicleta e insistir en un diseño urbano sostenible y equitativo. En Bogotá el aire debe dejar de tener estrato.