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Opinión: Woodstock 22

“Ahora tenemos a partidarios del congresista en cuestión justificando sus actos, tratando de curar la enfermedad con paños tibios"

La semana pasada empezaron a llegar noticias de Cartagena y ni idea por qué. La ministra de minas hablando de decrecimiento económico, un congresista borracho tratando de meter a una prostituta a su hotel y peleando porque no lo dejaron, otra congresista cantando a Schubert. Todo era tan raro e inesperado, y aunque los tres hechos no son comparables en trascendencia y gravedad, sí sorprendió la catarata de noticias provenientes del Corralito de piedra.

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Luego nos enteramos de que se estaba llevando a cabo el congreso regional de Andicom, evento enfocado en tecnología y comunicaciones y entendimos todo. Por eso Cartagena, claro, en la capital de Bolívar se viven haciendo infinidad de eventos que son parte trabajo, parte relaciones y parte paseo.

Por mucho escándalo que se haya armado, a la larga se entiende. Uno va a Cartagena y se contagia, se vuelve otro; más si el viaje es toda dar, como pasó con los funcionarios del gobierno. Sí, hay que asistir a eventos y trabajar, pero a la larga todo es buena comida, buenos hoteles, fiesta. Nada es real: las personas se creen una celebridad y la cotidianidad se siente lejos, como si hiciera parte de una vida pasada. De ahí que alguien se ofenda porque no lo dejan entrar a tener sexo pago en su cuarto de hotel, y otra piense que cantar cual María Callas en medio de un evento es lo más normal del mundo.

Y aunque, insisto, es imposible equiparar un hecho con el otro, ya que el primero es grave y el segundo es apenas colorido, al final todo hace parte de la misma recocha, del mismo plan vacacional tipo El Paseo. A mí me recordó un poco a Woodstck, el original, el del 69, famoso entre otras cosas por el eslogan de la película que documentó el festival: “Tres días de paz y música”. O para criollizar el asunto, a Risas y Salsa, el programa de la televisión peruana que era un solo sainete de principio a fin.

Y eso es de lo que nos enteramos, que no debe ser ni el cinco por ciento. Es que no solo se trataba de estar en Cartagena, que te desenfoca, sino de que están borrachos de poder, eufóricos, estrenando puesto y sueldo. Normal que estén en ese proceso inicial, mezcla de aprendizaje y ganas de quemar fiebre; el problema es cuando se acostumbran a la buena vida a costa del dinero de otros y se atornillan. Suele pasar.

A propósito del evento, pensé también un poco en el Congreso de Publicidad, al que nunca he asistido, pero del que conozco historias gracias a que tengo varios amigos en el gremio. Sexo, drogas y rock and roll es poco comparado con lo que pasa durante esos días, también en Cartagena, faltaba más. Por menos que eso, Dios destruyó a Sodoma y Gomorra.

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Ahora tenemos a partidarios del congresista en cuestión justificando sus actos, tratando de curar la enfermedad con paños tibios, y al mismo funcionario incapacitado durante dos semanas como parte del plan de choque para aguantar el temporal. Todo, mientras la oposición se agarra del suceso para exigir su renuncia. Ingenuos que son, además de ventajosos y de doble moral, como si en este país alguien renunciara cuando la embarra. Me va a tocar volverme publicista o político. Político mejor, a ver si no solo me degenero un poco, sino que después me aprovecho del sistema para salir impune.

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