El caso de Nicolás Petro es un golpe para el país. Otro golpe más bien, y ya perdimos la cuenta. Para empezar, es una mezcla de política y farándula. La gente lo sigue, diría yo, más por el lío de faldas que por otra cosa. Que sea una exesposa despechada la que haya revelado todo, le da un morbo que ni la más valiente de las denuncias en el Senado lograría. Pero la clave acá es que hayamos visto a las bravas que en política no importa la ideología, todos van detrás de los beneficios del poder.
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Estamos tan necesitados de bienestar, alegrías y líderes de calidad que le entregamos nuestros ojos, nuestro corazón y nuestro cerebro al que sea, al que medio demuestre algo de sensatez y critique el orden establecido. Claro, esa sensatez solo opera cuando se es oposición y se está en campaña, porque una vez ganadas las elecciones, el giro de dichos personajes es más que llamativo. Y no digo que se olviden de gobernar y solo se dediquen a saquear la nevera, pero de que se dejan seducir por los beneficios del poder, no hay duda.
De los políticos siempre he dicho que sueñan con llegar a un cargo público para vivir la vida que no podrían darse siendo empleados del montón en el sector privado. Es que es mucho lo que toca hacer en una empresa para andar con escoltas, carro blindado, que les paguen el celular, les den viajes y otro tipo de prebendas. Lo normal para aquellos que se meten en política sería terminar de oficinistas estancados, gente sin mayor vuelo intelectual ni mayores aspiraciones. Es que cualquiera maneja plata ajena, mientras que administrar y hacer crecer el dinero propio es tremendamente complicado. Nepotismo, roscas, privilegios, amiguismos; los críticos de antes son los nuevos políticos del montón, incapaces y corruptos, dándose la gran vida a costa de nuestro dinero.
Ver que el hijo del Presidente vive en un penthouse, gasta en joyas y restaurantes caros y lleva una rutina más de empresario exitoso que de Diputado me hizo recordar a Jenny Ambuila, a quien convertimos en símbolo de la corrupción cuando se revelaron fotos suyas donde salía manejando un Lamborghini, presumiendo de estudiar en Harvard, de tomar champaña fina y usar relojes suizos y bolsos franceses, todo por ser hija de un funcionario de la DIAN. Por eso digo que para eso es que quieren el poder y la plata, para derrochar, para salir del atolladero y darse vida de ricos. No son todos, hay quien no se deja tentar o quien guarda cierta decencia y no se boletea tanto, pero es que cuando pierden el control y se dejan llevar, nada les parece suficiente, tampoco nada se siente ostentoso; al revés, los lujos se les vuelven la vida mínima que creen que se merecen.
Y claro, mientras los áulicos defienden al gobierno a toda costa, los que ahora son oposición están felices (felices, pero dándoselas de dolidos), usando la expresión ‘Vivir sabroso’ a manera de burla y diciendo “Se los advertimos”. Pero es que no tocaba ser un genio para saber que tarde o temprano la nueva administración iba a pelar el cobre, que ser político colombiano es muchas veces meterse en esa espiral de poder, placer y excesos que durante mucho tiempo pasó inadvertido para el electorado. Siempre supimos que existía, pero no conocíamos los detalles. Hoy con el internet, esconder esas minucias es mucho más difícil.
Pues eso, que la confianza de los colombianos ha sufrido un golpe duro. Por muy amnésicos que seamos, y así no pase nada con los implicados en este nuevo escándalo, esto quedará en el recuerdo colectivo y será usado en contra cuando lleguen las próximas elecciones y toque elegir entre los que han mandado siempre y los nuevos que soñaban también con gobernar durante mucho tiempo. Igual, no importe cuánto la embarren, no sé cómo hacen para atornillarse al poder y salirse siempre con la suya.