Colombia. Una palabra, un país, tantas cosas juntas como en un salpicón sin pies ni cabeza. Hay quien dice en que nuestro país ocurre de todo, pero a la vez no pasa nada porque todo sigue igual. Crímenes, conflictos y desorden están a la orden del día; los criticamos, nos indignamos, pero a los cinco minutos estamos de vuelta en lo nuestro y que los demás resuelvan sus líos como puedan. Pero acá todo tiene sentido, hasta lo más absurdo, porque en el caos es que funcionamos.
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No es difícil agitarse en Colombia, pasar de la sorpresa al asco, luego a la burla y de ahí al júbilo, para terminar de nuevo en el punto que empezamos. Y tampoco hay que remontarse mucho, que acá 24 horas no alcanzan para asimilar todo lo que ocurre. Sale Petro y afirma que él no crió a su hijo Nicolas, como diciendo que cualquier cosa que pase con él (el otro Nicolás), no es culpa suya. ¿Qué significa eso? ¿Qué de haber estado bajo su regazo sería un hombre ejemplar y no estaría en líos? ¿Por qué no lo crió entonces? ¿Por qué el gran líder del país no pudo aleccionar a su hijo a tiempo? Faltó decirle “Ah bueno, te me cuidas”, para confirmar que lo estaba abandonando a su suerte. ¿Será real? ¿Es pose? ¿Lo niega en público mientras lo ayuda en privado, o de verdad no quiere saber nada suyo para que no empañe su gestión?
Apenas un escalón abajo, Francia Márquez tiene problemas de transporte aéreo, justo en momentos en que Avianca y Viva están empantanados. Pero lo suyo es diferente porque tiene las aeronaves del Estado a su disposición. Y no lo digo con sarcasmo, que para eso están. Quizá se equivocó en la forma al decir que ella era la Vicepresidenta y que de malas todos porque iba a seguir moviéndose en helicóptero, pero, ¿por qué no puede si sus antecesores también lo hacían? ¿Por haber nacido mujer, negra y pobre y no en Rosales? ¿O es un tema de que no puede llegar al poder para hacer lo que antes criticaba? Ahora nos hemos vuelto expertos en calcular el precio de la hora de vuelo y en rasgarnos las vestiduras porque ese dinero podría usarse para calmar el hambre de los niños de la Guajira. No sé ustedes, pero yo estoy aburrido de que usen a los niños de la Guajira como referencia para todo.
De la política a los deportes. Colombia participa en el clásico mundial de béisbol y pierde en el debut contra Gran Bretaña. No soy experto en el tema, pero es un deporte que sigo y puedo decir que tiene más béisbol un patinador sobre el hielo que un británico. Colombia no será potencia mundial, pero tiene cantera y tradición, por lo que agradecería que un experto me explicara qué pasó, y que de paso me aclare por qué otra delegación colombiana, la de la Copa América de fútbol playa, perdió contra Bolivia. Kilómetros de costas sobre dos océanos, San Andrés, Gorgona, pescado frito, coctel de camarón, sobreprecios en Cartagena y perdemos contra un país que tiene un lago a cuatro mil metros de altura. Y sí, se puede hacer una cancha con arena en cualquier lugar del mundo, y practicar en ella, pero si es por recursos, no debería haber competencia. Los colombianos vivimos despreciando a bolivianos y peruanos por considerarlos inferiores y no somos capaces de ver el mamarracho andante que somos.
Tan mamarrachos, que somos el país más madrugador de la OCDE y el menos productivo. De entrada, no sé cómo nos dejaron entrar a dicha organización; es que rechinamos, como ir a un matrimonio en pantaloneta. Luego está que nos despertamos a las seis y media de la mañana y producimos unas pocas monedas. En México duermen cuarenta minutos más, una hora en Reino Unido y Alemania, hora y media en España y dos horas en Arabia Saudita. Todos descansan más que nosotros, tienen más plata, son más felices, tienen menos preocupaciones y viven mejor, no sé de qué sacamos pecho diciendo que este es un gran vividero.
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Es que creemos que trabajar a lo bruto es loable; muchas horas, pero de manera desprolija. Llegar a las siete e irse a las nueve de la noche es lo que pega, porque quien salga a las cinco es visto como un poca lucha digno de ser despedido. Pero claro, en esas jornadas de catorce horas botamos la mitad tomando tinto diecisiete veces, chequeando redes, chateando, caminando cancinamente hacia y desde el lugar donde almorzamos o hablando de lo que dijo Gustavo, hizo Francia o de que cómo las huevas del equipo de fútbol playa se dejaron ganar de Bolivia. Las huevas somos nosotros y aun así nos creemos lo mejor de lo mejor, el país más feliz del mundo. Seremos felices, pero porque somos incapaces de ver el lodo en que convertimos este país; la felicidad del ignorante.