En la dulce novela de Harold Muñoz Nadie grita tu nombre (muy recomendada) y luego en otros textos académicos leí que, al menos para cierto público, la música de la Región Pacífica “suena toda igual”, es monótona e incluso aburrida.
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Si bien que nos parezca aburrida tiene una relación con nuestro gusto, eso de que suena toda igual lo he oído del reguetón, el rock, la salsa e incluso de la música clásica. Que nos parezca monótona no es sorpresivo en una realidad urbana e hiperconectada como la nuestra, expuesta a una sobreestimulación constante.
La música del Pacífico nos habla de otro mundo, dominado por la fuerza de las aguas del océano que se adentran kilómetros arriba por esteros y ríos y marcan el ritmo de vida de las comunidades ribereñas. Valga anotar que en realidad hay muchos ritmos y que la Región Pacífica es un corredor de aproximadamente 1.300 km de longitud con un área de cerca de 109.000 km2, ¡10 % del territorio colombiano! En lo que respecta al Pacífico Sur, Michael Birenbaum plantea en su artículo “Las poéticas sonoras del Pacífico Sur” que “[…] el mundo de los seres humanos existe en cierta tensión entre dos fuerzas y dos espacios que lo colindan: la naturaleza salvaje, con su abundancia y sus peligros, y el mundo, frío y estático, de lo divino”.
“Mosaico de bunde”, una hermosa canción del grupo Bahía que he estado oyendo de manera obsesiva desde hace dos semanas, da cuenta de la tensión que menciona Birenbaum. Hay algo espiritual, intuyo que un atisbo a ese mundo marcado por las aguas.
Quizás sea la marimba del inicio, el instrumento del que un personaje de la novela de Muñoz dice “[…] suena a lluvia. Cada nota es como una gota de agua”. Quizás sean las notas musicales que se salen de las escalas a las que estoy acostumbrado, quizás haya un arrullo primigenio escondido en la cadencia del bombo y la guasá, esa “maraca gigante” que resulta ser un “idiófono”, un instrumento cuyo sonido se produce “principalmente por la vibración del propio cuerpo, sin uso de cuerdas, membranas o columnas de aire”.
Quizás sea el solo hecho de que la canción es un bunde. El bunde, al menos en un principio, era cantado en los velorios, es “un rito fúnebre, una forma de ‘culto a los muertos’, en el cual el dolor por la pérdida del ser querido se va transformando en un motivo de regocijo, en alegría a causa de la entrada del ‘alma’ al ‘reino de los espíritus’”. Increíble que una música asociada a la muerte pueda producir tanta calma.