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Opinión: El cacao del barrio

“Ahora me arrepiento por no haber aceptado la solicitud de amistad que alguna vez me mandó Verónica Alcocer por Facebook, parece que ella es la que manda l

En mi calle pavimentaron dos huecos que llevaban allí tantos años que estaban cerca de empezar a recibir pensión. Una noche llegaron los obreros y en cuestión de horas taparon uno, y una semana después cubrieron el otro. Un problema de meses solucionado en minutos.

Hace unos años taparon en Bogotá más de cien mil huecos, y hasta octubre del año pasado fueron sesenta mil más. La brigada contra los cráteres no paró, y entre diciembre y enero fueron casi cuarenta mil más. Más de doscientos mil arreglos a las calles de Bogotá y esto sigue pareciendo la ruta del París-Dakar; algo pasa.

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Es que las cifras de la capital son acordes a su tamaño: descomunales. Somos la sexta ciudad del mundo donde se pierde más tiempo en trancones y tenemos un total de catorce mil kilómetros de vías. Dicen en el IDU que el presupuesto anual para mejoramiento de la malla vial es de trescientos mil millones de pesos al año, pero que para tenerla en óptimo estado se necesitan ocho billones. Entonces mucho trabajo y mucho esfuerzo, que si no hay plata para la carne, toca comer papa.

Incluso la Alcaldía cuenta con un portal de internet para reportar huecos donde, en teoría, el ciudadano denuncia y las autoridades actúan. Sin embargo, yo no creo que los huecos de mi calle hayan desaparecido gracias a la cruzada de las doscientas mil obras ni a la página tapahuecos; sospecho más bien que se debe a que a mi cuadra se mudó alguien importante.

Ya pasó hace unos años con una vía por la que pasaba a diario rumbo al trabajo que llevada décadas rota y un día apareció inmaculada. Luego supe que allí se había mudado el alcalde de turno y que su primera obra había sido repavimentarla como si fuera a pasar por allí la Fórmula 1. Para eso sí hay plata, supone uno.

Pues algo así pasó en la mía y, según me dicen, el que se mudó fue un ministro. Ya sé que se trata de un funcionario de orden nacional y que el mantenimiento de las calles corresponde al distrito, pero da igual, que todas esas entidades están interconectadas. Al fin y al cabo, esto se trata de amigos pidiéndose favores unos a otros. Y me mantengo en mi teoría conspirativa de las influencias porque fue todo muy expreso y las fechas entre los arreglos y la mudada del funcionario coinciden. En un ataque de ego, creí que lo habían hecho por ser yo alguien medianamente influyente, pero me desinflé un poco cuando supe que en mi misma calle vivía ahora alguien que orinaba mucho más lejos que yo.

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Que hay que estar conectado para que las cosas se muevan en este país lo sabe todo el mundo, por eso los pobres diablos dependemos del azar. Muchas veces las oportunidades no nos llegan porque el sistema la brinda, sino porque somos familiar de alguien, fuimos al colegio con el hijo de algún cacao o, en este caso, vivimos cerca de una persona que puede levantar un teléfono y dar una cuasi orden. Ahora me arrepiento por no haber aceptado la solicitud de amistad que alguna vez me mandó Verónica Alcocer por Facebook, parece que ella es la que manda la parada en el actual gobierno. De no haberla declinado, bajito estaría de embajador de Colombia en Gran Bretaña.

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