Han pasado casi sesenta años desde aquel día en que Luis Caballero y Alonso Garcés empezaron a escribir una leyenda juntos. El uno artista y el otro galerista: una alianza de negocios, una amistad que como las grandes piezas de arte ha trascendido la muerte.
A penas si ha pasado algo más de un mes del acontecimiento que pone al arte colombiano, y en particular al dibujo expresionista de esta latitud en la mira del coleccionismo mundial, y el coautor de tamaña proeza se sonríe más orgulloso de los zapatos que compró en su reciente y singular periplo de trabajo -son una de sus debilidades-, que de lo que en él logró para el arte nacional. Es de esos hombres que considera que el deber es el deber y no hay que de ello alardear.
Sí, el deber. Alonso Garcés siendo uno de los galeristas colombianos más experimentados y respetados; está claro en que parte de su labor al apoyar un artista es hacer todo por aumentar su posicionamiento y asegurar su posteridad. Por ello, cuando gracias a los contactos que estableció la maestra Beatriz González con la Tate Modern de Londres se abrieron las puertas a una adquisición, no dudó un minuto en apuntar a Luis Caballero como la apuesta indudable para ingresar a esta colección insignia del arte mundial.
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Las semanas de diálogos personales, intercambio de documentos y demás trámites son casi un secreto, lo que si está a la vista es que la determinación de las piezas a ofertar fue casi que instantánea: dos maravillas que en las bodegas de Garcés estaban desde que emergieron de la mano telúrica del dibujante brutal, pintor visceral, retratista del masculino puro en su acepción más descarnada, honestidad desaforada que se mantiene en lo claramente humano sin llegar a lo teatral: Luis Caballero.
La pieza elegida: un óleo sobre papel entelado de 121 por 189 centímetros fechada en 1985 sin título. Festín de ocres que son torso, torsión y testimonio de la dolorosa sensualidad que siendo mundana, nos sume en un deleite que roza lo sacro.
¿Por qué Caballero? En opinión de curadores y estudiosos es aquí donde debería dar una jugosa explicación, saturada en juicios de valor; y aunque no puedo negar que Caballero me desborda el alma de vocablos, en esta oportunidad cuando su obra y su capacidad sensible se impone más allá de las teorías, como una de las puntas de lanza de la creación artística nacional de cara al mundo, prefiero serle fiel al artista cuando en 1982 decía “(…) ¿Por qué tratar de explicar con palabras lo que se dijo ya dibujando? El dibujo, pienso yo, es un lenguaje tan válido como la palabra -y puede expresarlo todo-. Tratar de explicar con palabras una obra visual es en gran manera reducirla. Encasillarla, quitarle fuerza. Una obra visual debe prescindir de explicaciones, y si es buena trasciende cualquier explicación.”
Caballero no es el primer autor colombiano que llega por adquisición a la colección de la Tate, le anteceden entre otras la maestra Beatriz González. Tal cual Fernando Botero, Fernell Franco, Alejandro Obregón, Óscar Muñóz y Gustavo Vélez entre otros connacionales, que hoy figuran en diversas y prestigiosas colecciones museales que, le muestran al mundo de que está hecha el alma colombiana, porque maneras de conocer que ha pasado en la historia hay muchas, pero de sentirla, solo una: el arte.
La invitación es entonces a celebrar, y no solo aquellos que miraron las paredes de su casa y viendo una pieza de Caballero se sienten más orgullosos de lo habitual, o para los artistas que perciben en este acontecimiento un estímulo para continuar; sino para cualquier colombiano que curioso se acerque a la colección del Banco de la República y en su sala central, justo a la derecha de Obregón y de frente a Norman Mejía, se dé el placer de disfrutar esa experiencia multisensorial que es dejarse atrapar por el dibujo pictórico de Luis Caballero.
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Alonso Garcés vuelve a sonreír, con la picardía elegante del antioqueño triunfador que se es fiel a sí mismo, del conocedor que comprende las puertas que se han abierto para los artistas colombianos que andan en el camino de comprender que el arte es aquello que nace de las entrañas para conmover las entrañas, y que esa honestidad termina rindiendo frutos más allá de lo que presumimos como destino; sobre todo si se cuenta con la suerte de toparse con un buen cómplice, un galerista amigo que 28 años después de la muerte, haga realidad la inmortalidad de la obra. Lo que confío muchos recordarán como la gesta del Caballero de Garcés.
Fuente: Galería Alonso Garcés.