Tal cual Úrsula Iguarán en Cien años de Soledad, Gabriel José de la Concordia García Márquez murió un jueves santo. Exactamente el del 2014, que cayó 17 en abril. Mismo mes pero el día 11 de 1992, en que se cerraron definitivamente los ojos de vikingo del gran pintor Alejandro Obregón. Que tras Picasso, fallecido el 8 de 1973, esperó en la dimensión de los que no mueren en la memoria humana, a Enrique Grau, el primer día del mismo abril, pero del 2004. Quien no dudo se hubiese sentido orgulloso de compartir mes de final con Cervantes -que expiró el 22 de 1616- y con Gibran Kahlil que se hizo a su vez eterno el 11 de 1931.
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Encrucijada de fechas de finiquitos vitales en el mes de abril al que se suman en mi memoria: el pintor colombiano Norman Mejía, fallecido el 23 de abril del 2012 y el nobel de literatura mexicano Octavio Paz, el 19 de 1998.
Y no, no se trata solo de un inventario funerario artístico-literario del mes de abril. Pues en el caso de seres tan excepcionales como estos, el aniversario luctuoso no debe ser entendido como la tristeza del fin, sino el inicio de la perpetuidad. Efecto causado por la gran valía de sus obras, que los hacen supervivir en los andares eternos de sus creaciones, tocando almas por aquí y por allá.
Abril es entonces para mí, mirar al cielo de mis héroes y reconectarme con sus obras: con la magia real de García Márquez, el desafuero de Obregón, la eterna reinvención de Picasso… La carta estética de inclusión más bella que se ha pintado en Colombia gracias a las manos de Grau, suspirando entre los pasajes de infinita sabiduría de Kahlil, renovando mi admiración por la visceral honestidad pictórica de Norman Mejía y declarándome una reciente enamorada de las caricias en verso y los fustigamientos en prosa de Paz.
Y es así como más allá de la vieja frase de “lluvias mil”, que, el mes de abril puede ser también una fiesta de evocaciones -como solía hacerlas Grau todos los 28 de diciembre en Cartagena-, donde la sensibilidad y la inteligencia humana nos muestran tan variadas como brillantes facetas. Unidas por un mes donde por esos azares que algunos llaman destino y otros asocian con el sortilegio; une en la muerte y en la historia a este puñado de seres que son pinturas, son letras: son canales para sacudir la consciencia humana.
Sin duda habrá quienes difieran de la grandeza de estos personajes, o quienes puedan sumar en las memorias que evocar en abril a muchos más; lo cierto es que estas coincidencias son solo una excusa para invitarnos a explorar: las narrativas, imaginarios, inventivas y lecciones, tanto estéticas como espirituales, que uno a uno estos creadores nos ofrecen desde su condición actual: la que ha sido reservada para aquellos que entre otras maravillas, no se han rendido ante los retos de la vida, sino que han hecho de ellos el combustible para soñar y hacer esos sueños realidad.
Un momento idóneo para jubilar por un rato las pantallas y avocarnos al placer de sentir más allá de pensar. Explorando en libertad, tal cual una Remedios la Bella que se abandona en los mares policromos y cielos desbocados de Obregón, el pintor de la Colombianidad. O permitiéndonos participar en la teatralidad pintada de Grau, que nos sumerge en sus realidades alternas… Tan eufóricas como irónicas y hasta contestatarias, aún vistas desde la actualidad.
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Ocasión perfecta para entregarse a la poética del erotismo y el sexo entre las sábanas-páginas de La llama doble de Octavio Paz, o descubrir nuevos visos para el propio futuro en las reflexiones siempre vigentes de Gibran; comprendiendo a través de Cervantes que la locura no es luchar contra molinos de viento, sino dejar de batallar contra la insensibilidad y el hastío, la velocidad y el desvarío que parece con frecuencia la dinámica vital actual.
Abril, un mes para volver a dialogar desde las entrañas, de frente a Norman Mejía y su tormenta pictórica emocional. Permitiéndonos el estremecimiento de lo que es y será el mayor testimonio de la sensibilidad humana; eso que vence la obsolescencia programada y no podrá imitar la inteligencia artificial: seres humanos que años, incluso siglos después de su muerte logran tocar ese esencial interno -que algunos llaman alma- y que nos hace merecer el título de humanidad.
Abril, un mes para entender lo que significa desde las artes y las letras ser inmortal.