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La noche de lluvia en la cordillera Central que me alegra el día

Cuando estoy angustiado, recordar un momento más angustiante me ha ayudado a dimensionar la angustia que tengo al frente y aligerarla: Manuel Gómez Vega

Algunas veces, cuando me siento angustiado ante alguna situación de la vida, pienso en un turno de centinela que presté una noche en algún punto de la cordillera Occidental. Era 1996 y la guerrilla de las FARC estaba en su plan de toma del poder desde el Frente Oriental.

Yo estaba prestando servicio militar. En el tercer mes, el ejército nos hizo un entrenamiento llamado fase contraguerrilla en un centro de reentrenamiento cerca de Villa Colombia (en la cordillera Occidental). Durante un mes recibimos instrucciones, pasamos pistas de obstáculos y, en los últimos cuatro días, salimos a patrullar: bajar y subir montes con el equipo y el fusil encima, caminar por carreteras terciarias desiertas, atravesar potreros y pueblitos de diez casas de madera alrededor de una fonda o un billar mientras los campesinos nos miraban con despreocupación. “Lo más cerca que van a estar de ser soldados”, decían los cuadros.

El segundo día de patrullaje llegamos al mediodía a una finca. El cabo a cargo de mi escuadra estableció turnos de centinela cerca del punto del monte donde dormiríamos. Me tocaría de nueve a doce de la noche. Arrumamos los equipos a un palo sin armar cambuche, almorzamos y nos fuimos al caserío más cercano a requisar campesinos. De los bafles de un billar salía Egoísmo, de Julio Miranda.

Pasadas las seis empezó a caer un aguacero, así que corrimos adonde habíamos dejado los equipos para cubrirlos con plástico negro que normalmente usábamos para armar el cambuche. Supongo que habremos ido a comer al rancho que habían ubicado en una casa de la finca, y que luego volvimos a dormir mientras nos llegaba la hora de ser centinela.

No dejó de llover mientras presté turno, cubierto por un poncho delgado y parado al lado de un palo en medio del monte que no daba a ningún lado. Recuerdo mi fastidio y que mi visibilidad era poca. Recuerdo la angustia y estar totalmente mojado al soltar el turno, recuerdo irme a sentar contra un palo y, arropado por el plástico negro, haber dormido a retazos porque cada tanto un hilo de agua fría se filtraba y recorría mi espalda o piernas. Recuerdo haberme preguntado qué diablos estaba haciendo ahí, metido en un uniforme y con un fusil terciado, cuando ni siquiera había querido prestar servicio militar.

A veces, cuando no me siento bien, pienso en esa noche; primero siento angustia que me tensiona algunas partes del cuerpo y luego, al notar que mi situación actual está lejos de producir la angustia que sentí esa noche, la angustia que esté sintiendo se aligera. Es, si se quiere, una especie de cable a tierra.

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