En los últimos tres años me han mordido dos perros, y no en una finca ni en un terreno baldío, sino en plena calle. Nada del otro mundo, más el susto que otra cosa, pero me parece que es una tendencia para ponerle atención. Antes, en toda mi vida me habían mordido otros dos, uno de los cuales me mandó a ponerme no recuerdo cuántas dosis de vacuna contra la rabia.
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En los dos casos recientes que reseño, la mordida fue leve gracias a que tenía jean, y en ambos sus dueños se excusaron apenados, diciendo sus perros no eran así. Normal. Según sus dueños, sus mascotas son siempre las más juiciosas, así como, según las madres, sus hijos son los más bellos.
Se está saliendo de las manos la tenencia de mascotas por más de un lado, y cuando cosas así ocurren, la única salida es la regulación. Y digo regulación porque no puede haber absolutismo de ningún lado: ni carta blanca para hacer con los animales lo que se quiera, ni erradicarlos para supuestamente vivir en paz. Lo malo es que, cuando se trata de afectos y preferencias, la gente no acepta el término medio; es todo o nada. Y por un extremo están los adoradores de mascotas que creen que tienen los mismos o más derechos que cualquier humano, y en el otro, quien quisiera verlos amarrados en patios para que no le molesten la vida a nadie.
A mí me gustan los perros (y yo les gusto a ellos pese a los dos incidentes recientes), así que no es problema convivir con ellos. Pero claro, la tengo fácil: al no ser dueño de macota puedo jugar con ellas un rato hasta que me canse, y como no me incomodan, no tengo razón para quejarme de su existencia. Sin embargo, entiendo que quien les tiene fobia a los animales sufre cada vez que se tiene que acercar a uno, de ahí que insista en la regulación.
Que los dueños de mascotas las llamen ‘hijos’ es una batalla que tenemos perdida. A mí me parece una forma vulgar de dejar en evidencia las propias carencias emocionales, pero allá cada quién; la regulación no puede ir por ahí. ¿Bozales para los animales en la calle así parezcan el Dalai Lama? Es posible. A mí me parece un protocolo exagerado, además de incómodo, pero tocaría ver qué dicen los expertos.
Por otro lado, nunca me ha tocado viajar en avión con un animal al lado, y creo que me gustaría, me haría el vuelo más llevadero. Sin embargo, he visto la polémica que se ha armado recientemente al respecto. Animales de soporte emocional les llaman, y parece que están abusando del asunto. Yo conozco a varios que han hecho nombrar a sus mascotas como de soporte emocional. El primero, hace diez años, cuando era una rareza. Un día me dijo en confianza que el certificado era chimbo y que lo había sacado para poder entrar con su perro a centros comerciales, almacenes y aviones. No le puse mayor atención porque en aquella época no había mucho de eso y un animal de más o de menos entre miles de humanos no hacía la diferencia.
Pero se volvió moda, una forma de pasar por encima de ley y salirse con la suya, al punto de que, tengo entendido, hace poco se subieron a un avión veinticinco pasajeros con mascotas de soporte emocional. Dios mío, cuánta gente rota. O abusiva. Esa es la duda que me surge con una amiga que tiene a su mascota como soporte emocional desde hace un par de años. Uno la ve bien, independiente y activa, capaz de llevar una vida funcional sola o en compañía, pero llega la hora de viajar y se vuelve un mar de lágrimas si no le permiten subir con su mascota a la cabina. A mí me parece una manipulación, una puesta en escena, y me da rabia porque siento que nos está tomando del pelo a todos, pero no soy capaz de ponerle el tema porque no quiero pelear con ella, que es, creo, lo que terminaría pasando.
Así nos hagan felices, no todos los animales son de soporte emocional, que es una idea que nos están tratando de vender. Esa adoración excesiva e incuestionable por las mascotas tiene que parar, o al menos se tiene que volver una discusión para poner sobre la mesa sin necesidad de satanizar a ninguno de los bandos.