El escritor G. K. Chesterton dice que los ángeles pueden volar porque logran tomarse a sí mismos a la ligera. Para él, la seriedad no es una virtud. “Sería una herejía, pero una herejía mucho más sensata decir que la seriedad es un vicio. En realidad, es una tendencia natural o un desliz tomarse uno mismo en serio, porque es lo más fácil de hacer […] Porque la solemnidad fluye de los hombres de forma natural; pero la risa es un salto”.
Cualquier empresa que emprendamos, sin importar su complejidad o magnitud, se puede ver malograda porque, de manera espontánea o deliberada, la envistamos de dignidad, de solemnidad, que equivale a evitar el humor. Esto puede ralentizar o incluso bloquear el proceso. Es factible que, entre mayores sean nuestras expectativas frente al resultado de la empresa, entre más creamos que tenemos mucho que perder por no cumplir o entregar, mayor dignidad le demos.
Como en un juego de espejos, podemos llenarnos de aún más dignidad y hablarnos no solo de nuestras expectativas, sino de las que otros tienen de ellas, así nunca nos hayan hablado de ellas.
Hay situaciones en las que es difícil no sentir o buscar la dignidad, como en los oficios religiosos, las ceremonias militares, las entrevistas de trabajo o al escribir una carta de presentación. Se miden mucho más las palabras, se dan una y mil vueltas a frases o colores o acordes y la consciencia de nosotros mismos aumenta de manera exponencial. La dignidad, creo, esconde un deseo de control sobre el proceso, algo que, suponemos, aumentará las posibilidades de lograr el objetivo que nos hemos trazado o, al menos, evitar el ridículo de alguna manera.
Los ejercicios creativos, como cualquier empresa, no se escapan de los entusiasmos de dignidad. Con esta columna me sucede a veces, noto una voz digna que aparece cuando dejo de estar en función del momento y he pasado a pensar en el futuro. En otras palabras, olvido que el proceso creativo se desarrolla en función de sí mismo, lo cual no cuadra necesariamente con mis expectativas.
El humor, con otros o para uno mismo, es el gran recurso para ejercer contrapeso al espíritu digno. Cuando es inesperado y asombra, tiene la gracia de sacarnos del diálogo interior, romper el hechizo de las expectativas y volvernos a traer al presente más relajados, así sea por unos momentos. Es tal su poder que, como también dice Chesterton, “puede entrar por debajo de la puerta mientras la seriedad todavía está buscando la manija a tientas”.