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Extrema derecha y derecha recalcitrante

No nos llamemos a engaños. El miedo de algunos partidos políticos es ver abrirse lentamente la cortina de humo y mentiras: Joaquín Robles Zabala

Recalcitrante es un adjetivo que hace referencia a aquellas personas que, a pesar de ser evidente su error, se mantienen firmes en este. Extrema, o extremo, corresponde a un nombre que, según el DRAE, referencia lo excesivo, lo exagerado, lo distante. Es la parte primera o última de algo. Es decir, que se encuentra en su grado más elevado y activo. Estar en el extremo del mundo es encontrarse en la parte más alejada del centro. El centro es siempre el foco. Desde el punto de vista sociológico, referencia las normas. Se parte del hecho de que si el centro elabora los modelos de conductas, este debería propugnar porque se cumplan. Pero no siempre es así.

Un código es, por lo general, una norma. Un semáforo es un código de tránsito que se inserta en el abanico de códigos sociales. Hace parte de los sistemas organizacionales de la sociedad y, por lo tanto, es una regla. Sin embargo, nunca falta quién lo violente porque en el corazón de la barbarie las normas son para violarlas. Tanto los códigos digitales como analógicos son unidades de significados que, siempre, nos están comunicando algo. Un policía no deja de serlo por el hecho no llevar el uniforme, o el presidente de la república no deja de ser el presidente de la república cuando sale de la casa de gobierno o está de vacaciones.

Es una verdadera muestra de ignorancia pensar que por el hecho de que las instituciones policivas, o militares, llevan armas de fuego están obligadas a usarlas cuando les dé la gana. Las armas son, en manos de las fuerzas policivas, instrumentos de persuasión que solo pueden accionarse cuando el portador vea que su vida está en peligro. Ningún Ejército de ningún país del mundo puede entrar a matar, como aseguró en un video la representante desinformada María Fernanda Cabal. ¡Qué tal! Si le preguntáramos a un colombiano normal cuál es la función de la institución policiva, lo más seguro es que responda “mantener el orden”. Nunca dirá que la función es matar. Sin embargo, no podemos olvidar que en el canasto hay también manzanas podridas, como las hay en la justicia, representadas en las altas cortes y en esa larga historia política de partidos corruptos que lo menos que les interesa a la hora de tomar decisiones es el bienestar del ciudadano de a pie.

En el orden gramatical, la desviación de una palabra en el eje paradigmático da como resultado una metáfora. Para que la desviación no se produzca debe haber una complementariedad del sintagma con el paradigma. Pero la vida, hay que reconocerlo, resulta mucho más compleja que el orden de una palabra en una oración. La paz no es solo una expresión en esa larga oración que es la historia republicana, sino también un anhelo profundo que nos ha marcado en los últimos 200 años y que hoy reclaman más de 50 millones colombianos.

La derecha colombiana, la extrema y la recalcitrante que referencio en el título de esta nota, reunida bajo el rótulo de “oposición”, se despeina gritando que los exmiembros de la guerrilla de las Farc deben pagar sus delitos. Reclaman justicia, pero su temor a la JEP es evidente, pues lo ponen de manifiesto en cada una de sus declaraciones para los medios, en su oposición extrema a la implementación de un organismo jurídico que busca dejar en claro, por encima de todo, qué pasó realmente en estos últimos 53 años de guerra, quiénes estuvieron detrás de bambalina en los hechos de violencia, quiénes financiaron las masacres o si la célebre organización de “Los 12 apóstoles” fue solo una invención de la izquierda colombiana, como lo aseguró una destacada senadora de la república, muy popular por trinar babosadas.

No se puede negar que las Farc fueron una organización político-militar al margen de la ley, alejada del centro, y que actuaba como tal: cometió asesinatos, extorsiones, secuestros y utilizó el narcotráfico como arma de financiación. Pero tampoco podemos olvidar que muchos miembros de las Fuerzas Militares y Armadas de Colombia, estando dentro de los límites de la normatividad jurídica, actuaban como vulgares delincuentes. Y resulta poco creíble para la justicia y el país la metáfora creada por la “oposición” de las manzanas podridas y no de una actuación sistemática, planeada y ejecutada desde los más altos mandos del Ejército, la Policía y otros organismos de seguridad del Estado.

Nunca, debo confesarlo, me opondré a que los miembros de las Farc vayan a la cárcel, como escribió recientemente a mi correo una dama. Si la JEP decide que algunos jefes de esa exguerrilla deben cumplir condenas intramurales, que así sea. Pero, por favor, sean coherentes, señores defensores de las políticas de los partidos que sueñan con hacer añicos la paz total. Los delincuentes en Colombia no son solo los miembros de la guerrilla. Solo basta mirar el número de condenas que ha proferido en las últimas dos décadas la Corte Suprema para advertir que hay más políticos y funcionarios del Estado tras las rejas, y otros huyendo, que de cualquier otro grupo delincuencial.

Hay que dejar claro que el miedo de algunos partidos políticos a la JEP tiene su origen en esas verdades que surgirán de los estrados judiciales. Verdades que despejarán la cortina de humo y mentiras que tanto se ha intentado mantener cerrada en los últimos 53 años de guerra fratricida. A este hecho, sin duda, le temen la extrema derecha y la derecha recalcitrante. El castillo de naipes que los ha mantenido durante décadas en el poder puede venírseles a tierra. Y ellos lo saben.

*Magíster en comunicación. Profesor universitario. Autor del libro “Los buenos muchachos del expresidente”, Ediciones B Colombia. (2015).

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