En buena medida, el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) es un intento más del ser humano por lograr mayor control sobre su vida. En este momento ya se plantean eventuales escenarios extremos por el uso de esta herramienta: nada menos que la inmortalidad, por un lado, y el fin de los seres humanos, por el otro.
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Hace poco supe por Rick Beato, productor musical que tiene su canal de Youtube , que con IA se generó una versión de New, una canción de Paul McCartney publicada en 2013. Las versiones de canciones generadas por IA (Kurt Cobain cantando “Creep” o John Lennon cantando “Space Oddity”, entre muchos otros) o proyectos enteros con el estilo de cierto artista (Aisis como versión IA de Oasis) parecen algo menor frente a la avalancha de cambios que el uso de inteligencia artificial puede traer –hace poco, por ejemplo, con su ayuda se descubrió un antibiótico capaz de matar una bacteria mortal.
Pero, en el fondo, el caso de New es emblemático sobre nuestra relación con la IA y sobre la pulsión detrás de su uso. New es una canción feliz, tiene el estilo ‘tra la la la’ propio de algunas canciones de los Beatles. Sin embargo… solo canta McCartney, y con la voz de un hombre de 71 años.
La versión generada con IA es un dulce para los deseos insatisfechos de los fanáticos de los Beatles: la voz es la de un McCartney más joven y, en una sección, aparece la voz de John Lennon (generada por IA). Según Beato, algunos de sus amigos prefieren esta versión. Así pues, gracias a esta herramienta obtenemos lo que queremos (¡los Beatles, una vez más!), sin tener que lidiar con lo que tenemos al frente (la voz solitaria de un McCartney más viejo).
Hace poco, Amy Webb, profesora de la Universidad de Nueva York y directora del Future Today Institute, planteó que existen dos escenarios frente al uso de IA: uno optimista, en el que el desarrollo de IA “se centra en el bien común, con transparencia en el diseño del sistema de IA […]”, entre otros aspectos, y otro pesimista, en el que se cuente con “menos privacidad de datos, más centralización del poder en un puñado de empresas”. Cree que existe un 20% de probabilidad de que el escenario optimista ocurra. Al parecer, tiene claro que los seres humanos, como niños malcriados, tendemos a enfocarnos en lo que no tenemos, en lamentarnos y patalear hasta conseguirlo o, en su defecto, recibir el chupete de turno que nos calme un poco.