Que la clase política colombiana es de lo peor en un país lleno de cosas malas, se sabe. Con las redes sociales, esa mezquindad se ha ido extendiendo a activistas e influenciadores políticos, prestos a defender o atacar causas a conveniencia, acorde no solo a sus creencias políticas sino a si hay dinero e influencias de por medio. Así, hemos visto a activistas de teclado batirse a duelos ideológicos en incluso caer bajo para que sus ideas prevalezcan a conveniencia.
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Los vimos cuando eran oposición, atacando cada movida del uribismo, denunciando contratos y roscas, llorando por los niños de la Guajira o las ballenas del Pacífico; lo que fuera con tal de hacer ruido y generar indignación. Era a conveniencia, se sabía, pero muchos les compraron el discurso porque decir que estamos mal por el gobierno de turno es lo más fácil que hay. Y sí, hemos tenido un gobierno mediocre tras otro, pero culpar de todos nuestros males a terceros y no analizar lo que hemos hecho mal nosotros, es una condición muy humana.
Con el cambio de gobierno hemos visto a los opositores de antes probar la miel del poder y encontrar aceptables, incluso necesarios, los pecados de antes. No era oposición, era envidia, por eso criticaban todo y convocaban a las calles cada vez que algo no se hacía como ellos querían. Hoy quienes tienen contratos comen callados, cuando hasta el año pasado creaban un incendio por cualquier tipo de acuerdo económico entre el Estado y un particular.
Y así está la oposición hoy, otrora gobierno. Huérfana de poder, se rasga las vestiduras por todo, desde los pobres por los que nunca se preocuparon hasta por el precio de la gaseosa. Madrugan todos los días a ver el precio del dólar y son ahora ellos los que lloran por los niños de la Guajira.
Esa mezquindad es la que cansa, que no traten como saco de boxeo de acuerdo a sus conveniencias mientras posan de bondadosos y preocupados. Les importa un carajo el país, lo que quieren es inflar sus bolsillos y lo hacen a través del gobierno porque la vida no los dotó de alguna habilidad para ganarse el pan por cuenta propia. Quieren poder, quieren contratos, quieren camionetas blindas y e ir a la zona VIP de los conciertos sin pagar un centavo. Lo dicho, en un país repleto de cosas aterradoras, ellos son lo peor de lo peor.
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Además, esas cifras por las que exponen sus miserias. Está bien que la política mueve toneladas de dinero y que cada tanto salen torcidos de miles de millones de pesos, pero es que se está imponiendo esa tendencia de quemar a alguien porque firmó por sesenta millones de pesos durante un año. Entiendo que en cuestiones de corrupción y clientelismo la cantidad puede ser lo de menos, pero es que agarrarse a mordiscos por cinco millones de pesos al mes es estar muy jodido, o muy resentido.
¿Qué tipo de gente está ascendiendo en nuestro país? ¿Muertos de hambre que se pelean por migajas? A larga, no les importa la plata, les importa destruir al otro para prevalecer, pisar cabezas para progresar. Son bandas, son mafiosos, pero se disfrazan de partidos políticos.