Hace unos días recibí una noticia del Juzgado Octavo Civil del Circuito de Barranquilla en la que se me notificaba que la demanda interpuesta por el abogánster De la Espriella por unos artículos que escribí en 2017 para la entonces periodística revista SEMANA, y que según él lesionaba su “imagen personal y profesional”, honra y otras cualidades de “elevada pulcritud”, fue fallada a mi favor en segunda instancia.
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El asunto había empezado cinco años antes con una notificación del Juzgado Octavo Civil Municipal Oral de Barranquilla en la que se me informó de un proceso verbal de responsabilidad civil extracontractual que se había abierto en mi contra. La razón de aquella demanda la originó una respuesta a una nota publicada en el diario barranquillero El Heraldo por el señor Abelardo de la Espriella. En ese texto, mal redactado, aclaro, el hombre de leyes incitaba al asesinato del presidente Nicolás Maduro y prisión perpetua para Juan Manuel Santos.
Después de los alegatos expuestos por el jurista y su representante, y de una enorme inversión económica que no termino de pagar, el juez Octavo Civil Municipal Oral de Barranquilla no halló mérito alguno en las pretensiones de la demanda y concluyó que en mis artículos no había delito alguno.
Un mes después, cuando aún festejaba mi triunfo “jurídico”, recibí de la Fiscalía 271 local de Bogotá una notificación de una denuncia interpuesta por el expresidente Uribe Vélez por un artículo que escribí en 2019 en la revista Semana y que llevaba por título “El uribismo y el espejo retrovisor”. No hubo sorpresa alguna saber que detrás de esa acción judicial (o quizá pueda decir estrategia) estaba el mismo abogado que treinta días antes había fracasado en su intención de “empapelarme”.
Con la demanda en Barranquilla, el “ilustre hombre de leyes” buscaba dos cosas: una, que le pagara la suma de 45 millones de pesos (35 millones por “las columnas difamatorias” y 10 millones por unos tuits que publiqué y que el señor consideró ofensivos); dos, que bajara de la red todos mis escritos en los que lo mencionaba. Con la denuncia en Bogotá, el tinterillo, defensor del corruptísimo exmagistrado Jorge Pretelt, del angelito Sergio Araújo y de otras poderosas fieras del pantano, enfiló toda su energía, tiempo y unos pesos en lograr lo que no había podido con la demanda: que bajara de la red todos mis artículos que hicieran alusión al expresidente de la Seguridad Democrática y a sus buenos muchachos.
En la audiencia virtual celebrada el 6 de octubre de 2022 a las ocho de la mañana, en la que estuvo presente el “eminente” abogado, mi representante (Moisés Carreño), el poderosísimo expresidente Uribe Vélez y este humilde profesor, se buscó, ante todo, que mis artículos en los que hacía mención al dueño del Ubérrimo y de esos baldíos conocidos como El Laguito 2 (terrenos que hoy sabemos son propiedad de la Nación) fueran eliminados de la red.
Recuerdo haberles dicho que no iba a hacer eso, que todo lo que estaba consignado en ese artículo podía rastrearse escribiendo solo en Google el nombre de Álvaro Uribe Vélez. Este simple acto de búsqueda arrojaría sin duda más de 14.000 resultados, cientos de videos en los que podríamos ver tres de Virginia Vallejo dando declaraciones para la prensa estadounidense de cómo fue la relación de este señor con Pablo Escobar Gaviria, el capo más celebrado del narcotráfico y del cine hollywoodense. Veríamos cinco de alias Popeye dando detalles de esa relación, mil veces negada, del señor expresidente y el capo. Lo veríamos explicando cómo se desarrolló todo ese proceso en el que el entonces director de la Aerocivil le concedió a Escobar la autorización para las famosas pistas de aterrizaje en la mítica hacienda del mítico personaje. Veríamos un reporte de Noticias Uno sobre el desmantelamiento del megalaboratoria de Tranquilandia y el helicóptero relacionado con el progenitor del expresidente. Veríamos una entrevista del periodista Jorge Ramos en la que el afamado político colombiano se levanta y se marcha del estudio porque le incomodó una pregunta del reportero. Leeríamos, tanto en El Tiempo como en El Espectador, cientos de notas que hablan de la cercanía y la relación de Uribe con personajes siniestros como el exgobernador Salvador Arana (quien fue su embajador en Chile después de que asesinara al exalcalde Tito Díaz) y de paramilitares que, desde sus celdas en EE.UU., han asegurado para la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía y la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, que fueron extraditados por Uribe para callarlos.
Nada de lo anterior, como puede verse, me lo he inventado. No hay una sola palabra en ese artículo que sea producto de mi imaginación. Así lo dejé ver en la audiencia con la Fiscalía, la misma institución que ha pedido reiteradamente la absolución del creador del Centro Democrático, investigado por la Corte Suprema de Justicia por fraude procesal y soborno a testigos, razón por la cual la Comisión Seccional de Disciplina Judicial de Bogotá suspendió por tres años para ejercer funciones de abogado al “jurista” Diego Cadena.
El artículo, como lo señalé en la audiencia, es un recorrido por un sinnúmero de noticias que giran en torno al expresidente: señalamientos de participación en masacres, condecoración (cuando era gobernador de Antioquia) de los victimarios de las masacres, declaraciones de exparamilitares extraditados que lo vinculan con las masacres, y un largo y extenso recorrido por hechos de sangre que todavía no han sido aclarado, como la muerte de Pedro Juan Moreno, su secretario de gobierno durante su paso por la Gobernación de Antioquia.
Al final, el expresidente aseguró que no era necesario bajar los artículos de la red como solicitaba el tinterillo De la Espriella, y que él no buscaba perjudicarme en ningún aspecto, pero que consideraba sensato que yo me retractara sobre “algunos apartes del texto”. Recuerdo haberle dicho que si alguien debería retractarse eran los medios de comunicación que publicaron en su momento esas noticias que lo vinculaban con esos hechos de sangre y otros delitos, y le puse como ejemplo las declaraciones de la señora Virginia Vallejo para la prensa estadounidense. Pero él insistió, con una voz tan calmada y serena, casi inaudible, como la del cura en el confesionario, que era necesario hacer esa salvedad, que la prensa lo había calumniado mucho y que a la señora Vallejo nunca la había visto en persona.
Para zanjar esa diferencia, le dije que a mí no me constaba lo que la prensa escribiera de él sobre los “supuestos” delitos de los que se le acusaba. “Póngalo así, profesor”, me interrumpió el expresidente. Y le ordenó al tinterillo que “redactara la hojita”.
Una hora después, recibí un mensaje de voz de mi abogado, Moisés Carreño, en el que me comunicaba que Abelardo de la Espriella le había llamado con intención de conciliar conmigo el asunto de la demanda. Recuerdo haberle dicho que yo no iba a conciliar nada porque ese asunto estaba en segunda instancia.
Hace unos días, mientras yo celebraba mi triunfo jurídico sobre Abelardo, pues la segunda instancia de esa demanda, repito, la fallaron a mi favor, el “eminente abogado” publicó en un portal de dudosa reputación “la hojita” que le ordenó Álvaro Uribe con la retractación que no fue. Así son los triunfos del señor en los estrados: mentirosos.
(*) Profesor. Magíster en comunicación.