Me aburren un poco las películas de la Segunda Guerra Mundial contadas por Hollywood, tal como, en general, me aburren las historias hegemónicas de cualquier índole. Esto no significa, necesariamente, que deje de mirarlas. A veces, el placer radica en esperar el momento cuando, como sucede en las peores, alguno de los protagonistas echa un discurso para recordarnos la causa mayor (la libertad, el honor, etc.) por la que justifica determinada acción.
Las historias hegemónicas, por lo general, han pasado de una generación a otra y preguntarse por su origen o veracidad puede parecer innecesario y hasta irrespetuoso. Ante nuestra duda, es común oír comentarios que empiezan con “Respeto tu opinión, pero…” –otra manera de decir: “Piensa lo que quieras, pero estás equivocado”– o recibir miradas displicentes porque uno todavía no ha entendido. En estos casos se suele equiparar tradición a verdad.
Lo “problemático” de las historias hegemónicas no es que existan, sino que se convierten en “relatos únicos”, aquellos que, como plantea Chimamanda Ngozi Adiche en El peligro de la historia única, crean “estereotipos, y el problema de los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos”. Más problemático aún es que tantas personas las tomemos en serio.
Por eso me encantan historias como la de Edmond Réveil, el último sobreviviente de un grupo de la Resistencia Francesa que el 7 y 8 de junio de 1944 protagonizó un levantamiento ante la ocupación nazi en Tulle, una población en el centro de Francia. El 9 de junio, tropas nazis llegaron a la población y realizaron el ahorcamiento público de 99 rehenes; el 10 de junio mataron 643 personas en un pueblo cercano, Oradour-sur-Glane. El grupo al que perteneció Réveil logró capturar al menos 40 alemanes y colaboradores franceses (las cifras varían). El 12 de junio recibieron la orden de ejecutarlos, lo cual, según Réveil, hizo que el comandante del destacamento llorara como un niño. Los fusilaron en un bosque cercano. “Era un día terriblemente caluroso”, recuerda, “los obligamos a cavar sus propias tumbas. Los mataron y les echamos cal viva. Recuerdo que olía a sangre. Nunca volvimos a hablar de eso”. Durante 75 años, Réveil mantuvo el secreto de la ejecución de estos prisioneros desarmados incluso a su familia –lo reveló en 2019.
Las historias hegemónicas simplifican nuestra relación con el mundo. Nos dan seguridad, nos dan la ilusión de que hay algo inamovible, eterno. Sin embargo, no son más que historias, no la historia. Con frecuencia, son excusas para deshumanizar a otros y, con ello, violentarlos.