Entre más me entero de la lista de gastos de presidencia menos me indigno, la verdad; parece más una campaña de saboteo de la oposición que otra cosa. Porque es natural que en presidencia se hagan gastos suntuosos; no sé si sea lo justo, pero sí es normal, ¿entonces por qué nos vamos a molestar porque ahora lo haga Petro cuando gobierno tras gobierno no nos habíamos preocupado por el tema?
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Algo recuerdo de unas cortinas y unas almendras que compró Santos, lo que confirma mi teoría: es una campaña de manipulación de la derecha huérfana de poder. El escándalo también se ha armado porque es algo que los ciudadanos del común entendemos. Podremos ser ignorantes en temas tributarios, de justicia y del sistema de salud, pero tenemos claro que un televisor de 27 millones y un plumón de cuatro es un escándalo. Si nunca en la vida, salvo que fuéramos ridículamente millonarios, haríamos un gasto así, ¿por qué los funcionarios si lo hacen? Resulta fácil, incluso placentero, gastar el dinero ajeno, de ahí la rabia colectiva que el asunto ha generado.
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Pero no solo eso, también está el facto de la coherencia en el discurso. Recientemente salió la información de que, al llegar a la Casa de Nariño, Duque compró una vajilla de 118 millones de pesos, razón suficiente para haberle pedido, al menos, una explicación. Pero es que Duque era un idiota, un incompetente que se ganó la presidencia en una rifa, normal entonces que al llegar a donde ni en sus fantasías más arriesgadas soñó, se volviera loco de poder.
Pero es que Petro subió con otro discurso, y mientras condena el consumismo y la explotación de La Tierra, compra bienes lujosos propios de un monarca. Y yo sé que con la devaluación del peso hace que no se trate de productos caros, pero sí son costosos, muy, para la realidad nacional. ¿No había televisores más baratos? ¿Una cobija de un millón de pesos no calienta? El otro día Verónica Alcocer fue noticia por comprarse unos jeans de cuatro millones y medio de pesos en Nueva York. ¿Por qué hijueputas, pregunto? ¿Por qué, por qué, por qué?
¿Qué es esa necesidad de tener objetos de lujo, de dormir en sábanas de quinientos hilos? ¿Los hace sentir mejores personas? ¿Con qué cara critican al sistema imperante si son activamente parte de él e incluso lo estimulan? Y no pretendo que la pareja presidencial ande en guayuco y viaje en burro, como suelen decir sus partidarios para defenderla, pero les aseguro que hay en el mercado ropa muy buena a mucho menos precio. Insisto, gastar la plata ajena es muy fácil. Entiendo que gasten, que al fin y al cabo no atienden el carrito de frutas de la esquina sino que son la cara de todo un país, pero podrían aleccionar con el ejemplo en vez de sacar como excusa que los presidentes anteriores hicieron lo mismo.
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No sé ustedes, pero yo estoy cansado de que nuestros impuestas se conviertan en la cuenta bancaria personal de los políticos y de que gracias a nosotros vivan como ricos. También estoy cansado de que al llegar al poder usen al Estado como su propia agencia de viajes para conocer el mundo. Y no digan que los de antes también lo hicieron, que con ese argumento se nos va a ir la vida. En algún momento esto tiene que parar, y no veo mejor momento ni gobierno que este.
Cuando estaban en campaña, Francia Márquez dijo que había llegado la hora de vivir sabroso, y desde ese momento se supo que la frase podía volvérseles en contra con suma facilidad. En efecto, no solo se nota que están viviendo sabroso, sino que convirtieron la frase en chiste obvio, y eso sí es imperdonable.