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Hernando Toro Botero: ¡vivo y disparando!

Este 18 de mayo se estrenó en Bogotá el documental TORO. Dirigido por Adriana Bernal-Mor y Gina Ortega. Aquí, un acercamiento a este tan singular como valioso fotógrafo colombiano.

Fotografía cortesía de Carlos Duque
Hernando Toro por Carlos Duque

Colombia ha tenido en el narcotráfico el estigma más siniestro, eso es indudable, pero hasta eso le sirve a la sensibilidad y el talento humano para hacer arte. Y Hernando Toro Botero a sus setenta y tantos es prueba irrefutable de ello.

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Sofisticado culebrero, seductor curtido, libertario de trueno y fotógrafo por definición. Conoció la cámara fotográfica como el instrumento que tenía su madre para fijar memorias, sin saber que la imagen sería su salvación y su destino.

Inicio de los años noventa: es detenido por narcotráfico y recluido en la Cárcel Modelo de Barcelona. Lejos quedaban los días en los que haciendo gala de sus atributos físicos posaba ante las cámaras de Patricia Uribe, Hernán Díaz y Abdu Eljaiek en Bogotá. La rumba y su vocación de aventurero, le pasaban la primera factura, irónicamente en el territorio donde riéndose afirma: “más libre se ha sentido”.

Estilista, comerciante, profesor, galerista, ganadero, mánager, diseñador, traficante… Son solo un manojo de los oficios que ha ejercido en la vida; que, sin embargo, no logran tener un protagonismo superior en su historia al que tiene la fotografía. Pues aunque la lente lo sedujo pasados los 30 años, ha sido un romance como los destinados a la inmortalidad: fogoso y brutal.

Toro creó una revolución en el patio de la cárcel, con disparos incluidos: de cámara fotográfica. Reunió a varios de sus compañeros y con ayuda de un par de revistas y su elocuencia como él mismo dice “de bandido”, los convenció de huir de la desidia a punta de revelarse, ahora en cuarto oscuro.

Haciendo uso de su creatividad a prueba de circunstancias, en poco tiempo logró hacer de la prisión un estudio en donde enseñando aprendía cada vez más, aunque muy lejos de pensar que eso lo llevaría a la fama.

Al principio les limitaban la cantidad de película que podían revelar -aunque los equipos habían sido gestionados por el mismo Toro con amigos fuera de la cárcel-. Hasta que un día, viendo las ganas de sus alumnos de producir cada vez más, le escribió a la Federación Catalana de Fotografía, denunciando las restricciones que tenía la producción fotográfica para los internos, debido a las directrices del penal y el poco material disponible. Misiva a María Dolors Cots i Soler que, se tradujo no solo en una visita de verificación de la funcionaria y el retiro de las limitantes internas; sino que además, trajo consigo el donativo semanal – por parte de casas productoras- de gran cantidad de material para positivado de fotografías, dándole a él y sus compañeros la holgura de producción que por costos de procesos, muchos fotógrafos debían restringirse en la época de la reproducción análoga.

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Como sucedió desde sus primeras exposiciones -realizadas desde el presidio- y como volverá sin duda a pasar cada vez que se haga una muestra de los retratos que realiza, el impacto es inevitable. Sus imágenes, gracias a su densidad emocional, no admiten escapatoria. Se imponen con la altives propia de quien nos encara a la vida sin filtro.

La cámara de Toro no juzga, el combustible de su estética se enciende ante la diferencia, la extravagancia y la desinhibición. No cree en tabúes, ni estigmas de decencia. Es remiso del que dirán. Se declara felizmente boquisucio, ladino y falto de vergüenza, a la usanza de la movida madrileña que tanto amigo, vida e inspiración le dio. La diversidad no es su búsqueda: es su credo.

Amigo de Alberto García-Alix, entre otros hoy considerados próceres del arte mundial. Su vida sigue siendo la del barrio, entre Barcelona y Bogotá… Los amigos, la juerga, la risa fácil, de aguardiente y tinto, y el tono cocido entre su adoptiva Cataluña y su Caldas natal. Con frecuencia de la chaqueta de cuero a la ruana andina, pero siempre con el estilo que se vigila con tijera en mano, tal cual aprendió en Llongueras.

Toro y su creación son sinceridad plena. Es navegar un universo desprovisto de artilugios, con imperativo hiperrealista en los tiempos de la anestesia digital. Fragmentos del mundo donde todo es susceptible de convertirse en oportunidad. Ética vital que no conoce de menosprecios, va de frente a la naturaleza humana en su múltiple polaridad.

La oscuridad es su mundo, tanto por la consistencia de lo que despierta, como por el comportamiento de la luz. Sigue teniendo la mirada rápida de los perseguidos, guiada por las capacidades natas del gran creador. Juega con la ferocidad, el miedo, la picardía, la sensualidad, la brutalidad y la ternura, en un malabarismo que le da el savoir faire a su producción.

Comparte un trago a pico de botella con sus “Luciérnagas” en una de sus exposiciones en la capital colombiana, se abraza con trasvestis, transgéneros, Drag Queens, hombres y mujeres que ante él comparten su estética, sus sueños, su magia, en la complicidad artística que Toro fotografía.

Premiado y exaltado en unos y otros escenarios, se le debe entre otras cosas que la fotografía sea hoy parte de los programas de formación en el sistema carcelario español. El documental sobre su vida, dirigido por las colombianas Adriana Bernal-Mor y Gina Ortega ha sido exhibido y aplaudido en distintas latitudes y llega ahora a las salas colombianas. Testimonio de que este artista colombiano, es un fotógrafo muy valioso, un creativo que se hizo luz en la oscuridad. ¡Un Toro vivo y disparando!

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