Qué Mundial extraño este, en un sitio sin pasión, en donde la gente es muy amable y colaboradora pero que carece de ese fuego sagrado futbolístico inalienable que debe tener cada cita de este tipo, en medio de la lejanía que hace que todo sea un poco más complejo porque además las temperaturas no perdonan. En invierno el termómetro sube hasta los 35 grados y puede que, si no haya viento que acompañe las jornadas, la cuesta se haga mucho más empinada. Es un Mundial rarísimo.
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Ninguna de las selecciones participantes consiguió alzarse con el pleno de tres partidos ganados. El que anduvo más cerca a esa tónica fue Países Bajos, que no tuvo miedo tampoco después en aniquilar sin mucho esfuerzo a una selección estadounidense bastante entusiasta, pero a la que le faltaron dos zagueros y un 9 en la etapa de octavos. Ha sido raro también porque Francia -que en el momento en el que escribe esta columna va a disputar su pase a cuartos frente a Croacia- resbaló ante Túnez que, de manera extraña, dejó en los dos partidos anteriores en la banca a Khazri, seguramente su mejor futbolista convocado.
Cuando estuvo en cancha y más allá de la suplencia de los franceses, incapaces de replicar lo que bien hacen los inicialistas, Khazri apuntó a que Túnez consiguiera la hazaña aunque demasiado tarde. Caso similar al de Aboubbakar, un delantero magnífico al que ya teníamos considerado por sus pasos por Porto y Besiktas y que lo relegaron al banquillo en la primera salida frente a los suizos. Rigobert Song, el DT camerunés, le dio chances ya cuando su equipo iba perdiendo 3-1 frente a los serbios y se estaba comiendo un baile de novela. Aboubbakar entró y arregló todo, con el 3-3 que lo tuvo como protagonista y después Brasil fue su víctima. ¿Por qué no jugó antes?
Y ni qué decir del pobre Giorgian De Arrascaeta. El volante llegador de Flamengo miró con desconsuelo cómo a sus compañeros no se les caía una idea de la cabeza en el encuentro ante los coreanos y en la derrota frente a Portugal, su ingreso demostró que el técnico Alonso le había quedado a deber muchos más minutos de los que estuvo, a pesar de que el jugador llegó a la Copa muy endeble por ciertas dolencias físicas. Contra Ghana De Arrascaeta la rompió y dejó la sensación de que, con él, Uruguay podría estar en el camino de ser una piedra en el zapato tan fuerte como lo fue el equipo de Tabárez en el 2010.
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Y podemos seguir hablando de fútbol y de cosas extrañas, como todo lo que antecedió a este Mundial: eliminatorias frenadas por pandemia, partidos que nunca se disputaron como Argentina y Brasil… el coctel estuvo diseñado desde el primer instante para que esta Copa del Mundo fuera muy extraña. En demasía.
Y Pelé está gravemente enfermo. Es como si la vida, a punta de pequeños hechos quisiera seguir gritando que tal vez este no debió ser el contexto ni el lugar para realizarla.